domingo, 20 de enero de 2019

¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO DE LA COLA?





En procesos de transformación social trascendentes como el venezolano, las expresiones de cambio en las personas y en el ejercicio social son constantes, algunas visibles, conmovedoras como la modificación de los hábitos alimenticios que ha sucedido de manera muy favorable, otras se nos ocultan o pasan desapercibidas porque son paulatinas, sutiles; hay que estar muy atentos para captarlas, saberlas mirar; se les dedica las interpretaciones del pueblo que somos en la dinámica de sus acciones, atrapadas en la complejidad, que traslucen finos tejidos de luz en la realidad y el resultado es el encandilamiento que dificulta mirar con detenimiento.  
Desde 1998 hasta hoy, Venezuela se ha transformado socialmente de manera sorprendente. Y no se trata del mero cambio por el paso del tiempo o por la avalancha generacional. No. Se trata de una transformación por efectos de un proceso político que se ha vivido con intensidad. Una pista interesante de este cambio la podemos palpar en la actitud ciudadana que tiende a generalizarse cuando no pocos llegan a algún lugar donde se busca recibir algún servicio o bien público y preguntan: ¿Quién es el último de la cola?, y luego colocarse detrás de quienes llegaron antes. Cualquier desprevenido podría deducir que se trata de una nimiedad, sin embargo, luego de las batallas sociales que hemos vivido (incluso durante más de cuatro décadas), tal actitud tiene una grandeza cívica que puede llegar a maravillar.


Quienes hemos tenido que soportar las mofas, cinismos, sarcasmos del personal opositor de este país, sabemos lo subestimado que ha sido el acto de hacer colas para servirse de alguna actividad. Estas personas han actuado como si en este país (y en el mundo) jamás se hubiese hecho una cola y lo que agrava más la situación, consideran este hecho una tragedia. Que haya una mayoría de personas que estén aceptando como válidos y cotidianos los actos de hacer una cola organizadamente, para los opositores ha resultado una calamidad. Pues hoy, para su dolor, gente de todas las edades han tomado como práctica preocuparse por no colearse, por respetar a quien llegó primero, por reconocer a quien está de último. Aquí el respeto hay que subrayarlo como un logro superlativo ya que durante los 40 años de la Cuarta República fue el valor más afectado por aquella infamia social; no respetaron el derecho a la vida, menos se podía pretender que el respeto cundiera en las acciones de civismo. 
 

Hoy, en la patria de Bolívar, el acto de hacer la cola en el banco, en el mercado, en la panadería, en el CLAP, en un hospital o en cualquier otra instancia de servicio público o privado se legitima cada vez más con una ética organizativa. Ha sido producto de debates sucedidos en los últimos veinte años de proceso bolivariano, algunos de reclamos airados y muchos de diálogos serenos en el propio sitio de las colas que están volteando la balanza hacia la conciencia para dar ejemplo a niños, niñas y adolescentes. Aún nos falta, sobre todo del lado de la eficiencia de quienes prestan los servicios, los dependientes, los despachadores, cajeros, porque el tiempo influye en la paciencia de los usuarios. Por igual en algunos escenarios de calle pasan contingencias apremientes, como en el abordaje de las busetas que todavía generan caos, pero la necesidad de organización ha hecho que las comunidades tomen partido y ya hay ejemplos de organización relevantes en el abordaje del transporte público.


Para un país al que le fue inoculada la viveza burguesa en su práctica social (la llamada viveza criolla jamás existió porque culpaba al pueblo que la sufría), donde se practicaba el aprovecharse de la buena voluntad de la gente con el fin de sacar ventaja; para un país donde la constante era que los que llegaban después y eran más astutos o tenían un conocido se servían primero; para un país que llegó a ser considerado el más botarata del planeta por encima del charco mayamero; para un país obligado al más grosero individualismo, por obra de una distorsión impuesta a su ser pueblo; que esté creciendo en la ciudadanía un colectivo de gente que no teme (y además quiere honrar) ser el último de la fila, significa una esperanza perenne. 

Aún resisten quienes quieren colearse (incluso de primeros), quienes colean a otros, quienes venden el puesto, quienes hacen la cola hacia los lados y nunca hacia atrás, sin embargo, el número cada vez mayor de compatriotas que sabe esperar a ser atendido porque hizo su cola reglamentaria y pregunta por el último para incluirse, crece en la medida que crece la conciencia de un proceso político transformador, para anunciarnos un valioso porvenir. Tener conciencia de que siendo los últimos (primeros de nuestro propio tiempo de conciencia) llegaremos hasta el comienzo de la cola y nos proveeremos de los servicios que garantiza un proceso (y un gobierno) es una metáfora social de incalculable valor. Haciendo la cola llegamos todos a la conciencia; coleándonos nunca llegaremos.


El combatiente Ernesto Che Guevara estableció en la columna guerrillera de la cual era el comandante, que el ritmo, tiempo o paso lo llevaba el último y no el primero; eran los heridos y los enfermos quienes marcaban la andadura de la marcha beligerante. Así se diferenció del ejército convencional burgués donde el ritmo lo lleva el jefe, quien además va montado en un vehículo. Esta noción subversiva, trasgresora, transformadora del Che le permitió dirigir con severidad, rectitud, firmeza a su columna de raudos guerreros. 
 

En las colas se hace práctica el preocuparse por el último de la columna que observó el Che. Sobre todo en los jóvenes, existe esta preocupación que ahora mismo nos vincula a un hacer que fortalece al ser social, inspira al sujeto ciudadano y ciudadana y lo proyecta al porvenir con esperanza tangible. Y quizás lo más importante desde la dimensión política: ésta es una actitud socialista porque demuestra que se piensa en el otro, se reconoce al otro como legitimo (dignidad), se evidencia que es posible una transformación de la conciencia y las actitudes desde el mismo ejercicio cotidiano, se piensa en el débil, el desfavorecido, el postergado, el desheredado. Socialismo no es únicamente recitar consignas o proverbios militantes. Para que se den los grandes procesos transformadores es necesario que ocurran y se consoliden en las actividades pequeñas estas actitudes cívicas que sientan las bases sólidas para la República que se hace diferente día a día porque ya es una realidad. Desde ya, la costumbre está siendo preguntar por el último de cola y esto es socialismo.
 

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con este articulo. Yo agregaría algo que engo haciendo con otros compatriotas. Cuando alguien en la cola dice: "es que somos flojos, somos botarate, somos corruptos..." le salgo al aso y le digo: " será usted, porque yo no soy así"

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