En
procesos de transformación social trascendentes como el venezolano,
las expresiones de cambio en las personas y en el ejercicio social
son constantes, algunas visibles, conmovedoras como la modificación
de los hábitos alimenticios que ha sucedido de manera muy favorable,
otras se nos ocultan o pasan desapercibidas porque son paulatinas,
sutiles; hay que estar muy atentos para captarlas, saberlas mirar; se
les dedica las interpretaciones del pueblo que somos en la dinámica
de sus acciones, atrapadas en la complejidad, que traslucen finos
tejidos de luz en la realidad y el resultado es el encandilamiento
que dificulta mirar con detenimiento.
Desde
1998 hasta hoy, Venezuela se ha transformado socialmente de manera
sorprendente. Y no se trata del mero cambio por el paso del tiempo o
por la avalancha generacional. No. Se trata de una transformación
por efectos de un proceso político que se ha vivido con intensidad.
Una pista interesante de este cambio la podemos palpar en la actitud
ciudadana que tiende a generalizarse cuando no pocos llegan a algún
lugar donde se busca recibir algún servicio o bien público y
preguntan: ¿Quién es el último de la cola?, y luego
colocarse detrás de quienes llegaron antes. Cualquier desprevenido
podría deducir que se trata de una nimiedad, sin embargo, luego de
las batallas sociales que hemos vivido (incluso durante más de
cuatro décadas), tal actitud tiene una grandeza cívica que puede
llegar a maravillar.
Quienes
hemos tenido que soportar las mofas, cinismos, sarcasmos del personal
opositor de este país, sabemos lo subestimado que ha sido el acto de
hacer colas para servirse de alguna actividad. Estas personas han
actuado como si en este país (y en el mundo) jamás se hubiese hecho
una cola y lo que agrava más la situación, consideran este hecho
una tragedia. Que haya una mayoría de personas que estén aceptando
como válidos y cotidianos los actos de hacer una cola
organizadamente, para los opositores ha resultado una calamidad.
Pues hoy, para su dolor, gente de todas las edades han tomado como
práctica preocuparse por no colearse, por respetar a quien llegó
primero, por reconocer a quien está de último. Aquí el respeto hay
que subrayarlo como un logro superlativo ya que durante los 40 años
de la Cuarta República fue el valor más afectado por aquella
infamia social; no respetaron el derecho a la vida, menos se podía
pretender que el respeto cundiera en las acciones de civismo.
Hoy,
en la patria de Bolívar, el acto de hacer la cola en el banco, en el
mercado, en la panadería, en el CLAP, en un hospital o en cualquier
otra instancia de servicio público o privado se legitima cada vez
más con una ética organizativa. Ha sido producto de debates
sucedidos en los últimos veinte años de proceso bolivariano,
algunos de reclamos airados y muchos de diálogos serenos en el
propio sitio de las colas que están volteando la balanza hacia la
conciencia para dar ejemplo a niños, niñas y adolescentes. Aún nos falta,
sobre todo del lado de la eficiencia de quienes prestan los servicios, los
dependientes, los despachadores, cajeros, porque el tiempo influye en
la paciencia de los usuarios. Por igual en algunos escenarios de
calle pasan contingencias apremientes, como en el abordaje de las
busetas que todavía generan caos, pero la necesidad de organización
ha hecho que las comunidades tomen partido y ya hay ejemplos de
organización relevantes en el abordaje del transporte público.
Para
un país al que le fue inoculada la viveza burguesa en su
práctica social (la llamada viveza criolla jamás existió
porque culpaba al pueblo que la sufría), donde se practicaba el
aprovecharse de la buena voluntad de la gente con el fin de sacar
ventaja; para un país donde la constante era que los que llegaban
después y eran más astutos o tenían un conocido se servían
primero; para un país que llegó a ser considerado el más botarata
del planeta por encima del charco mayamero; para un país obligado al
más grosero individualismo, por obra de una distorsión impuesta a
su ser pueblo; que esté creciendo en la ciudadanía un
colectivo de gente que no teme (y además quiere honrar) ser el
último de la fila, significa una esperanza perenne.
Aún resisten
quienes quieren colearse (incluso de primeros), quienes colean a
otros, quienes venden el puesto, quienes hacen la cola hacia los
lados y nunca hacia atrás, sin embargo, el número cada vez mayor de
compatriotas que sabe esperar a ser atendido porque hizo su cola
reglamentaria y pregunta por el último para incluirse, crece en la
medida que crece la conciencia de un proceso político transformador,
para anunciarnos un valioso porvenir. Tener conciencia de que siendo
los últimos (primeros de nuestro propio tiempo de conciencia)
llegaremos hasta el comienzo de la cola y nos proveeremos de los
servicios que garantiza un proceso (y un gobierno) es una metáfora
social de incalculable valor. Haciendo la cola llegamos todos a la
conciencia; coleándonos nunca llegaremos.
El
combatiente Ernesto Che Guevara estableció en la columna guerrillera
de la cual era el comandante, que el ritmo, tiempo o paso lo llevaba
el último y no el primero; eran los heridos y los enfermos quienes
marcaban la andadura de la marcha beligerante. Así se diferenció
del ejército convencional burgués donde el ritmo lo lleva el jefe,
quien además va montado en un vehículo. Esta noción subversiva,
trasgresora, transformadora del Che le permitió dirigir con
severidad, rectitud, firmeza a su columna de raudos guerreros.
En
las colas se hace práctica el preocuparse por el último de la
columna que observó el Che. Sobre todo en los jóvenes, existe esta
preocupación que ahora mismo nos vincula a un hacer que fortalece al
ser social, inspira al sujeto ciudadano y ciudadana y lo proyecta al
porvenir con esperanza tangible. Y quizás lo más importante desde
la dimensión política: ésta es una actitud socialista porque
demuestra que se piensa en el otro, se reconoce al otro como legitimo
(dignidad), se evidencia que es posible una transformación de la
conciencia y las actitudes desde el mismo ejercicio cotidiano, se
piensa en el débil, el desfavorecido, el postergado, el desheredado. Socialismo no es únicamente recitar consignas o proverbios militantes.
Para que se den los grandes procesos transformadores es necesario
que ocurran y se consoliden en las actividades pequeñas estas
actitudes cívicas que sientan las bases sólidas para la República
que se hace diferente día a día porque ya es una realidad. Desde
ya, la costumbre está siendo preguntar por el último de cola y esto
es socialismo.
Totalmente de acuerdo con este articulo. Yo agregaría algo que engo haciendo con otros compatriotas. Cuando alguien en la cola dice: "es que somos flojos, somos botarate, somos corruptos..." le salgo al aso y le digo: " será usted, porque yo no soy así"
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