domingo, 24 de febrero de 2019

EL RESPLANDOR PUEDE LEER TU TERROR



Lo culturalmente dedicado a niños y niñas es relativamente moderno. En los llamados periodos de antigüedad y edad media, la infancia era un tránsito humano muy difícil, por las enfermedades y por el maltrato. Todas las mitologías de las culturas europeas están llenas de historias donde dioses y reyes planean asesinar recién nacidos por temor a ser desplazados de sus reinos. En Roma los sumos sacerdotes asesinaban a los varones catalogados de «elegidos» al mirarlos a los ojos, porque venían a enfrentar sus poderes. Cuando El Nazareno dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí», estaba expresando algo verdaderamente revolucionario, por esto Herodes ya lo había matado mil veces en el dolor de otros niños. Lo que hoy llamamos «cuentos infantiles» no tiene ese origen. Eran historias que según el estudioso ruso Vladimir Proff, explicaban los ritos iniciáticos y luego tornaron hacia la crítica social.

El niño en el cuento infantil llamado clásico es víctima (Hansel y Gretel) por lo cual el argumento es una denuncia. La tendencia infantil (cuento para niños—discriminada la niña) deviene paulatinamente luego de la revolución francesa, cuando mujeres e infancia entran en la ciudadanía; como pasa con el llamado género literario de terror que en su trascendencia y calidad, no tiene origen ni finalidad infantiles. Si el gran escritor estadounidense Edgar Allan Poe escuchara que sus cuentos entretienen hoy a niños y niñas volvería a morir pero de la risa. Igual pasa con el cine. Una película de “terror” buena para la infancia y adolescencia tiene que ser “divertida”. Los grandes filmes de terror son abominados por niños y niñas, porque están pensados y producidos para la adultez; mientras más rechazo infantil-juvenil el filme tiene mayor calidad porque es “aburrido”. 

TÉCNICA Y ARTE A FAVOR DEL TERROR 

Ningún filme de terror como El Resplandor (1980). Tomando un texto del escritor Stephen King, el gran realizador Stanley Kubrick nos deja esta muestra de alta calidad cinematográfica. Desde la primera secuencia el clima va integrando a la audiencia en un contexto de «soledad fílmica» envolvente. Es imposible no dejarse ir en esa deriva sobre el lago, acompañada de una danza musical (compuesta por Wendy Carlos) que nos ofrece lentitud, languidez, símbolo del alma del escritor Jack Torrence (Jack Nicholson) que busca la nada en un sitio completamente desconocido (propio del estadounidense de clase media) arrastrado por una mezcla de soledad, curiosidad y conformismo.

El hotel Overlook es la escena toda y a la vez todo el filme. Kubrick logra que el hotel no sea como lo vemos sino como lo comenzamos a imaginar. Después de ver el filme, aquel sitio se nos queda por varias semanas en la memoria, con el terror que produjo. Lo vemos con el iniciático invierno cayendo y las capas de nieve colgándose de un blanco invasor en las montañas. Los legendarios «travellings» hechos cuando el niño Danny Torrance (Danny Lloyd) recorre los pasillos montado en su triciclo con un ruido arrollador, provocan que la desmesura de la estancia la sintamos mucho más grande y enigmática. Tales escenas fueron logradas con un dispositivo de cámara inventado por Garrett Brown.

Utiliza Kubrick la metáfora del mítico Laberinto de Creta, valiéndose de la psicoanalítica imagen mental de un Jack maquinando castigos y perversidades contra Wendy su mujer (Shelley Duvall) y su hijo Danny, quienes recorren saludablemente un jardín en forma de laberinto que está en el patio del Hotel. Se trata de la maldad creciendo en el alma de un ser aquejado por una perturbación psíquica, frente a la inocencia que busca adaptarse a un sitio poseído por un maleficio perenne y desconocido. Las recurrentes escenas del «baño de sangre» que baja por la escalera —en el filme, la sangre es un personaje con sobriedad— acompañadas de un sonido vibrante, acrecientan el terror con sensaciones de premonición inigualables. Igual ruido impacta y contribuye con la tensión de la audiencia, un martilleo seco, constante, aunque sólo se trata de Jack golpeando la pared con una pelotica de goma, mostrando con su tedio la patología oculta. 

UNIDOS POR «EL RESPLANDOR» 

Hay ejemplos de ternura en el terror clásico, a saber: la del Dr. Frankenstein hacia el Monstruo, la del conde Drakula hacia sus damiselas; así hay ternura entre Danny y el cocinero Dick Halloran (Scatman Crothers) unidos por El Resplandor. Es una habilidad telepática que permite el diálogo mental con los iguales, la compresión del mundo y la anticipación a través de visiones que ya el viejo afroamericano controlaba y Danny mediaba a través de su amigo imaginario «Tony». Este prodigio nos solidariza con el filme y organiza nuestras tensiones, ya que alguna vez hemos experimentado este tipo de circunstancias sobrenaturales. ¿Quién alguna vez no ha sentido una voz interior conocida o desconocida hablándole con presentimiento?¿Cuántos no hemos hecho ejercicios tele-kinésicos en búsqueda de aproximarnos a manifestaciones físicas sobrenaturales? ¿Cuánta sincronicidad no pasa por nuestra experiencia diaria, sin que nos detengamos a reflexionarla?

El Hotel era gobernado por fuerzas del mal que fueron advertidas parcialmente por el gerente hotelero (Barry Nelson) sin que Jack estimara peligro, mientras su hijo Danny presentía lo que se venían sobre sus realidades desde visiones fantasmagóricas. El viejo Dick quedó comunicado con el niño, de Colorado a Florida, a través de su habilidad común porque la tragedia se aproximaba y parecía no haber manera de detenerla. Seguimos a Jack en su paso del mal humor a la locura, de la amenaza al maltrato, de la persecución al CRIMEN, mientras Danny escribía esta palabra (inglés) en un espejo como metáfora de «habitación roja». ¡La sangre estaba echada! 

DEL MIEDO AL TERROR 

Como en todo filme hay un casting por el cual pasan varios actores y actrices desde la reflexión de directores y productores; pudieron haber sido Robert de Niro (Jack) o Jessica Lange (Wendy), sin embargo, la simbiosis actoral del filme lograda es sobresaliente. Este escritor enloquecido no pudo haber sido otro que Jack Nicholson, así como esa mujer débil, sumisa y vulnerable jamás hubiese sido otra diferente a Shelley Duvall, quien repitió 127 veces la escena en la cual se defiende con un bate de beisbol de su marido enloquecido, subiendo de espaldas una escalera. El terror expresado por el personaje Wendy es conmovedor hasta el punto que la escena del baño (ícono de los filmes de terror) provoca la exasperación de la audiencia.

Era ya laureado Nicholson cuando acometió este trabajo actoral, sin embargo, no hay duda que este logro marcó por mucho tiempo su carrera. La alta temperatura terrorífica acrecentada al final del filme es lograda en buena parte por el extraordinario histrionismo expresado en el personaje Jack Torrence. Aunque su motivación criminal fue argumentada sobre la base del «mal de montaña», no queda la menor duda que del escritor se apoderó un deseo de matar a su esposa y a su hijo. 

La figura infantil a través del personaje Danny es tratada con respeto y dignidad. Se reivindica su habilidad telepática, el martirio por las premoniciones fantasmales que sufre y su inteligencia para burlar las situaciones peligrosas. La intervención sobrenatural en la trama se refiere en buena parte del filme a su telepatía, aunque la madre las observa y al final presencia el desencadenamiento de la malignidad del Hotel. La concepción de la escena donde Jack persigue a Danny en el laberinto lleno de nieve y la manera como el niño desvía el recorrido son inigualables, así como la cojera que observa el criminal, cuya estampa recuerda a todos los jorobados televisivos, imaginados en las noches de insomnio. La fotografía final refiere el eterno retorno.


Nuestro agradecimiento al Semanario Las Verdades de Miguel por la publicación del presente artículo en el año 2011

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