El
mundo se estremeció el 22 de noviembre de 1963 debido al asesinato
del presidente John F. Kennedy. Gentes en las calles no daban crédito
a tan sorpresivo suceso. Personas incluso fuera de Estados Unidos
(EEUU) mostraban tristeza y hasta lágrimas de pesar. A pocas horas
del magnicidio, ya se difundía en los medios mundiales el nombre de
un único asesino: Lee Harvey Oswald.
Cuando Kennedy es asesinado en Dallas, Texas, gozaba de enorme
popularidad entre la ciudadanía estadounidense y fuera de ese país
se le consideraba un Presidente que tomaba en cuenta a la población
pobre y al pueblo afroamericano. En el imaginario mundial, Kennedy
era un mandatario que parecía dar un viraje significativo frente a
las políticas que ese país promovía en sus relaciones con el
mundo, de allí su buena imagen.
OLIVER STONE |
Recordemos
tiempos en que EEUU se fortalecían como potencia mundial. Se
promovía en todos los países su american
way of life y su “alianza para el
progreso” era la alternativa frente a las guerrillas locales; todo
esto en medio de tres vitales escenarios de confrontación, tales
fueron: la llamada Guerra Fría, la invasión al Vietnam y la
Revolución Cubana dentro del avance del comunismo y en medio de la
continuidad macarthista (fascista) que promovía un anticomunismo
feroz. Las tensiones libradas por esta coyuntura produjeron graves
contradicciones dentro de una potencia entonces en proceso de
afirmación hegemónica y es bastante probable que las mismas hayan
dado al traste con la política de quienes intentaron librar un
camino que se desvió del rumbo hegemónico tradicional
ultraderechista. John F. Kennedy estuvo en el centro de esa tangente
fallida y Oliver Stone revive con significativa visualidad estos
sucesos imborrables en su filme JFK
(1991).
DILEMA
ENTRE GUERRA Y PAZ
La
guerra es el sentido factual de toda potencia hegemónica. Ningún
Estado que pretenda colocarse dominando a otros, puede prescindir del
estamento bélico y la agresión por todos los medios. La paz para
ensanchar el dominio de una potencia sobre otros territorios, no sólo
es un contrasentido sino un mecanismo de manipulación y muchas veces
de chantaje. Para una potencia hegemónica la paz es un sainete. Es
por esta razón que al igual que otras potencias de la historia, los
EEUU buscan y encuentran la racionalidad de su hegemonía en la
instrumentalización de la guerra desde todo planteamiento, así sea
el más tibio. De allí la inicial e integral coherencia del filme de
Stone, cuando muestra al general Eisenhower (al despedirse de su
periodo presidencial) advirtiendo acerca del riesgo de dejar el rumbo
de ese Estado en la enorme estructura militar creada en los EEUU.
Precisamente quien sucede a este militar en la presidencia fue JFK.
Dentro
de la llamada Guerra Fría se enfrentaban las ideologías comunista y
capitalista y una contradicción para la nueva potencia imperial
capitalista en pleno desarrollo (EEUU) era el hecho de quedar
abanderada con el emblema de la paz del mundo, luego de finalizada la
llamada segunda guerra mundial. Era una contradicción de la que
habían de librarse lo más pronto posible. Aunque todos los
gobiernos de EEUU de la postguerra firmaron tratados en nombre de la
paz e hicieron lo contrario en lo geopolitico, siempre hubo pretextos
que desembocaban en la lucha contra el fantasma comunista. Sin
embargo, para comienzos de la década de los años 60 del siglo XX el
círculo imperial se iba cerrando y la gran potencia debía decidir
entre promover la guerra con el maquillaje de un discurso pacifista o
ir a fondo con una práctica imperial extrema que dejara atrás
románticas remembranzas. Stone nos muestra en su filme, ese paso
trascendente que desembocó en varias crisis y factuales
contradicciones conducentes al fascismo actual.
MAFIAS
Y PRESIDENCIA: DUO IMPRESCINDIBLE
Ya
no es ningún secreto que a EEUU la gobiernan mafias de diversa
índole. Desde inmemoriales épocas, allí se fueron conformando
grupos de poder alrededor del imperio capitalista donde se
naturalizaron y se conformaron lógicas a través de las cuales ese
Estado aparente, tangencia una sociedad oculta en donde esos poderes
negocian con los destinos del mundo. Hasta la llegada de JFK esta
realidad era apenas un torbellino interno. La llamada guerra de Corea
pone de manifiesto este apetito internacional; pero son la revolución
cubana y el proceso vietnamita los que agudizan fieramente estas
contradicciones. En 1962 ocurre la crisis de los cohetes rusos en
territorio cubano que obliga a negociar a EEUU (capitalista) con la
URSS (comunista) con el agravante de un mundo al borde de otra guerra
(esta vez nuclear). En vista del fracaso de la invasión a Playa
Girón (Cuba), JFK decide intervenir y eliminar los campamentos
contrarrevolucionarios y sustituir a los sempiternos jefes de la CIA
(Alan y Foster Dulles): ése fue el comienzo de su perdición. El
otro factor crucial fue una acción a favor de la salida del ejército
de EEUU del territorio vietnamita. Con esta medida, Kennedy se
colocaba en decidido enfrentamiento con todas las compañías
multimillonarias que vivían de proveer material de guerra: aquí se
puso la soga al cuello. Esta crisis en el estamento más reaccionario
del mundo, aceleró el proceso de colocar al resto de las mafias
(italiana, sionista, batistera, KKK, Pentágono, etc…) en contra
del popular Presidente al que una vez apoyaron.
MEMORIAS
DE UN ESTADO FORAJIDO
Algo
de admirar en la hegemonía yanqui es su sobresaliente capacidad de
prevención. La más rancia ultraderecha previó los convulsos
sucesos que vendrían con la aceleración de las luchas por los
derechos civiles, el sentimiento antibélico y la toma de conciencia
ciudadana por la paz que posteriormente se manifestaron en los años
60 en suelo estadounidense. Supo esa derecha macarthista anticipar la
crisis terminal del american way of life
y de la alianza para el progreso al
lanzarse en un magnicidio que produjo un golpe de Estado. Un gobierno
como el de Kennedy que develaba tal contradicción interna, hubiese
sido catalizador de una revolución progresista dentro de los EEUU
con ritmo social imparable (triunfante) y hoy esta página, junto al
filme de Stone, hubiesen sido innecesarios; además, el dilema de JFK
no hubiese sido preservarse o morir sino renunciar o pasarse al campo
revolucionario. La historia hoy es que fue vilmente asesinado.
Lo
magistral del filme es haber hecho de una ficción una situación tan
real que al final parece un documental. Cuando el fiscal Jim
Garrison (Kevin Costner) se aleja junto
a su esposa e hijo en la última escena, luego de finalizado el
juicio de la ficción, nos parece haber sido parte del juicio real,
junto a todo el proceso judicial y personal de los protagonistas
reales, los cuales transcurrieron ante los ojos de un mundo, víctima
del engaño más abominable tramado por poder alguno. Cuando vemos el
video original de Zapruder que testimonió la masacre, ridiculizado
luego en el animado «Los Simpsom»;
cuando recordamos la calle Elm donde
se cometió el magnicidio, luego satanizada en la saga «Pesadilla
en la Calle del Infierno» (Craven,
1984), nos damos cuenta que tras la muerte de JFK
han gravitado los factores de poder más
perversos del planeta, creando una realidad y un solo asesino: Oswald
(Gary Olman) y ocultando la verdad (una conspiración
mafioso—militar). Oliver Stone parece decirnos con su filme que
desde aquel 22 de noviembre de 1963, donde varios francotiradores
dispararon sobre JFK, su esposa, el vicepresidente y su chofer; en
ese país llamado EEUU, la ultraderecha patentó su estatus de
«estado forajido»
y ese poder delincuencial impuesto, oprime hasta hoy a todos los
pueblos del mundo, en nombre de una libertad bañada en sangre.
NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013
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