domingo, 14 de abril de 2019

LA LEY DE HERODES: «O TE CHINGAS O TE JODES»



Si utilizamos una metáfora proveniente del boxeo, podemos decir que libra por libra, el político más genial y significativo de todo el siglo XX fue sin lugar a dudas Vladimir Ilich Lenin. Quienes abrazaron el determinismo neoliberal de finales del siglo XX, le atribuyeron a Lenin un sin fin de defectos y equívocos a su visión política, sobre todo luego de la caída del Muro de Berlín, sin embargo, debemos ratificar que sin su genial pensamiento, nada de lo ocurrido durante aquellos cien años convulsos, tumultosos y extraordinarios, hubiese tenido la repercusión que hoy podemos dar cuenta.

De los incontables logros atribuibles al pensamiento y acción de este revolucionario ruso; además de haber elaborado desde una dialéctica sorprendente y versada, la conjunción de su praxis política con el pensamiento de Carlos Marx; y haber dimensionado la acción revolucionaria como un espacio de agitación política concreta en las calles y de propaganda del movimiento de los trabajadores del mundo; y haber fortalecido el internacionalismo proletario venido de ese glorioso e imperecedero: «¡Proletarios del mundo, uníos!»; y haber puesto a cada quien en su clase social correspondiente; y haber materializado la primera revolución de los trabajadores y campesinos habida en el mundo; podemos decir que Lenin supo organizar, dinamizar y sentar las bases iniciales, de lo que para él fue el instrumento trascendente de la lucha planteada para los trabajadores del planeta: el partido de la clase oprimida. 

El sobresaliente filme «La Ley de Herodes» (1999) del mexicano Luis Estrada, contiene las preocupaciones dejadas por todo un siglo de prácticas con el partido político forjado por Lenin. Estrada nos muestra al partido leninista, no desde sus logros y grandezas que tuvo, sin lugar a dudas, sino desde su más honda miseria. La crisis del partido leninista, luego de transitar por la debacle de tirios y troyanos —socialdemócratas y socialcristianos— hoy discutida con apresurada reflexión por las nuevas generaciones de la política, queda completamente desnuda ante nuestros ojos de audiencia y aunque los detalles del filme son mexicanos, el argumento puede ser colocado en cualquier país del Abya Yala con sorprendente cabida. Cualquier sigla de los partidos que han desolado a nuestros pueblos con politiquería y miserias, desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia, puede sustituir a este PRI dibujado por Luis Estrada.

DEL BASURERO PARTIDO AL PARTIDO BASURERO

Como dependiente de un basurero, Juan Vargas (Damián Alcázar) fue visitado por un emisario del Partido de la Revolución Institucionalizada (PRI) con la finalidad de ser encargado de la Alcaldía del pueblo de San Pedro de los Saguaros. El alcalde anterior había sido decapitado por gentes enardecidas, cuando huía del pueblo con los dineros públicos. El licenciado López (Pedro Armendáriz Jr.) quien aspiraba a la gobernación del estado, adorna a Vargas con elogios, lo estimula con halagos, lo auspicia con retóricas, sin embargo lo subestima. ¡Claro! el pueblo de San Pedro de los Saguaros es una comunidad muy alejada de la capital, de mayoritaria población indígena, en condiciones de alto analfabetismo y abandono institucional marcado. 

El guión nos muestra el recorrido de Vargas y su esposa (Leticia Hijara) a través del México que conocemos como Patria Grande: desértico, polvoriento, con gentes empobrecidas y a un Vargas, como todo politiquero citadino de baja monta de nuestros países, antiguo holgazán, indiferente al partido que lo auspicia, desconocedor absoluto del país donde ha nacido y mucho más ignorante del pueblo adonde conduce su misión política. Vargas transita con su consorte aquel México inhóspito, llenándose de ilusiones venidas de su imaginario politiquero y al llegar a San Pedro de los Saguaros con las esperanzas de su mujer en la oreja, recibe un golpe a sus aspiraciones, al ver que los imaginarios trazados no se correspondían con la realidad. Un secretario amable y enjuto (Salvador Sánchez) los recibe y les muestra la honda pobreza del pueblo y la crisis dejada por el alcalde anterior. Cae en cuanta el nuevo alcalde que el puesto no se lo dieron por reconocimiento sino por pendejo.

FICHAS INEQUIVOCAS QUE AHORCARON AL PARTIDO

Con apenas unas vulgares entelequias y un par de consignas vacías dichas por sus mentores, Vargas asume la alcaldía. El partido no le dio un plan concreto sino la urgencia de asumir el cargo, para cubrir el posible desprestigio ante la debacle del alcalde anterior, justo en el momento en que las elecciones se aproximaban. Para estos dirigentes lo importante era gritar: «¡Tenemos nuevo alcalde!» El pueblo no les importa para nada. Esta es la primera pista importante que nos deja Estrada: la socialdemocracia traicionó a los pueblos. Ese partido que consolidó a las burguesías de nuestro continente, lo hizo sobre los huesos y sueños de nuestra gente más humilde.

Vargas, ya corrupto por holgazán, hace un esfuerzo inicial en el pueblo por imponer su autoridad, pero se da cuenta que las políticas corruptas del partido habían hecho metástasis en el cuerpo social y formaban parte de las lógicas expresadas. La metáfora elaborada alrededor del personaje Doña Lupe (Isela Vegas) —dueña del lupanar— es grandiosa, al visualizar ante nuestros ojos, el rastrero destino habido en el diálogo del alcalde Vargas (y por ende del partido) con las cabezas visibles del pueblo. La segunda pista de Estrada nos dice que el lenguaje del Cura Pérez (Guillermo Gil), del jurista del Partido Auténtico Nacional PAN (Eduardo López), del gringo Smith (Alex Cox) es el mismo de Doña Lupe, debido a que la perversión del partido contaminó a las comunidades.

¿Por qué un anodino como Vargas encaja perfectamente en esta realidad? Porque es un militante sin formación política crítica y transformadora; Vargas es más bien un reproductor de las lógicas pervertidas que infectaron al partido, debido a la racionalidad burguesa que se impuso. En las últimas décadas del siglo XX, a los partidos social demócratas de nuestro continente les convino formar este tipo de funcionarios rupestres en su origen militante, brutos en su accionar, reproductores de la hegemonía dominante, mentirosos en su hablar, manipuladores en sus ofrecimientos, obedientes en sus relaciones internas. El alcalde Vargas es una metáfora casi perfecta de esta realidad nuestra durante el siglo XX.

LA PERVERSION PERFECTA

El venenoso monstruo incubado en el partido de Lenin fue el “centralismo democrático”, propicio tanto para los desmanes estalinistas como para los corruptos cogollos socialdemócratas. Cuando el alcalde Vargas hizo aguas en el cargo, recibió de los dirigentes un revólver, para imponerse en el pueblo: «¡Disparen primero y averigüe después!». Para los partidos de la socialdemocracia moribunda es imposible gobernar sin aplicar chantaje, violencia y represión hacia el pueblo en nombre de la misma democracia que vocean. Otra pista que nos deja Estrada: el partido socialdemócrata es una mafia. 

Ya pervertido hasta las medias, Vargas modifica la Constitución de la República de su puño y letra y le hace un orificio en sus hojas para guardar dinero: genial metáfora ocurrida en todos nuestros países. Finalmente la violencia se vuelve contra él y la gente quiere lincharlo. Vargas se salva como se han salvado tantos politiqueros corruptos de las venales socialdemocracias que nos han gobernado, porque en dialéctica macabra: el partido salva a Vargas porque Vargas salva al partido. Luis Estrada nos ofrece una lección cinematográfica que los militantes de los partidos políticos del presente y del porvenir deberían aprender: sin formación política revolucionaria no hay partido revolucionario. ¡Lenin Vive, La Lucha Sigue!

NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013

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