Si
utilizamos una metáfora proveniente del boxeo, podemos decir que
libra por libra, el político más genial y significativo de todo el
siglo XX fue sin lugar a dudas Vladimir Ilich Lenin. Quienes
abrazaron el determinismo neoliberal de finales del siglo XX, le
atribuyeron a Lenin un sin fin de defectos y equívocos a su visión
política, sobre todo luego de la caída del Muro de Berlín, sin
embargo, debemos ratificar que sin su genial pensamiento, nada de lo
ocurrido durante aquellos cien años convulsos, tumultosos y
extraordinarios, hubiese tenido la repercusión que hoy podemos dar
cuenta.
De
los incontables logros atribuibles al pensamiento y acción de este
revolucionario ruso; además de haber elaborado desde una dialéctica
sorprendente y versada, la conjunción de su praxis política con el
pensamiento de Carlos Marx; y haber dimensionado la acción
revolucionaria como un espacio de agitación política concreta en
las calles y de propaganda del movimiento de los trabajadores del
mundo; y haber fortalecido el internacionalismo proletario venido de
ese glorioso e imperecedero: «¡Proletarios del mundo, uníos!»;
y haber puesto a cada quien en su clase social correspondiente; y
haber materializado la primera revolución de los trabajadores y
campesinos habida en el mundo; podemos decir que Lenin supo
organizar, dinamizar y sentar las bases iniciales, de lo que para él
fue el instrumento trascendente de la lucha planteada para los
trabajadores del planeta: el partido de la clase oprimida.
El
sobresaliente filme «La Ley de Herodes» (1999) del mexicano
Luis Estrada, contiene las preocupaciones dejadas por todo un siglo
de prácticas con el partido político forjado por Lenin. Estrada nos
muestra al partido leninista, no desde sus logros y grandezas que
tuvo, sin lugar a dudas, sino desde su más honda miseria. La crisis
del partido leninista, luego de transitar por la debacle de tirios y
troyanos —socialdemócratas y socialcristianos— hoy discutida con
apresurada reflexión por las nuevas generaciones de la política,
queda completamente desnuda ante nuestros ojos de audiencia y aunque
los detalles del filme son mexicanos, el argumento puede ser colocado
en cualquier país del Abya Yala con sorprendente cabida. Cualquier
sigla de los partidos que han desolado a nuestros pueblos con
politiquería y miserias, desde el sur del Río Grande hasta la
Patagonia, puede sustituir a este PRI dibujado por Luis Estrada.
DEL
BASURERO PARTIDO AL PARTIDO BASURERO
Como
dependiente de un basurero, Juan Vargas (Damián Alcázar) fue
visitado por un emisario del Partido de la Revolución
Institucionalizada (PRI) con la finalidad de ser encargado de la
Alcaldía del pueblo de San Pedro de los Saguaros. El alcalde
anterior había sido decapitado por gentes enardecidas, cuando huía
del pueblo con los dineros públicos. El licenciado López (Pedro
Armendáriz Jr.) quien aspiraba a la gobernación del estado, adorna
a Vargas con elogios, lo estimula con halagos, lo auspicia con
retóricas, sin embargo lo subestima. ¡Claro! el pueblo de San Pedro
de los Saguaros es una comunidad muy alejada de la capital, de
mayoritaria población indígena, en condiciones de alto
analfabetismo y abandono institucional marcado.
El
guión nos muestra el recorrido de Vargas y su esposa (Leticia
Hijara) a través del México que conocemos como Patria Grande:
desértico, polvoriento, con gentes empobrecidas y a un Vargas, como
todo politiquero citadino de baja monta de nuestros países, antiguo
holgazán, indiferente al partido que lo auspicia, desconocedor
absoluto del país donde ha nacido y mucho más ignorante del pueblo
adonde conduce su misión política. Vargas transita con su consorte
aquel México inhóspito, llenándose de ilusiones venidas de su
imaginario politiquero y al llegar a San Pedro de los Saguaros con
las esperanzas de su mujer en la oreja, recibe un golpe a sus
aspiraciones, al ver que los imaginarios trazados no se correspondían
con la realidad. Un secretario amable y enjuto (Salvador Sánchez)
los recibe y les muestra la honda pobreza del pueblo y la crisis
dejada por el alcalde anterior. Cae en cuanta el nuevo alcalde que el
puesto no se lo dieron por reconocimiento sino por pendejo.
FICHAS
INEQUIVOCAS QUE AHORCARON AL PARTIDO
Con
apenas unas vulgares entelequias y un par de consignas vacías dichas
por sus mentores, Vargas asume la alcaldía. El partido no le dio un
plan concreto sino la urgencia de asumir el cargo, para cubrir el
posible desprestigio ante la debacle del alcalde anterior, justo en
el momento en que las elecciones se aproximaban. Para estos
dirigentes lo importante era gritar: «¡Tenemos nuevo alcalde!»
El pueblo no les importa para nada. Esta es la primera pista
importante que nos deja Estrada: la socialdemocracia traicionó a los
pueblos. Ese partido que consolidó a las burguesías de nuestro
continente, lo hizo sobre los huesos y sueños de nuestra gente más
humilde.
Vargas,
ya corrupto por holgazán, hace un esfuerzo inicial en el pueblo por
imponer su autoridad, pero se da cuenta que las políticas corruptas
del partido habían hecho metástasis en el cuerpo social y formaban
parte de las lógicas expresadas. La metáfora elaborada alrededor
del personaje Doña Lupe (Isela Vegas) —dueña del lupanar—
es grandiosa, al visualizar ante nuestros ojos, el rastrero destino
habido en el diálogo del alcalde Vargas (y por ende del partido) con
las cabezas visibles del pueblo. La segunda pista de Estrada nos dice
que el lenguaje del Cura Pérez (Guillermo Gil), del jurista
del Partido Auténtico Nacional PAN (Eduardo López), del gringo
Smith (Alex Cox) es el mismo de Doña Lupe, debido a que la
perversión del partido contaminó a las comunidades.
¿Por
qué un anodino como Vargas encaja perfectamente en esta realidad?
Porque es un militante sin formación política crítica y
transformadora; Vargas es más bien un reproductor de las lógicas
pervertidas que infectaron al partido, debido a la racionalidad
burguesa que se impuso. En las últimas décadas del siglo XX, a los
partidos social demócratas de nuestro continente les convino formar
este tipo de funcionarios rupestres en su origen militante, brutos en
su accionar, reproductores de la hegemonía dominante, mentirosos en
su hablar, manipuladores en sus ofrecimientos, obedientes en sus
relaciones internas. El alcalde Vargas es una metáfora casi perfecta
de esta realidad nuestra durante el siglo XX.
LA
PERVERSION PERFECTA
El
venenoso monstruo incubado en el partido de Lenin fue el “centralismo
democrático”, propicio tanto para los desmanes estalinistas como
para los corruptos cogollos socialdemócratas. Cuando el alcalde
Vargas hizo aguas en el cargo, recibió de los dirigentes un
revólver, para imponerse en el pueblo: «¡Disparen primero y
averigüe después!». Para los partidos de la socialdemocracia
moribunda es imposible gobernar sin aplicar chantaje, violencia y
represión hacia el pueblo en nombre de la misma democracia que
vocean. Otra pista que nos deja Estrada: el partido
socialdemócrata es una mafia.
Ya
pervertido hasta las medias, Vargas modifica la Constitución de la
República de su puño y letra y le hace un orificio en sus hojas
para guardar dinero: genial metáfora ocurrida en todos nuestros
países. Finalmente la violencia se vuelve contra él y la gente
quiere lincharlo. Vargas se salva como se han salvado tantos
politiqueros corruptos de las venales socialdemocracias que nos han
gobernado, porque en dialéctica macabra: el partido salva a
Vargas porque Vargas salva al partido. Luis Estrada nos ofrece
una lección cinematográfica que los militantes de los partidos
políticos del presente y del porvenir deberían aprender: sin
formación política revolucionaria no hay partido revolucionario.
¡Lenin Vive, La Lucha Sigue!
NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013
Me gustaría ver esa película.
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