domingo, 14 de abril de 2019

VENDAVAL CINEMATOGRÁFICO VIVIDO: ÉRASE UNA VEZ EL SEXO




El genio del realizador italiano Giuseppe Tornatore nos dejó en un filme, maravilla y padecimientos habidos en el cine en toda su historia y la gran fascinación está precisamente en que la trama es adaptable a todo pueblo. Lo planteado en el filme Cinema Paradiso (1988) —desde la censura hasta la implosión de las salas que terminaron alquilándolas a grupos religiosos— ocurrió de la misma manera en cualquier parte. Es irrepetible la escena en donde las audiencias masculinas se rendían ante las imágenes de Brigitte Bardot en «Y Dios Creo a la Mujer» (Vadim, 1956) mostrando lo que jamás se podría volver a sentir de la misma manera. A un mismo momento, el cine significaba una vía para mostrar la sexualidad al mundo.

En Venezuela llega la paulatina muestra del tema sexual de forma muy discreta a las salas de cine y es (una vez más) la década de los años 60, responsable de tal hazaña. Como el discreto cine Urdaneta de hoy, hubo en Caracas ciertos cines que iniciaron la proyección de películas “subidas de tono” —que significaba exhibir muestras con escenas sexuales— en horarios nocturnos. La función comenzaba a las nueve y terminaba a las once de la noche. Sin embargo, estas películas no eran más que insinuaciones (muy pacatas) de escenas de cama, en donde quedaba la increíble y eterna sensación de que las parejas anglosajonas hacen el amor cubiertas por insondables sábanas. Toda escena que rebasara las anchas fronteras de esta mojigatería, desaparecía bajo las implacables tijeras del censor (con toda justicia, Tornatore coloca a un cura en este tétrico oficio). 

ISABEL VIENE, LIBERTAD VA Y VICEVERSA 


«La maestra llega al salón de clases con una minifalda y al sentarse, se da cuenta que las miradas de los niños bajo el escritorio han sido muy sugerentes, por lo cual decide interrogar y aplicar castigo.
¿Luisito hasta donde vio usted? — preguntó la maestra con mucha rabia.
Hasta los tobillos.—Respondió asustado.
¡Suspendido por tres días! ¿Y usted Carlitos?
Hasta los muslos.
¡Suspendido por una semana! ¿Y usted Jorgito?
Hasta las rodillas.
¡Suspendido por tres meses! ¿Y usted Jaimito, hasta dónde vio?
Hasta el año que vieneeeee…»
CHISTE SIN EPOCA

La imborrable década de los años 60 que significó resistencias y rebeliones en Venezuela, no tuvo en las actrices europeas o estadounidenses nuestro emblema sexual genuino, palmarés que se llevan dos inolvidables actrices argentinas: Isabel Sarli y Libertad Leblanc. Con ambas aprendimos tres cuestiones esenciales del género: el argumento no importa en absoluto a las audiencias, la presencia femenina en la sala es inadecuada (se trataba de muestras básicamente machistas) y lo importante es sólo mirar el cuerpo femenino y esperar las ansiadas escenas. Ambas hicieron carreras con un paralelismo de competencia desde finales de la década del 50. Isabel hizo películas hasta el año 2009 y Libertad realizó su última actuación en el año 76.

Para las juventudes de los años 60, el solo decir que se había visto una película de Isabel Sarli o Libertad Leblanc era sinónimo de madurez en el terreno sexual, amén de que se debía tener más de 18 años, pues las películas eran catalogadas “Censura C”. El alarde de haberse “coleado” en alguna función, hecho por muchachos de menor edad, era la pimienta en conversaciones masculinas. Muy atractivo que los exhibidores colocaran en la promoción de estas películas la subcategoría: “prohibida”; pues suscitaba llamados de “atrevimiento” a las audiencias cautivas, además de que los títulos de las películas eran, para la época, muy sugerentes (no nos atrevemos a mencionarlos, para no provocar hilaridad). Es muy importante decir que Isabel y Libertad no hicieron cine de sexo explícito, mostraron un erotismo de poca solvencia estética (desnudos parciales vicariamente cotizados) y nos iniciaron en esa lánguida utilización de la imagen femenina como objeto sexual. 

UNA NARANJA QUE BAILÓ EL ÚLTIMO TANGO DEL OSCURANTISMO CULTURAL 

Repetimos que el gobierno del doctor Rafael Caldera (1968-1973) fue el más represivo de la IV República contra la dimensión cultural. Durante este período se celebró el Congreso Cultural de Cabimas (1970) que denunció el acoso a artistas y cultores de todo el país. Hacer cultura alternativa durante este quinquenio era un riesgo personal y colectivo. Se persiguió particularmente la realización cinematográfica venezolana y latinoamericana que tuvo una fuerte marca de militancia política. Se cerró la Cinemateca Nacional y se prohibió la exhibición de filmes que serían iconos insustituibles del cine mundial, cuyas cargas del tema sexual formaban parte de la trama, tales como La Naranja Mecánica (Kubrick, 1971) y El Último Tango en París (Bertolucci, 1972).

El revuelo mundial que causó la obra de Stanley Kubrick, llego a Venezuela en la poderosa denuncia que revela Anthony Burgess desde su novela homónima. Se trata de la historia de malandros artísticamente mejor realizada en el cine, de la denuncia mejor acabada acerca de los métodos conductistas carcelarios y de la burla a utilización politiquera del sufrimiento ciudadano. Siempre hemos sospechado que la prohibición inicial habida de parte del gobierno calderista fue intencionadamente política, ya que las primeras exhibiciones permitidas, mostraban las escenas sexuales censuradas, cosa que pudo haberse hecho desde el principio. Los rostros de quienes salían de las salas comerciales, luego de hacer inmensas colas, no disimulaban la frustración por la complejidad temática.

La lucha por ver El Último Tango en París tuvo en Caracas ribetes de heroicidad. El escándalo mundial que suscito la cinta llegó hasta el pronunciamiento del Vaticano. Recorrieron el mundo susurros ciudadanos acerca de las escenas sexuales mostradas en el filme, sobre todo la referida a la utilización de la “mantequilla”. Fiel al Opus Dei, el gobierno prohibió la exhibición y amenazó con sanciones y castigos a quienes proyectaran. Osados editores publicaron revistas con la transcripción de partes del filme y algunas fotografías que siempre referían la famosa escena. La venta en quioscos fue aclamada y era casi que victoria popular adquirir discretamente estas asombrosas ediciones, leídas colectivamente en las esquinas como un triunfo a la inquina del gobierno. Luego de las primeras exhibiciones (algunas sometidas a la tijera) los rostros de quienes salían de la sala eran de igual desconcierto. Muchos jamás comprendieron que la temática central de tan extraordinario filme es la honda desolación de la masculinidad occidental. 

EMMANUEL TREPÓ SOBRE EL MITO DE LA GARGANTA PROFUNDA 

Hoy se puede ver en Venezuela y en el mundo cualquier escena sobre sexo, editada desde una infinidad de contextos mediáticos, sin que exista ningún poder discrecional que lo impida, salvo aquellos que salvaguardan la dignidad humana; antes de la llegada de Emmanuel (Jaeckin, 1974) esto era imposible. Aún no se había consolidado en Venezuela un mínimo clima de amplitud cultural, cuando se anuncia la exhibición de este polémico filme erótico protagonizado por la actriz francesa Silvia Kristel. Erraron los exhibidores al publicar inexistentes amenazas de censura que terminaron por provocar tumultos en las primeras funciones y hasta una persona muerta en Caracas. La novedad del filme fue colocar por primera vez a la mujer como sujeta erótica de su destino sexual. Este filme abre paso a una y miles maneras desenfadadas de ver el erotismo y nos prepara la llegada de Garganta Profunda (Damiano, 1972) cuya notoriedad pornográfica, ayer muy decadente, hoy dejó de tener significación alguna. Este vendaval sexual que pasó por nuestras salas, jamás se volverá a sentir de la misma manera.


NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013



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