El
genio del realizador italiano Giuseppe Tornatore nos dejó en un
filme, maravilla y padecimientos habidos en el cine en toda su
historia y la gran fascinación está precisamente en que la trama es
adaptable a todo pueblo. Lo planteado en el filme Cinema
Paradiso (1988) —desde la censura
hasta la implosión de las salas que terminaron alquilándolas a
grupos religiosos— ocurrió de la misma manera en cualquier parte.
Es irrepetible la escena en donde las audiencias masculinas se
rendían ante las imágenes de Brigitte Bardot en «Y
Dios Creo a la Mujer» (Vadim, 1956)
mostrando lo que jamás se podría volver a sentir de la misma
manera. A un mismo momento, el cine significaba una vía para mostrar
la sexualidad al mundo.
En
Venezuela llega la paulatina muestra del tema sexual de forma muy
discreta a las salas de cine y es (una vez más) la década de los
años 60, responsable de tal hazaña. Como el discreto cine Urdaneta
de hoy, hubo en Caracas ciertos cines que iniciaron la proyección de
películas “subidas de tono” —que significaba exhibir muestras
con escenas sexuales— en horarios nocturnos. La función comenzaba
a las nueve y terminaba a las once de la noche. Sin embargo, estas
películas no eran más que insinuaciones (muy pacatas) de escenas de
cama, en donde quedaba la increíble y eterna sensación de que las
parejas anglosajonas hacen el amor cubiertas por insondables sábanas.
Toda escena que rebasara las anchas fronteras de esta mojigatería,
desaparecía bajo las implacables tijeras del censor (con toda
justicia, Tornatore coloca a un cura en este tétrico oficio).
ISABEL
VIENE, LIBERTAD VA Y VICEVERSA
«La
maestra llega al salón de clases con una minifalda y al sentarse, se
da cuenta que las miradas de los niños bajo el escritorio han sido
muy sugerentes, por lo cual decide interrogar y aplicar castigo.
—¿Luisito
hasta donde vio usted? — preguntó la maestra con mucha rabia.
—Hasta
los tobillos.—Respondió asustado.
—¡Suspendido
por tres días! ¿Y usted Carlitos?
—Hasta
los muslos.
—¡Suspendido
por una semana! ¿Y usted Jorgito?
—Hasta
las rodillas.
—¡Suspendido
por tres meses! ¿Y usted Jaimito, hasta dónde vio?
—Hasta
el año que vieneeeee…»
CHISTE
SIN EPOCA
La
imborrable década de los años 60 que significó resistencias y
rebeliones en Venezuela, no tuvo en las actrices europeas o
estadounidenses nuestro emblema sexual genuino, palmarés que se
llevan dos inolvidables actrices argentinas: Isabel
Sarli y Libertad
Leblanc. Con ambas aprendimos tres
cuestiones esenciales del género: el argumento no importa en
absoluto a las audiencias, la presencia femenina en la sala es
inadecuada (se trataba de muestras básicamente machistas) y lo
importante es sólo mirar el cuerpo femenino y esperar las ansiadas
escenas. Ambas hicieron carreras con un paralelismo de competencia
desde finales de la década del 50. Isabel hizo películas hasta el
año 2009 y Libertad realizó su última actuación en el año 76.
Para
las juventudes de los años 60, el solo decir que se había visto una
película de Isabel Sarli o Libertad Leblanc era sinónimo de madurez
en el terreno sexual, amén de que se debía tener más de 18 años,
pues las películas eran catalogadas “Censura
C”. El alarde de haberse “coleado”
en alguna función, hecho por muchachos de menor edad, era la
pimienta en conversaciones masculinas. Muy atractivo que los
exhibidores colocaran en la promoción de estas películas la
subcategoría: “prohibida”;
pues suscitaba llamados de “atrevimiento”
a las audiencias cautivas, además de que los títulos de las
películas eran, para la época, muy sugerentes (no nos atrevemos a
mencionarlos, para no provocar hilaridad). Es muy importante decir
que Isabel y Libertad no hicieron cine de sexo explícito, mostraron
un erotismo de poca solvencia estética (desnudos parciales
vicariamente cotizados) y nos iniciaron en esa lánguida utilización
de la imagen femenina como objeto sexual.
UNA
NARANJA QUE BAILÓ EL ÚLTIMO TANGO DEL OSCURANTISMO CULTURAL
Repetimos
que el gobierno del doctor Rafael Caldera (1968-1973) fue el más
represivo de la IV República contra la dimensión cultural. Durante
este período se celebró el Congreso Cultural de Cabimas (1970) que
denunció el acoso a artistas y cultores de todo el país. Hacer
cultura alternativa durante este quinquenio era un riesgo personal y
colectivo. Se persiguió particularmente la realización
cinematográfica venezolana y latinoamericana que tuvo una fuerte
marca de militancia política. Se cerró la Cinemateca Nacional y se
prohibió la exhibición de filmes que serían iconos insustituibles
del cine mundial, cuyas cargas del tema sexual formaban parte de la
trama, tales como La Naranja Mecánica
(Kubrick, 1971) y El Último Tango en
París (Bertolucci, 1972).
El
revuelo mundial que causó la obra de Stanley Kubrick, llego a
Venezuela en la poderosa denuncia que revela Anthony Burgess desde su
novela homónima. Se trata de la historia de malandros artísticamente
mejor realizada en el cine, de la denuncia mejor acabada acerca de
los métodos conductistas carcelarios y de la burla a utilización
politiquera del sufrimiento ciudadano. Siempre hemos sospechado que
la prohibición inicial habida de parte del gobierno calderista fue
intencionadamente política, ya que las primeras exhibiciones
permitidas, mostraban las escenas sexuales censuradas, cosa que pudo
haberse hecho desde el principio. Los rostros de quienes salían de
las salas comerciales, luego de hacer inmensas colas, no disimulaban
la frustración por la complejidad temática.
La
lucha por ver El Último Tango en París
tuvo en Caracas ribetes de heroicidad. El escándalo mundial que
suscito la cinta llegó hasta el pronunciamiento del Vaticano.
Recorrieron el mundo susurros ciudadanos acerca de las escenas
sexuales mostradas en el filme, sobre todo la referida a la
utilización de la “mantequilla”. Fiel al Opus Dei, el gobierno
prohibió la exhibición y amenazó con sanciones y castigos a
quienes proyectaran. Osados editores publicaron revistas con la
transcripción de partes del filme y algunas fotografías que siempre
referían la famosa escena. La venta en quioscos fue aclamada y era
casi que victoria popular adquirir discretamente estas asombrosas
ediciones, leídas colectivamente en las esquinas como un triunfo a
la inquina del gobierno. Luego de las primeras exhibiciones (algunas
sometidas a la tijera) los rostros de quienes salían de la sala eran
de igual desconcierto. Muchos jamás comprendieron que la temática
central de tan extraordinario filme es la honda desolación de la
masculinidad occidental.
EMMANUEL
TREPÓ SOBRE EL MITO DE LA GARGANTA PROFUNDA
Hoy
se puede ver en Venezuela y en el mundo cualquier escena sobre sexo,
editada desde una infinidad de contextos mediáticos, sin que exista
ningún poder discrecional que lo impida, salvo aquellos que
salvaguardan la dignidad humana; antes de la llegada de Emmanuel
(Jaeckin, 1974) esto era imposible. Aún
no se había consolidado en Venezuela un mínimo clima de amplitud
cultural, cuando se anuncia la exhibición de este polémico filme
erótico protagonizado por la actriz francesa Silvia
Kristel. Erraron los exhibidores al
publicar inexistentes amenazas de censura que terminaron por provocar
tumultos en las primeras funciones y hasta una persona muerta en
Caracas. La novedad del filme fue colocar por primera vez a la mujer
como sujeta erótica de su destino sexual. Este filme abre paso a una
y miles maneras desenfadadas de ver el erotismo y nos prepara la
llegada de Garganta Profunda (Damiano,
1972) cuya notoriedad pornográfica, ayer muy decadente, hoy dejó de
tener significación alguna. Este vendaval sexual que pasó por
nuestras salas, jamás se volverá a sentir de la misma manera.
NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013
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