“¡Mañana
es la cosa!” le dicen en un mensajito a través del celular.
Respiró profundo esa noche, como si fuese la más crucial de su
vida. Tomó una ducha fresca y luego abrió la ventana de la
habitación como queriendo respirar todo el aire que circulaba por El
Paraíso. Miró los barrios aledaños con desprecio y profundo miedo.
Sus padres ya dormían desde hace rato sin tiempo a desearle felices
sueños.
Con
desafuero, hasta entrada la madrugada, continuó mandando twit por
las redes, agitando cualquier avispero que se le atravesara;
agrediendo a quien se le viniera en gana con deseos inconfesables.
Vio una dosis adecuada de televisión con salpicones de entrevistas
programadas desde el Norte hasta dormirse a las tres. Preparó el
termo de agua, la ropa ligera, los deportivos, un sandwich, una
manzana, la gorra y los lentes oscuros.
A
la mañana siguiente, recibió el mensaje clave: “La gente está en
el distribuidor, este gobierno está caído. Ve a reunirte con la
pata”. Al llegar se saludó con seis que ya tienen sus
carros listos; recibieron dos acompañantes y las instrucciones
finales. “Ahora o nunca”- se dicen. “Si. Hoy es el día”.
Suben
a los automóviles y salen en caravana tocando corneta. Él la suena
golpeando con fuerza el volante. Coloca una canción de su
preferencia. Tiene la ventana abierta para seguir lo que dicen en la
calle. Inicia el conteo de partidarios y adversarios. Muerde la
manzana con celeridad e intercambia impresiones con los acompañantes.
Ríen. Recibe algunos cornetazos de respuesta. Cree que los enemigos
son menos porque no les importa. “¡Se jodieron de nuevo!”- le
gritó alguien desde una esquina que pasó como un sitio movible.
Sonrió y le mostró el dedo medio a alguien. Tomó agua y gritó una
marchita que los acompañantes corearon. Dio un recorrido por varias
avenidas donde la cotidianidad caminaba y murmuraba en forma de
gentes. Repetían la marchita con golpes al volante y sonaba la
corneta. En un momento se animó a gritar a los transeúntes:
“¡Salgan! ¡Salgan!”. Algunas risas de la calle quisieron
meterse por la ventana.
¿Trajeron
su sandwich?- preguntó y miró en el reloj la hora señalada. Dejó
a los acompañantes en sitios diferentes. Tomó la vía acostumbrada
hasta que asomó su apartamento. Una vez en la habitación recibió
un mensaje en su celular: “Hoy no cayó pero mañana se acaba
todo”. Respiró profundo como si fuese el último instante de su
vida. Tomó una ducha y comió algo para reponer energías. Por un
momento vio el esfuerzo realizado en cierto enrojecimiento en la
palma de su mano derecha. “Cualquier sacrificio es justificado”-
se dijo con sosiego. Hizo la rutina de los twit y de la televisión
antes de quedarse dormido. Tampoco pudo dar las buenas noches a papá
y mamá. Creyó soñar …
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