domingo, 22 de septiembre de 2019

EL CAMINANTE




En el sitio donde escribo estas líneas, supe de un espectro del que dan cuanta algunas gentes de ciertas comunidades aisladas de centros urbanos. Hablan de alguien o de algunos otros que alguna vez lo vieron en las carreteras solitarias en horas de la mañana o de la noche indistintamente. Se dice que quienes van en solitario o en grupos lo ven; que si alguien que se quedó varado en alguna carretera esperando auxilio, que si grupos de excursionistas que buscaban el aventón de algún camión hacia un lugar más accesible, lo vieron en algún momento. De testigos se sabe que el más absoluto silencio anuncia su aparición en la lejanía. Se apaga el ruido de vientos, montañas y ríos: ésa es la señal. Ni el fragor de las chicharras, ni el hojarasquear del ramaje seco movido por la brisa se escuchan. No se le ve en vías de tierra, sólo en largas carreteras rectas de asfalto o de concreto. Quienes se han atrevido a hablar de su avistamiento, dicen de un hombre con sombrero (tal vez un campesino) que camina muy a lo lejos, siempre en el sentido de la derecha. Jamás se le observa en momento lluvioso; más bien su presencia se manifiesta a la vista en día despejado de nubes, en mediodías fuertemente soleados o en noche de luna llena. Camina por tiempo indeterminado hacia persona sola o grupos que lo ve y jamás llega a su encuentro. A veces da la impresión de que se aproxima a las gentes por la constancia de su andar y el largo tiempo que parece transcurrir, pero en realidad se mantiene a una distancia jamás calculada ni franqueada por su paso aparentemente sosegado, mientras las otras personas están detenidas ante su figura, esperando su llegada. No emite ningún ruido.



Desaparece cuando irrumpe un vehículo de repente o cuando quienes lo observan deciden caminar para confrontrar su paso o cuando la gente le pierde la atención por breves instantes. No se sabe de algún chofer que reporte haberlo visto. Si alguien o algunos deciden caminar en su mismo sentido (como huyendo), el hombre los sigue largo rato hasta que desaparece. Algunas gentes que viven en pueblos aledaños a parajes donde se le ha visto, se han ausentado de su cotidianidad para siempre sin dejar rastro; dicen vecinos y familiares que tal vez esperaron su llegada y éste se tragó su destino con oculta malignidad, en cuanto se hizo próximo. En los últimos años del siglo XXI se atribuye locura repentina a ciertos lugareños que tal vez sostuvieron encuentros con este personaje venido de quién sabe dónde; quizás los aborda -dicen- para contarles secretos desquiciantes y arrancarles la razón. Todo esto escucho mientras camino a través de los pasajes solitarios de este largo trecho de carretera intercomunal, hasta que me detengo a observar algo que brilla con la luz del atardecer. Se trata de un pequeño grabador tirado entre unos arbustos de esta carretera solitaria y que ahora tengo en mis manos como un juguete quieto. Aquí se escucha la narración de un tal Carolingio Mambiella, quien al parecer ha dejado algo grabado que puede ser su experiencia al divisar en lo más lejano de la carretera a un hombre de sombrero que se aproxima con paso sosegado. Daré transcripción a lo que pueda escuchar de su voz…



(Se escuchan cantos de grillos y ranas con mucha fuerza, así como el ulular del viento y algunos ladridos de algo que parece, a lo lejos, perros lamentando lo que pudiera ser la noche). Pretendo grabar mi noveno intento por encontrarme con ese hombre que algunos han visto. Quiero decir que las últimas cuatro veces he logrado percibirlo en la lejanía. Inútilmente he esperado su proximidad pues desaparece por cualquier causa. Las primeras tres veces fue en horas de la mañana y nunca apareció; las tres veces siguientes llegué a eso de la una de la tarde logrando captar en la última lo que pudo ser su figura expuesta ante mí por primera vez y luego han sido noches, todas afirmativas de su presencia en la carretera bajo la luna. (El viento arrecia el sonido que se une con el de ramas de árboles batiéndose en la tenaz oscuridad y ahora se escuchan algunos aullidos de lo que pudieran ser lobos en la montaña) Seguro estoy de su aparición en cualquier momento, con el mismo paso lento y esa lejanía ansiosamente constante que nunca se aproxima. Han callado todos los ruidos, todas las voces del bosque se han ido; ahora se apodera un inmenso silencio de todo. Está por aparecer en el punto más lejano de mi vista en el horizonte oscuro. Fijo la mirada en la última raya del ocaso, adonde el calor ha elevado durante el día sus ondas como fuegos transparentes. Detengo toda mi atención, tal vez, en el último hálito de imagen que tiene la carretera y allí emerge su figura, como de la nada. En principio es apenas el punto esperado por la expectativa y en cuestión de segundos se transforma en la figura humana que camina hacia mí, sin que las distancias se acorten con el paso de los minutos, de las horas”.



Por momentos su figura se ensancha un poco, manteniéndose en la lejanía hasta llegar al tamaño de un jeme al guiño del ojo. Tengo preparado los conjuros recomendados y estoy dispuesto a invocarlos mientras corro a su encuentro. En el nombre de Dios y todo cuanto pueda protegerme y acompañarme en este tránsito hacia el vacío. (Las voces del hombre se transforman en gritos ininteligibles. Como si fuesen palabras en otros idiomas, parlotea a la vez que jadea mientras su garganta era inundada de alaridos en forma de frases quejumbrosas, dichas a toda soledad para despertar ecos adoloridos. Sus pasos acelerados sobre el hormigón suenan como puntos y aparte en un texto lleno de silencios). Se está aproximando. Aquí está. Lo tengo a pocos metros. Lo he logrado ver. No distingo su rostro. (Un grito hondo y el sonido del grabador cayendo en algún sitio, detienen la comunicación. Se percibe que el abrumador silencio continúa grabándose en el aparato. De pronto se escucha el ruido terrible de un soplo de viento, la caída de un cuerpo y a un hombre jadeando que hacen pensar en su regreso. ¿Tan pronto? -pudiera uno preguntarse). Soy yo de nuevo. Continúo la narración (se le escucha por momentos emitir la tos del asustado y el tartamudear de sílabas sueltas). He traspasado la barrera, su barrera. Me encontré ante todos los caminos de la tierra. Tomé su lugar en todas las carreteras del mundo. He caminado todos sus pasos que son los pasos de miles de millones de pasos hasta el infinito. Me he mostrado ante las gentes que aguardan al borde de todos los caminos y vieron con estupor mi paso constante y la imposibilidad de llegar hasta ellos. Anduve más allá del cansancio, en la búsqueda de ser esperado, de llegar. Logré pasar cerca de varios hombres a quienes les dije sin mover los labios: “Se puede estar en varias partes a la vez”. Cayeron desmayados en medio del día o de la noche”.



¿Qué se hizo?”, “¿Adónde se fue?”. Lo busqué en cada rincón del planeta, en cada piedra estacionaria, en cada mar en calma, en cada río, en cada catarata, en cada bostezo, paso o vuelo de todos los animales posibles y no lo encontraba. Hurgué los bosques, las montañas, los volcanes. Volví a la carretera y descubrí que debía esperarlo. Transcurrieron varios años-luz hasta que logré detener mis pasos que parecían el andar del cosmos y al fin apareció en todas las carreteras del universo. El paso de otros años-luz me costó comprender en cuál carretera debía aguardar su proximidad. Vi cómo todos sus pasos se hicieron un sólo andar, cómo las esperas se hicieron una sola, sentí cómo un solo momento significó la probabilidad de aparecer en mi camino sin ser visto, sin ser esperado, sin la expectativa de aproximarme a nada, sin andar. Llegué a un portal en donde observé su paso por un solo camino. Fue como un salto a todo lo existente o como si todo lo que existe fuese vomitado por mi salto. Así he vuelto de miles de lugares, de donde parece que jamás estuve, de los que nunca regresé; y ya no lo veo en el sin fin de la carretera con su paso sin espera. Sospecho que más nunca lo volveré a ver caminando hacia mí. Por más que espere en cualquier borde solitario, su paso no se hará presente en la figura de un hombre con sombrero que se aproxima. Ha cesado mi búsqueda...” (Se escucha caer la tecla del grabador).



Luego de transcribir estas voces durante la tarde nublada, sentado bajo un árbol gigantesco, dejo el grabador en el mismo lugar donde lo hallé con la cinta a expensas de ser escuchada por cualquiera y me subo a un autobús que pasa oportunamente para llevarme al pueblo. Sentado en el último puesto, mientras el vehículo toma velocidad, miro hacia atrás y me parece ver en la lejanía a una especie de figura extraña, tal vez un hombre con sombrero, que camina hacia la nada sin aproximarse.

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