En
el sitio donde escribo estas líneas, supe de un espectro del que dan
cuanta algunas gentes de ciertas comunidades aisladas de centros
urbanos. Hablan de alguien o de algunos otros que alguna vez lo
vieron en las carreteras solitarias en horas de la mañana o de la
noche indistintamente. Se dice que quienes van en solitario o en
grupos lo ven; que si alguien que se quedó varado en alguna
carretera esperando auxilio, que si grupos de excursionistas que
buscaban el aventón de algún camión hacia un lugar más accesible,
lo vieron en algún momento. De testigos se sabe que el más absoluto
silencio anuncia su aparición en la lejanía. Se apaga el ruido de
vientos, montañas y ríos: ésa es la señal. Ni el fragor de las
chicharras, ni el hojarasquear del ramaje seco movido por la brisa se
escuchan. No se le ve en vías de tierra, sólo en largas carreteras
rectas de asfalto o de concreto. Quienes se han atrevido a hablar de
su avistamiento, dicen de un hombre con sombrero (tal vez un
campesino) que camina muy a lo lejos, siempre en el sentido de la
derecha. Jamás se le observa en momento lluvioso; más bien su
presencia se manifiesta a la vista en día despejado de nubes, en
mediodías fuertemente soleados o en noche de luna llena. Camina por
tiempo indeterminado hacia persona sola o grupos que lo ve y jamás
llega a su encuentro. A veces da la impresión de que se aproxima a
las gentes por la constancia de su andar y el largo tiempo que parece
transcurrir, pero en realidad se mantiene a una distancia jamás
calculada ni franqueada por su paso aparentemente sosegado, mientras
las otras personas están detenidas ante su figura, esperando su
llegada. No emite ningún ruido.
Desaparece
cuando irrumpe un vehículo de repente o cuando quienes lo observan
deciden caminar para confrontrar su paso o cuando la gente le pierde
la atención por breves instantes. No se sabe de algún chofer que
reporte haberlo visto. Si alguien o algunos deciden caminar en su
mismo sentido (como huyendo), el hombre los sigue largo rato hasta
que desaparece. Algunas gentes que viven en pueblos aledaños a
parajes donde se le ha visto, se han ausentado de su cotidianidad
para siempre sin dejar rastro; dicen vecinos y familiares que tal vez
esperaron su llegada y éste se tragó su destino con oculta
malignidad, en cuanto se hizo próximo. En los últimos años del
siglo XXI se atribuye locura repentina a ciertos lugareños que tal
vez sostuvieron encuentros con este personaje venido de quién sabe
dónde; quizás los aborda -dicen- para contarles secretos
desquiciantes y arrancarles la razón. Todo esto escucho mientras
camino a través de los pasajes solitarios de este largo trecho de
carretera intercomunal, hasta que me detengo a observar algo que
brilla con la luz del atardecer. Se trata de un pequeño grabador
tirado entre unos arbustos de esta carretera solitaria y que ahora
tengo en mis manos como un juguete quieto. Aquí se escucha la
narración de un tal Carolingio Mambiella, quien al parecer ha dejado
algo grabado que puede ser su experiencia al divisar en lo más
lejano de la carretera a un hombre de sombrero que se aproxima con
paso sosegado. Daré transcripción a lo que pueda escuchar de su
voz…
“(Se
escuchan cantos de grillos y ranas con mucha fuerza, así como el
ulular del viento y algunos ladridos de algo que parece, a lo lejos,
perros lamentando lo que pudiera ser la noche). Pretendo grabar mi
noveno intento por encontrarme con ese hombre que algunos han visto.
Quiero decir que las últimas cuatro veces he logrado percibirlo en
la lejanía. Inútilmente he esperado su proximidad pues desaparece
por cualquier causa. Las primeras tres veces fue en horas de la
mañana y nunca apareció; las tres veces siguientes llegué a eso de
la una de la tarde logrando captar en la última lo que pudo ser su
figura expuesta ante mí por primera vez y luego han sido noches,
todas afirmativas de su presencia en la carretera bajo la luna. (El
viento arrecia el sonido que se une con el de ramas de árboles
batiéndose en la tenaz oscuridad y ahora se escuchan algunos
aullidos de lo que pudieran ser lobos en la montaña) Seguro estoy de
su aparición en cualquier momento, con el mismo paso lento y esa
lejanía ansiosamente constante que nunca se aproxima. Han callado
todos los ruidos, todas las voces del bosque se han ido; ahora se
apodera un inmenso silencio de todo. Está por aparecer en el punto
más lejano de mi vista en el horizonte oscuro. Fijo la mirada en la
última raya del ocaso, adonde el calor ha elevado durante el día
sus ondas como fuegos transparentes. Detengo toda mi atención, tal
vez, en el último hálito de imagen que tiene la carretera y allí
emerge su figura, como de la nada. En principio es apenas el punto
esperado por la expectativa y en cuestión de segundos se transforma
en la figura humana que camina hacia mí, sin que las distancias se
acorten con el paso de los minutos, de las horas”.
“Por
momentos su figura se ensancha un poco, manteniéndose en la lejanía
hasta llegar al tamaño de un jeme al guiño del ojo. Tengo preparado
los conjuros recomendados y estoy dispuesto a invocarlos mientras
corro a su encuentro. En el nombre de Dios y todo cuanto pueda
protegerme y acompañarme en este tránsito hacia el vacío. (Las
voces del hombre se transforman en gritos ininteligibles. Como si
fuesen palabras en otros idiomas, parlotea a la vez que jadea
mientras su garganta era inundada de alaridos en forma de frases
quejumbrosas, dichas a toda soledad para despertar ecos adoloridos.
Sus pasos acelerados sobre el hormigón suenan como puntos y aparte en
un texto lleno de silencios). Se está aproximando. Aquí está. Lo
tengo a pocos metros. Lo he logrado ver. No distingo su rostro. (Un
grito hondo y el sonido del grabador cayendo en algún sitio,
detienen la comunicación. Se percibe que el abrumador silencio
continúa grabándose en el aparato. De pronto se escucha el ruido
terrible de un soplo de viento, la caída de un cuerpo y a un hombre
jadeando que hacen pensar en su regreso. ¿Tan pronto? -pudiera
uno preguntarse). Soy yo de nuevo. Continúo la narración (se le
escucha por momentos emitir la tos del asustado y el tartamudear de sílabas sueltas).
He traspasado la barrera, su barrera. Me encontré ante todos los
caminos de la tierra. Tomé su lugar en todas las carreteras del
mundo. He caminado todos sus pasos que son los pasos de miles de
millones de pasos hasta el infinito. Me he mostrado ante las gentes
que aguardan al borde de todos los caminos y vieron con estupor mi
paso constante y la imposibilidad de llegar hasta ellos. Anduve más
allá del cansancio, en la búsqueda de ser esperado, de llegar.
Logré pasar cerca de varios hombres a quienes les dije sin mover los
labios: “Se puede estar en varias partes a la vez”. Cayeron
desmayados en medio del día o de la noche”.
“¿Qué
se hizo?”, “¿Adónde se fue?”. Lo busqué en cada rincón del
planeta, en cada piedra estacionaria, en cada mar en calma, en cada
río, en cada catarata, en cada bostezo, paso o vuelo de todos los
animales posibles y no lo encontraba. Hurgué los bosques, las
montañas, los volcanes. Volví a la carretera y descubrí que debía
esperarlo. Transcurrieron varios años-luz hasta que logré detener
mis pasos que parecían el andar del cosmos y al fin apareció en
todas las carreteras del universo. El paso de otros años-luz me
costó comprender en cuál carretera debía aguardar su proximidad.
Vi cómo todos sus pasos se hicieron un sólo andar, cómo las
esperas se hicieron una sola, sentí cómo un solo momento significó
la probabilidad de aparecer en mi camino sin ser visto, sin ser
esperado, sin la expectativa de aproximarme a nada, sin andar. Llegué
a un portal en donde observé su paso por un solo camino. Fue como un
salto a todo lo existente o como si todo lo que existe fuese vomitado
por mi salto. Así he vuelto de miles de lugares, de donde parece que
jamás estuve, de los que nunca regresé; y ya no lo veo en el sin
fin de la carretera con su paso sin espera. Sospecho que más nunca
lo volveré a ver caminando hacia mí. Por más que espere en
cualquier borde solitario, su paso no se hará presente en la figura
de un hombre con sombrero que se aproxima. Ha cesado mi búsqueda...”
(Se escucha caer la tecla del grabador).
Luego
de transcribir estas voces durante la tarde nublada, sentado bajo un
árbol gigantesco, dejo el grabador en el mismo lugar donde lo hallé
con la cinta a expensas de ser escuchada por cualquiera y me subo a
un autobús que pasa oportunamente para llevarme al pueblo. Sentado
en el último puesto, mientras el vehículo toma velocidad, miro
hacia atrás y me parece ver en la lejanía a una especie de figura
extraña, tal vez un hombre con sombrero, que camina hacia la nada
sin aproximarse.
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