El
pasado domingo 1° de diciembre de 2019 el Consejo Nacional Electoral de Venezuela hizo
posible que ejerciéramos un derecho al voto de importancia vital. Muchas y
muchos no cayeron en cuenta de su trascendentalidad. Aquel ejercicio
deliberativo posibilitó aceptar o no el pase de la responsabilidad de
administrar directamente los dineros destinados a las comunidades por parte de los Consejos
Comunales o Comunas, sin intermediarios. Colocándonos en la obligación de
votar ¡Sí!, ante esta consulta privilegiada, es importante reflexionarla ya que
la misma supone un hecho que muy pocas veces sucede a los pueblos y se trata de
decidir nuestros propios destinos sin la mediación de los políticos de oficio ni los funcionarios públicos que no pocas veces han jalado sus intereses en favor
de las clases privilegiadas, sus lacayos y parcelas politiqueras. Esta consulta
se subestimó desde el inicio con varias justificaciones; la que sobresale es el
desprecio que aún tienen no pocos miembros de la clase política en Venezuela por
el pueblo; en vocerías del escualidismo de variada pelambre colocaban en las
redes que esta votación sólo favorecería a la militancia del PSUV, asumiendo la
minusvalía con que ven a la gente, al creerla incapaz de organizarse, deliberar,
decidir y ejecutar los presupuestos responsablemente. Otra razón es
porque a toda esa fauna politiquera se les pudiera escapar de las manos una Boloña de Plata (como se dice en la jerga del barrio)
de no medrar en manipulaciones para continuar controlando esos dineros,
incluso, a través de su influencia en los mismos Consejos Comunales.
Mirar
a la sociedad occidental en su antigüedad por aquel nicho de privilegio que
establecieron los griegos (siglo VI a.c.), es darse cuenta los trayectos sociales y políticos
que anteceden a estas decisiones que hoy podemos ejercer. Sentar aquel precedente
de patricios rodeados de esclavos, decidiendo los destinos de su sociedad consultivamente
sin llegar a la guerra, implica caer en cuenta de todo lo que ha costado. Al emperador
romano Cayo Julius César (100-44 a.c.) le costó el reinado, la traición de sus favoritos y
muchas puñaladas en su cuerpo, intentar democratizar el senado con la inclusión
de algunos plebeyos en las curules. Las más de las revoluciones de nuestro
acervo histórico civilizatorio tienen a la búsqueda de la democracia para las
sociedades como el máximo crisol, la quimera más buscada, la utopía añorada. Nuestras
guerras de independencia, montoneras caudillistas, guerrillas libertarias
tienen a la democratización de la sociedad como promesa en la gualdrapa, con el
avío de la participación social cual aderezo indispensable. En los discursos de
nuestros libertadores y libertadoras ha estado el aliento de ampliar la
participación en la toma de decisiones de quienes históricamente jamás han
podido decidir nada.
Esta
deliberación de inicio decembrino nos coloca en la oportunidad de repensar el
carácter socialista y revolucionario del proceso bolivariano porque son estos
valores los que deben asistir a esta futura administración popular. El papel del Estado
y del gobierno, si se desea ampliar la participación en el manejo de los
recursos económicos por parte del pueblo, es apoyar con espacios educativos,
formativos (sin incidir en los intereses de las comunidades) que fortalezcan
diálogos, metodologías, prácticas, con la finalidad de consolidar estos pasos
administrativos comunitarios. Esto brindaría la posibilidad de marcar una
diferenciación de las prácticas viciosas aún persistentes en el ejercicio
político como herencia de la IV República; la gran oportunidad de enterrar el
adequismo todavía viviente en nuestras instituciones y en la práctica política.
Es casi natural la baja participación en esta consulta, debido a lo golpeado
que está el ejercicio político por los efectos de la manipulación, engaños y
tergiversación que impulsan los factores del imperio con el monigote que han
hecho autoproclamar como pernicioso ejemplo, sin embargo, se debe insistir dando estos pasos políticos al mañana. Aprobada
esta justa medida es importante restringir la influencia de los partidos
políticos en las organizaciones comunitarias y del pueblo, apuntalar su
autonomía, fortalecer su autogestión para comenzar a mirar aunque sea de lejos
eso que enunciamos como Poder Popular y que las generaciones del porvenir la
puedan disfrutar con la debida opción participativa. Es un sueño que hoy puede
materializarse paulatinamente mientras seguimos en las luchas del contexto,
porque nuestros nietos y bisnietos puedan mirar esa práctica politiquera de hoy
como un abominable sainete social que jamás van a vivir.
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