sábado, 4 de julio de 2020

PUENTE SOBRE EL RIO KWAI: IMPORTANTES FACTORES IDEOLÓGICOS DE UNA PELÍCULA BELICA (I)





Nadie se baña en un mismo río
Heráclito

No pocos de quienes nos aproximamos al cine hollywoodense acostumbramos a asistir al diálogo de sus películas con mucha precaución y cierta ojeriza, dada la fuerte carga ideológica tendiente a promover elementos de la cultura hegemónica capitalista. A muchas de las producciones reconocidas como importantes, debemos advertirles y subrayarles esos elementos, debido a la filtración de lugares, visiones, mediaciones, trayectos y llegadas de los intereses imperiales que terminan imponiéndose en las mentes y conductas de las audiencias, por supuesto, antes de reconocerles atributos que sin duda algunas tienen y que son analizables. A estas alturas, en que sabemos que el cine es político hasta por omisión (Carlos Saura) estamos en la capacidad de diseccionar cualquier película venga de donde venga para verle las costuras ideológicas. Con este anticipo nos proponemos dialogar una significativa película de coproducción anglo-estadounidense titulada Puente sobre el río Kwai (Lean, 1957, basada en la novela homónima del escritor francés Pierre Boulle) connotada en su momento por la promoción del periodo bélico entre 1939 al 1945, además, por la exaltación de la contrainteligencia gringa, el enfoque crítico del golpeado heroísmo inglés, la visión de los pueblos nativos como bobos y sumisos ante los soldados extranjeros, la ridiculización de los japoneses y aquella singular marcha militar silbada por los soldados, puesta en boca y juegos de las juventudes de entonces.


De cómo resiste la mentalidad burguesa


Recordemos que la acción se despliega en Birmania (hoy Myanmar) ocupada por los japoneses. Dentro de su geografía selvática está el Río Kwai de estratégica posición para los invasores, no sólo por el agua, sino por ser vía importante para el paso de provisiones. Se hace imperiosa la construcción de un puente para esta importante finalidad y el comandante japonés Saito (Sessue Hayakawa), jefe del campamento táctico allí enclavado, decide imponérselos como tarea a los casi cien prisioneros ingleses allí recluidos y a sus oficiales, quienes ya venían construyendo las líneas férreas. El coronel Nicholson (Alec Guinness) jefe de la agrupación inglesa, se niega a colaborar porque el oficial nipón impone un reglamento en el que los oficiales deben trabajar tan igual como los soldados, sin embargo, el inglés apela a la Convención de Ginebra que estipula la prohibición de trabajo para los oficiales. La negativa de Nicholson lleva a Saito a castigarle con la reclusión en un “tigrito” de latón, bajo un sol maracucho, hasta que cambie de opinión. La resistencia del inglés obstaculiza la participación eficiente de sus soldados y el retraso en el plazo de culminación del puente, situación que exaspera a Saito.



Es clave reflexionar acerca del primer signo ideológico de la trama. La rebelión del coronel Nicholson que lo lleva a resistir las órdenes de Saito, se debe a su mentalidad burguesa. Defiende los intereses de sus oficiales, quienes ya trabajan en la vía y a los que desea colocar junto a él en labores administrativas con los oficiales japoneses. Los intereses de los soldados a Nicholson no le importan. Para él, los soldados (cual obreros) pueden encargarse del trabajo físico del puente y de los rieles porque lo considera un hecho socialmente aceptado y natural, en cambio cree indigno que sus oficiales (por ingleses, además) se ensucien las manos en la construcción, ya que merecen una reclusión menos penosa. Aquí está planteada claramente la relación de clases, de mandos militares impuestos sobre los soldados pasivos ante las decisiones de los jefes (obediencia debida); subordinados como los obreros a los patronos, los estudiantes a los docentes, los reclusos a los carceleros, los empleados a los gerentes, los militantes a los cogollos políticos. La actitud mediadora del poder entre estos factores sociales es el individualismo burgués.



La paradoja de Saito:  Nicholson resiste, vence y es vencido



El individualismo hace que ni el sol, ni la soledad, ni las presiones cambien la actitud de Nicholson. Como buen burgués sólo piensa en sus intereses particulares, defendiendo a los de su clase y tomando distancia de la clase opuesta, a la cual domina y considera inferior. Sus pensamientos firmes están puestos en que no sufran sus iguales, mientras sus soldados intentan hacer el puente que los técnicos japoneses han planificado. Como en todo acto heroico de resistencia, así sea individualista, se genera un bolsón de moralización importante que, en este caso, fortalece a los soldados y desmoraliza a Saito quien decide cesar el acto represivo, liberar a Nicholson de la tortura y aceptar sus exigencias. Los pasos del coronel inglés desde el tigrito hasta la comandancia de Saito son seguidos con expectativa y silencio; y luego, su salida victoriosa es celebrada por la soldadesca con un paseo en hombros. El pensamiento burgués se impone. La pirámide de siempre: la mayoría de abajo sosteniendo, levantando, elevando al poder hacia arriba.



A todas éstas, Saito es presa de uno de los mayores asombros vividos por un soldado y por un político. Derrotado en apariencia, se dispone a continuar con Nicholson las negociaciones para la construcción del puente, ahora sin represión. Entonces, presencia, perplejo, cómo el inglés se apodera totalmente de la iniciativa de construcción, ya que desplaza a los técnicos de Saito y se erige como director de la obra ante los ojos atónitos de su más inmediato colaborador inglés y del propio comandante nipón. El brutal oficial no se daba cuenta de que buscando saciar su sed de mando, estaba democratizando las relaciones de trabajo y castigo de los prisioneros, no por un asunto de justicia sino para humillar a sus enemigos, modificando las relaciones de poder, que en Nicholson estaban bien claras y eran su contradicción; mientras, al cesar su represión, Saito percibe que esas relaciones de poder, de dominio y de clase quedaron intactas. La moralidad ganada por los soldados en el acto de resistencia de Nicholson es manipulada por éste desde su actitud individualista, para apoderarse de la construcción del puente y transformarla en una obra, “su obra”. Nicholson se convierte en un colaborador de los japoneses, un aliado de Saito. Es hasta cierto punto lírico, el momento en que el británico y el japonés hacen un paseo nocturno sobre el puente en construcción, disfrutando juntos su maravilla. Nicholson, defensor de sus oficiales, obligaba a los soldados heridos a trabajar en su obra, acto que ni siquiera Saito cometía; estaba traicionando a sus oficiales y soldados, detentando sus intereses de clase.



Segundo factor ideológico: estallar los puentes



La cuarta unidad esencial de la trama gira en torno al mayor gringo Shears (William Holden). También prisionero, en otro acto individualista, sectario, -tipo Supermán o Tarzán- decide escapar del campamento y se mete en una travesía que lo lleva a ser rescatado de la muerte por algunos pobladores, quienes le proveen de cuidados, reposo, una balsa para la travesía de escape. Llega adonde sus aliados y termina el descanso en un balneario militar. Quiere calma Shears mas el destino manifiesto gringo lo llama a regresar al campamento y planificar la voladura del puente. Cuando todo está instalado y listo para accionar el dispositivo porque el tren de provisiones japonesas se aproxima, luego de las acostumbradas escenas de tensión, el coronel Nicholson descubre que su obra va a ser estallada, acto seguido delata la operación y él mismo se dispone a desactivar el interruptor. Muere con rostro de arrepentimiento por la delación, mientras su cuerpo cae sobre el percutor. El puente estalla en el momento justo cuando el tren llega. La película finaliza dejando una interesante estela de interrogantes.



¿Cuántos puentes de la hegemonía llegamos a construir junto a los poderes imperiales para que pasen los trenes de su ideología? En cada uno de los espacios sociales hay agentes represivos dispuestos a obligarnos o seducirnos para que les construyamos esos poderosos puentes. Somos educados y educadas para esa tarea política. ¿Qué sucede a quienes se niegan o se resisten a construirlos? Y a quienes se entregan a la construcción y transforman esos puentes que no son suyos, en vías para ser esclavos de los intereses del hegemón, ¿qué les pasa? Y una pregunta muy importante ¿Qué sucede a quienes, tratando de engañar a los poderes, hacen la tarea subversiva de preparar la voladura del puente y en el camino de la resistencia se enamoran de “su obra” y se transforman en fortalecedores de los puentes y de los trenes ideológicos? ¿Cuántos puentes se deben derribar? Desde los cambios del río ¿Si derribamos los puentes hegemónicos debemos construir nuevos puentes o debemos conservar los mismos? ¿Nuevos puentes para nuevos trenes o los mismos puentes para otros trenes? 



La tercera unidad esencial de la película estuvo en la reflexión y en la acción desde el inicio, para problematizar al individualismo burgués, sin que los productores lo pretendieran frente a los soldados. La masa militar es un relleno, un colchón en la disputa entre Saito, Nicholson y Shears. Se trata de la importancia histórica del colectivo, los soldados, despreciados en la película, distanciados del protagonismo, utilizados, manipulados, masificados, la tropa: el pueblo. Son quienes a diario rompen los puentes hegemónicos y detienen los trenes de la ideología imperial utilizando la organización, la conformación de grupos sociales y movimientos políticos autónomos, convirtiéndose en una fuerza. Es una labor alternativa a las maquinaciones del poder dirigido por los agentes imperiales, por los supermanes (superman-tenidos) de la politiquería, por los bellacos del cipayismo renovado, por los monigotes de la época. Esos puentes son mentales y espirituales, construidos en base al ataque directo a la conciencia, a la sensibilidad, a los sentimientos. Bien pueden ser, un proceso educativo contrahegemónico permanente y una práctica coherente con la conciencia emancipadora, los factores que nos ayuden a visibilizar a los pueblos como un árbol enraizado en nuevas realidades, cuando al capitalismo (en una metáfora mecanicista) se le está derrumbando su último puente.



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