A Catherine Fagúndez
¿Si el azul es un ensueño
Qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
Si el amor no tiene flechas?
FEDERICO GARCÍA LORCA
Los abuelos que
enterramos (dizque los enterramos) van y vienen interviniendo, insultándose en
el aliento y las potencias nuestras, hasta el punto en que no vivimos una sola
hora sin ellos. Los nietos eufóricos hacen nada más que un relevo parcial de
los viejos; andan en las tertulias literarias y en los cafés disfrazados de
locos, pero son los cuerdos de mañana y los doctores de la ley de pasado
mañana.
GABRIELA MISTRAL
A
menos que se trate de una familia sin hijos o de una pareja sin hermanos, en
todas hay por lo menos un tío o una tía a quien pedirle la bendición y esperar
de su interés y bondad algún consejo o regalo. Y si la familia es numerosa, los
tíos y las tías abundan como arroz para coleccionarlos en cartas, fotos,
chismes, recuerdos, peripecias, manías, llegadas, partidas, bienvenidas,
adioses. Entonces tío es lo que sobra para tenerlos hasta de amuletos de la
buena suerte.
Y
entre tanto tío, en no pocas familias existe El Tío como un personaje muy especial
de las relaciones filiales. También existe La Tía, no la vamos a negar, pero su
notoriedad es diferente; llegando a ser especial, su incidencia tiene otros condimentos
y no tiene musa como la de El Tío, quien destaca entre todos los demás tíos, debido
a una infinidad de sitios de vida y circunstancias particulares.
En
la familia de Grande Niña y Niña Grande había El Tío. Por esta razón esta
historia no puede comenzar diciendo: “Había una vez un Tío…”. ¡No! ¡Nada de
esto! Si tuviésemos que iniciarla de manera coherente con lo sucedido, debiéramos
decir: “Había una vez El Tío…”. Porque El Tío no es un tío a secas. Por
ejemplo, la primera vez que sucedió entre ambas, fue ocurrencia de Grande Niña,
quien lo vio llegar un día a la casa cargando un globo terráqueo prometido para
ellas y dijo a su hermana: “¡Llegó El Tío!”. Niña Grande la miró con fastidio:
“Ya vienes otra vez con tus inventos. ¿Acaso no ves que ése es ‘Mi Tío’…?”. “Y
es el mío también -respondió Grande Niña- pero de ahora en adelante mi tío será
El Tío”. Y fue así como se quedó El Tío para siempre.
Tanto
fue el julepe que le dieron a la cantaleta, que toda la familia, por
unanimidad, comenzó a llamarlo El Tío. Hasta Abuela T que lo atendía con
autoridad y consentimiento llamándolo por su nombre de pila, también sucumbió a
los tesones vehementes de ambas niñas y cuando lo veía, le echaba la bendición,
le daba un beso en la frente y le preguntaba: “¿Y cómo está El Tío? ¿Ya comió
El Tío?”, ¿Para dónde va hoy El Tío”? Y entonces, paulatinamente, aquel “tío”
comenzó a ser El Tío para todos y todas.
Hasta
sus panas de la cuadra adoptaron aquel apodo que se transformó en nombre propio,
de tanto oírselo a la familia y sobre todo a las niñas, quienes hicieron una
campaña infalible; cuando escuchaban que lo llamaban por su nombre de pila
ellas decían: “Querrás decir El Tío” y no pasó mucho tiempo en que aquellos
amigos lo saludaran: “¿Qué dice El Tío? ¿Cómo anda ese El Tío? Te estábamos
esperando El Tío”.
Hasta
Abuela T, porque en una conversación familiar alguien preguntó por el nombre de
El Tío, se agarró la pañoleta de la cabeza entre risas sorprendidas: “Ustedes
pueden creer que a veces hasta se me olvida cómo se llama mi muchacho”.
El
mayor defecto de El Tío se lo veían algunas personas de la familia y ciertos
vecinos metidos maliciosamente en el prejuicio; excepto ambas niñas, La Mamá, El
Papá y Abuela T (Sobrinas, Hermana, Cuñado y Mamá de El Tío) para quienes era
casi perfecto. Las pocas ausencias de perfección se las perdonaban, como aquello
de bañarse a veces o sólo en ocasiones especiales.
Era
un (muy grave) defecto el que le criticaban a El Tío y se resumía en la frase “Bueno
para Nada” y se ramificaba en palabras como “hippie”, “vago”, “mantenido”,
“flojo”, “dormilón”, “cañita”, “consentido”, “relajado”, “sin oficio” y un
largo (para Grande Niña y Niña Grande desagradable) etcétera.
Las
aficionadas número uno de El Tío, cuando comenzó a tocar la guitarra, fueron
sus sobrinas: Grande Niña y Niña Grande. Dada su inexperiencia y poca práctica,
sólo interpretaba una canción en aquel precioso instrumento cuya marca era
pronunciada por aquellas niñas como precedidas por un Gon sagrado: “Tatay”.
Entre sus amigas solían echárselas de mucho diciendo que su El Tío tenía una
guitarra marca Tatay y la admiración florecía como en un jardín. Eso sí. Ellas
pensaban que El Tío tocaba esa canción de manera magistral y que la ejecutaba
muchas veces porque era un éxito universal.
El
Tío tardó un par de meses colocando las mismas primeras seis pisadas de la
melodía en los trastes y cuando pasó a la séptima y octava, las hermanas tronaron
un aplauso recibido por El Tío con una enorme sonrisa. Ellas ya se la sabían de
memoria; la tarareaban, silbaban, susurraban, bailaban, le daban percusión, incluso,
como era la única que El Tío se sabía, preparaban sus cuerpos y cuando los
arpegios surgían, se mandaban una danza; a espaldas de El Tío, por supuesto.
Cuando
lo veían merodeando mucho por su habitación, caminando de aquí para allá y de
allá para acá, como husmeando algo, ellas se miraban y decían: “La anda
buscando”. Se sentaba guitarra en mano, después de quitarle el traje de cuero
con una delicadeza de filatelista, en un taburete que el mismo El Tío hizo de
madera de Palo Blanco (pesaba una tonelada como para que más nadie lo pudiera
mover) y comenzaba siempre aquella canción, cuyo laconismo las subyugaba.
Grande
Niña se dejaba llevar por aquellos tonos metida en un ensueño paradisíaco. En
cambio, Niña Grande, después de escuchar las primeras pisadas y darse cuenta de
que era la misma pieza, se quedaba muy seria como pensando en la desconocida
canción que algún día, más temprano que tarde (como solía decir Abuela T) El
Tío aprendería otra, para dejar de interpretar ésta, que ya estaba como que
repetitiva.
Nunca
le habían preguntado el nombre de aquella obra musical, porque sabían que El
Tío comenzaría con su trabajo acerca de la importancia de darle a la
imaginación y las adivinanzas y al final terminaría transformando todo en un
acertijo que había que resolver y por fin no revelaba nada.
Lo
peor era que sus panas de la cuadra parecían ser los cómplices perfectos porque
morían callados cuando ambas trataban de averiguar aquel título. Para colmo de
males, la canción había pasado de moda y nadie la recordaba. La Mamá les dijo
interrogada: “Creo que alguna vez la bailé” -ganándose la mirada piadosa de
Grande Niña y la visión puyua de Niña Grande.
Cierto
día de inicios de diciembre, en que El Tío se encontraba en otra de sus miles
de alegrías, les dijo a secas: “Esa canción se llama Escaleras al Cielo” y
sorprendentemente comenzó a rasgar en las seis cuerdas otra canción. “¡Otra
canción!” –dijo Grande Niña dando varios brincos supremos- “Lo logró” volvió a
gritar. “¿Qué logró?” –preguntó Niña Grande con los brazos cruzados y una
seriedad de ensimismamiento profundo, escuchando a El Tío entregarse a su
segunda gran obra, como quien sospecha que alguien se ha salido con la suya.
Grande Niña ya sabía que a su hermana le sería muy complicado en ese momento,
comprender el sentido de aquel logro, que también era una transformación.
“A
ver –les preguntó El Tío- ¿Ya escribieron la carta al Niño Jesús?”. No
respondieron nada, a sabiendas de que vendría con una de las suyas. “Bien. Les
tengo una pregunta”. Y ambas se abalanzaron pegándole los ojos casi en el filo
de su famoso aliento de humo. Las observó con una seriedad fingida, como si
fuese a decir un discurso fastidioso y soltó: “¿Por qué el Niño Jesús le trae
regalos a los niños?”.
Pudieron
haber estado el resto de la mañana y toda la tarde hasta llegar la noche dando
respuestas al azar y la cara de total negativa de El Tío hubiese sido la misma.
A Grande Niña se le fueron los ojos en su preferido oficio de mirar el techo de
la casa hasta el infinito, buscando la profundidad que debería tener aquella
respuesta, en cambio, Niña Grande se le acercó aún más, pegó su nariz a la
nariz de El Tío y lo miró a los ojos con desafío. El Tío se levantó del
taburete, le dio un beso a cada una en la mejilla, cargó sobre el hombro aquel
asiento marcadamente suyo, como si fuese de papel, y se dirigió hacia su cuarto.
Al llegar al vano dijo con aires de sabio: “Ésa es una pregunta con una
respuesta para toda la vida”. Y se metió soltando risotadas.
Pintaba
cuadros El Tío. Hacía unos óleos tan abstractos como sorprendentes. Utilizaba
colores de su propia invención y los metía sobre el lienzo con una maestría de
paciencia pasmosa. Siempre que Abuela H lo veía concentrado pintando en el
patio de la casa, movía la cabeza en señal de desapruebo y se iba cabizbaja
como lamentándose de que las habilidades de aquel valioso muchacho se
estuviesen perdiendo en oficios tan improductivos; Abuela H era de las que
sospechaba que El Tío había nacido sin un tornillo del cerebro.
A
veces se le desbordaba la inspiración a El Tío y entonces llenaba toda la casa
de bastidores y comenzaba a pintarlos sin descanso, como poseído por un duende
enloquecido. No en pocos momentos, El Papá (Cuñado), antes de ir al entrenamiento,
lo miraba largo rato y se iba, sin decirle nada, con una extensa sonrisa.
La
casa se transformaba, por obra de aquella avalancha de cuadros y colores, en
una exposición de las obras de El Tío. En ocasiones los vecinos se enteraban y la
invadían, para ver las pinturas ya terminadas y entonces, El Tío, vestido con su
clásica bata, cuyo blanco huyó de tanta mugre colorida, se regodeaba explicando
sus motivos, la técnica implementada en cada postura, la inspiración encontrada,
el valor histórico inestimable de su trabajo. Grande Niña entonces se
transformaba en la auxiliar de El Tío porque se ocupaba de aproximar los
cuadros a los interesados, complementando a veces algún comentario de El Tío
con una improvisada opinión suya, que la gente tomaba como una sorprendente
erudición. A todas éstas, Niña Grande ofertaba una sustanciosa y bien fría limonada
a los visitantes, a precio razonable.
Algunas
veces sucedió que alguien se interesó por el costo de ciertas obras y El Tío
les decía con aire supremo: “Ése cuadro no está a la venta porque es de mi
colección personal”. Grande Niña lo tomaba con una pasión ensoñadora, por
tratarse para ella de un acto de desprendimiento infinito que premiaba llamando
el cuadro en voz alta con el primer título que le venía a la mente, como si se
tratara de la martillera de una subasta. Por ejemplo: “¡Lluvia de meteoritos!”,
y lo levantaba como llevando un estandarte, para finalmente colocarlo en un sitio
visible a la distancia.
Diferente,
a Niña Grande se le salían los ojos de las órbitas en la desesperación, porque
El Tío había desaprovechado una buena oportunidad de sacar provecho a sus dotes
artísticas (tan subestimadas por algunos). Aunque, no pocas veces El Tío logró
vender sus cuadros en esa improvisada exposición; y en otras donde las galerías
fueron albergue seguro. No faltó ocasión en que una fotografía de los tres, con
el rostro metido en un soberano bochinche, sorprendió a la familia desde las
páginas culturales de algún periódico.
Como
la gran mayoría de los El Tío, El Tío tenía una novia que apareció un día tomada
de su mano, como venida de un bosque encantado. “Ya sé por qué se enamoraron” –susurró
de inmediato Niña Grande- “ambos tienen la misma sonrisa”. Grande Niña tomó la
apreciación de su hermana con esa agradable sorpresa salida de la acertada
ocurrencia y se lanzó a darle a La Novia de El Tío un concierto de abrazos ultra
viviente. Entonces La Novia de El Tío recibió de inmediato el gigantesco abrazo
familiar al que podía sucumbir hasta el más rígido de los seres; se decía entre
vecinos que un erizo podía perder las púas entre aquel terremoto de afectos.
“Seguro
la conoció en Monte Cabré trotando” –pensó Abuela T mientras salía con una de sus
tazas de arcilla que atesoraba el poderoso café negro colado en una manga cuya
edad nadie se atrevía a preguntar ni a calcular.
Cuando
pudo, el Papá la llevó a su santuario para mostrarle trofeos y medallas, mientras
le explicaba (sorprendido de que no conociera) las suertes de un deporte que La
Novia de El Tío trataba de comprender con rostro de sincera maravilla.
La
Mamá esperó pacientemente, mientras intuía la gran afición que debía tener La
Novia de El Tío por los libros. Cuando la tuvo en frente le mandó sus bellas
anécdotas como encargada de la Sala Infantil de la Biblioteca llamada El Verso
del Ruiseñor. En esos pasajes, Grande Niña contó que ella aprendió a leer luego
de Niña Grande, a pesar de que nació un año antes, pero pudo participar en sus
lecturas haciendo efectos especiales, por ejemplo, profiriendo ruidos de
animales, viento pasando, brujas volando, monstruos barruntando, mares
bramando, troles riendo. Es por esto que cuando Grande Niña aprendió a leer,
prefería contar los cuentos como dramatizados de su creatividad y no leerlos en
voz alta de los libros. Algunos niños solían decirle: “Ese personaje no está en
el cuento. ¿De dónde lo sacaste?” Y ella con una sonrisa de diente pelado y
lengua afuera decía: “De aquí”, señalando el lado izquierdo de su pecho.
Para
no quedarse atrás, Niña Grande dijo a La Novia de El Tío pasajes de memoria de
libros científicos, el Teorema de Pitágoras, la fórmula de la relatividad de
Einstein y muchas efemérides importantes. La Novia del Tío aprovechó para
contarles un cuento acerca de un niño viajero a quien llamaban Miguel Vicente
Pata Caliente que las dejó prestas para el próximo capítulo y así hasta el
infinito. Ella les prometió traerles el libro en una oportunidad venidera.
Al
enterarse de la primera visita de La Novia de El Tío, debido a una llamada telefónica
de Grande Niña, Abuela H se vistió con sus mejores perchas, tomó una carrera de
carro (de esas donde traía presionado al chofer: “Apúrese señor que voy tarde”)
y se presentó emperifollada a abrazar y besar a La Novia de El Tío para, de
paso, invitarla a ver su impresionante Nacimiento Navideño de ese año. Le narró
con pormenores y detalles, cada una de las estancias de aquella monumental obra
cultural que ya había ganado premios municipales. Le dijo como primicia, haber
colocado música a su montaña mágica en ese año. Luego de aquella infaltable y
muy esperada exposición, Abuela H se le acercó a Abuela T y le susurró al oído:
“Es muy bella, pero tiene que rebajar de peso; por la salud, digo”.
Abuela
T se agarró casi toda la noche para sí a La Novia de El Tío. La sometió con su
implacable quesillo de piña que La Novia de El Tío probaba y aprobaba
levantando las cejas y soltando el providencial: Hummm. Se enteró de sus
bellezas: artesana, ceramista, maga de circo, astróloga, chef de cocina marinera,
cantante lírica, acupunturista, quiromántica, iridióloga, instructora de bailes
caribes, experta en lenguaje de señas, pintora de bodegones, actriz de teatro,
fotógrafa, profesora de Tai Chi, ejecutante de instrumentos musicales de
cuerda, buena hija y excelente nieta.
Casi
en la madrugada, cuando El Tío acompañó a La Novia de El Tío a su casa, Abuela
T conversó largo rato con Abuelo B desde su retrato colgado en la pared. “¿Que
qué me pareció La Novia de El Tío me preguntas? Ya tú sabes la respuesta. Es una
soñadora”. Y se fue a la cama entre una cadena suspiros.
Hubo
un cambio sorprendente desde la llegada de La Novia de El Tío en la habitación
de El Tío. De repente instalaron unas cuerdas como de guindar la ropa mojada y
le colocaron unos ganchos de plástico. Extendieron un mesón de madera a lo
largo de una de las paredes laterales y allí pusieron frascos de lata, unas
bateas pequeñas como para flotar barquitos, agua en un frasco como bendito y
otros frascos de a litro, un paquete cerrado de algo que parecía contener hojas
de papel y una extraña caja parecida a un telescopio gordo pero más grande.
A
las niñas les dio cierto despecho porque El Tío mantenía todo este movimiento
bajo discreción. Niña Grande entraba y auscultaba lo nuevo con el entrecejo
fruncido de una inspectora de aduanas. A Grande Niña todo le causaba una
fascinación tan evidente que extendía los brazos mientras respiraba profundo, tarareando
aquella canción de los inicios de El Tío con su guitarra.
Grande
Niña danzaba alrededor de aquella habitación llena de corotos extraños y dijo:
“De aquí van a salir cosas maravillosas”. Niña Grande, en cambio, dejó escapar
una especie de extraña sentencia: “Tal y como vino todo esto, se va a ir todo
esto”. Grande Niña se le puso enfrente con el cuerpo recto, alzó el mentón,
extendió los brazos sobre su cabeza y movió las manos para decir: “¡Tan-Tan!”.
No
tardaron El Tío y La Novia de El Tío en meterlas en aquel asunto. Ese día encontraron
todo claro como siempre en la habitación, pero hubo la sospecha de que en
cualquier momento iba a presentarse uno de esos cambios sorpresivos, llenos de
movimientos, a los que El Tío las tenía acostumbradas, porque en las ventanas
estaban colocadas unas cortinas de color negro.
El
Tío y La Novia de El Tío tenían guantes como de extraterrestres. Les explicaron
el procedimiento de intercambiar en agua, unos polvos sacados de sobres (parecidos
a ésos donde vienen los refrescos instantáneos), y así formar fluidos y
líquidos en la batea (donde aún se podía flotar barquitos). “Esto se hace con
la luz apagada” –recomendó El Tío como si estuviese en una exposición de la
escuela- “Y el líquido se guarda en un frasco de vidrio”. Luego desenrolló una
cinta de plástico marrón que estaba escondida en el pequeño cilindro que se instala
en las cámaras de sacar fotos. Y la guindó en la cuerda como si la hubiesen
descubierto moviendo el mundo.
“Estás
viendo lo mismo que yo veo” –susurró Niña Grande. “Si –respondió Grande Niña-
parece una culebra mágica”.
Apagaron
la luz. Pasaron la cinta por el telescopio negro que proyectaba las imágenes sobre
un papel como de plástico. Luego echaban el papel en la batea con el líquido. La
Novia de El Tío manipulaba líquido y papel; papel y líquido; con una pinza,
como si estuviese invocando un espíritu. –“¡Apareció mi rostro!” –dijo
sorprendida y maravillada Grande Niña. Con semblante de expectación, Niña
Grande dijo sorprendida: “Tienes suerte”, mientras veía cómo la fotografía era
colgada de la cuerda destilando líquido.
“¡Apareció
tu rostro!” –gritó emocionada Grande Niña, al ver la cara de su hermana en la
siguiente fotografía buscando la cuerda. Con la emoción brillando en aquella
oscuridad, Grande Niña miraba ambas fotos como si un todo del universo se
presentara ante sus ojos. Niña Grande se detuvo fijamente en su fotografía con una
profundidad tal que, deseaba meterse en ella: -“Sí, soy Yo” –dijo alelada- “Yo.
Yo. Yo”. “Es como si salieran por primera vez al mundo” –exclamó, Grande Niña,
dando un gran suspiro. “Daguerrotipo decían a las primeras fotos hace tiempo”
–informó La Novia de El Tío inclinándose a sus orejas. “¡Qué tipo, era este
Daguerre! ¿No?” -soltó Grande Niña como desde otra parte.
Eran
las rúbricas de una fiesta familiar, las componentes de un desfile que fueron
colgadas en la cuerda; imágenes de chicherías, el pastel con velas encendidas,
gente bailando, niños haciendo muecas, muchachas inclinando las caderas, El Tío
jugando una partida de ajedrez con algún amigo (¡Habrase visto!), el Papá al
lado de sus trofeos y medallas en medio de gentes sonriendo; la Mamá, Abuela T
y Abuela H en la cocina preparando delicias; La Novia de El Tío hablando con
muchachas. Esta aparición de fotos era más emocionante que verlas salir del
sobrecito que daban en la Casa de Revelado.
Al
terminar esta parte de la exposición, El Tío les dijo: -“Si quieren se quedan
aunque deben estar cansadas”. Esto significaba: “Se acabó la clase”. Venía a
continuación el trabajo con “otras” fotos que, en el caso de El Tío, ellas
sabían la fascinación habida en la expectativa de esas comillas.
Ambas
echaron al azar, quién se escondería en el escaparate de El Tío. “Siempre ganas
tú” –dijo con fastidio Niña Grande- “Y lo cumbre es que yo sé por qué sucede
esto”. A Niña Grande le tocó convidar a El Tío y a La Novia de El Tío a ver no
sé qué ocurrencia en la habitación, mientras Grande Niña se ubicaba justo
detrás de una ranura que permitía ver buena parte de lo que sucediera.
Grande
Niña salió del cuarto después que El Tío y la Novia del Tío concluyeron su
trabajo, diciendo que las fotos mojadas en la cuerda eran casi todas de hombres
barbudos. Un sonriente Abuelo de gran barba redonda, parecido a un antiguo
monje, había salido de la misma manera en que salió su rostro. Además, había
visto salir un símbolo imponente sacado como de la chistera del mago, compuesto
de dos letras de color rojo imposibles de ignorar porque brillaban aún en la
oscuridad y estaba formado por una letra “C” inclinada que era atravesada por
una letra “T”. También vio salir a un abuelo de gorrita, igual de sonriente,
con una barbita de candado, parecida al panadero árabe de la Calle Júpiter. Otro
barbudo de gorrita que era más perfil que rostro, también había subido sonriente
a la cuerda en una fotografía llamativa. Y finalmente subió un barbudo de melena,
con la mirada lejana y una estrella brillante en la boina de color negro, del
que Grande Niña se enamoró de inmediato.
“Dime
algo más concreto de todo esto, hermana, ¿Cuál es la respuesta de este
acertijo?” –ordenó Niña Grande con los ojos desmesurados y retadores.
“Hemos
descubierto que El Tío es un Héroe”. –respondió Grande Niña con el rostro entre
triste y dulce; estado de ánimo que más adelante leería en el libro de un poeta
peruano.
También,
como todo El Tío tiene un gran amigo, El Tío de nuestra historia tenía uno que
ellas llamaban El Gran Amigo de El Tío. Cuando sonreía, su piel adquiría la tesitura
de una luna nocturna en cuarto creciente. Se dejaba crecer un cabello
completamente enredado más abajo de los hombros que a veces parecía un panal de
abejas, otras veces asemejaba un enjambre de abejas que se comieron el panal,
otras, eran análogas a caídas militantes de abejas hasta la cintura.
El
Gran Amigo de El Tío era el cantante del Grupo Musical que El Tío promovía. Tenía
una voz tan ronca, tan gruesa que Grande Niña la comparaba con el sonido de un
tambor llamado tumbadora. Niña Grande nada opinaba porque cuando llegaba a casa
El Gran Amigo de El Tío, se ponía como un autómata y no hacía más que mirar a
sus ojos fijamente y al no conseguir respuesta torcía sus ojos; sólo lograba un
seco “Hola Niña”, que la llevaba directo a un encierro entre las cobijas de su
cama. Al llegar a la casa, El Gran Amigo de El Tío debía pasar por una
abrazadera casi infinita desde Abuela T hasta Grande Niña, excepto Niña Grande que
se ponía a leer sus cuentos sin leerlos.
La
Novia de El Gran Amigo de El Tío era tan o más flaca que Grande Niña y Niña
Grande que (bastante decir) eran como dos palillos ambulantes. Usaba unas
batolas de los mismos colores habidos en el arcoíris de su mirada y su sonrisa flotaba
como el augurio de una diosa africana. Tenía una impresionante voz para cantar unas
tonadas que salían de su pecho como de una caverna poderosa y ancestral; tan
rítmicos como preciosos eran aquellos ecos armoniosos. Grande Niña había
pensado alguna vez en ser una cantante famosa, pero al escuchar a La Novia del
Mejor Amigo de El Tío cantar, abandonó para siempre aquel sueño.
Con
estas dos parejas, ambas niñas subieron a Monte Cabré y pernoctaron un sábado.
Antes las hicieron subir y bajar tantos riscos y trochas que sus mejillas se
encendieron hasta enrojecerlas como el fuego y cada tanto apagaban con chorros
de sudor. “Todo este ejercicio es para prepararlas” –decía a cada momento El
Tío. Ambas se preguntaban con un silencio absolutamente sudado y jadeante: “¿Prepararnos
para qué?”.
Almorzaron
una comida que era “casi comida” o “entre comida y no comida”. Porque aquellas
dos flaquitas jartaban verdaderamente y lo que les sirvieron como almuerzo aquel
mediodía fue un remedo precario de lo degustado diariamente. Segundos antes de
que El Tío abriera la boca para responder a sus largas caras, Niña Grande le
dijo con anticipación providencial: “Si. Ya sabemos. Es para prepararnos”. Inmediatamente
se escuchó un extraño sonido salido de lo intrincado del Monte. Hicieron
silencio para percibir mejor de qué se trataba. “Seguro es un pájaro” –dijo El
Tío. “Yo creo que fue un trueno lejano”, dijo El Gran Amigo de El Tío. “Yo creo
que fue la brisa”, opinó La Novia de El Tío. “Yo creo que fue el silencio que
también suena como los ecos” dijo La Novia de El Gran Amigo de El Tío. Entonces
Niña Grande le dijo bajito a su hermana: “Tú sabes bien lo que fue”.
Reanudaron
las subidas y bajadas, los riscos y peñascos, las trochas y montarascales. Les
impresionaba la agilidad de La Novia del Tío cuando subía y bajaba como una
campeona olímpica los picachos y hondonadas, a pesar de los cien kilos –a decir
de Niña Grande; entre setenta y ochenta según Grande Niña, quien terminó diciendo:
“Es que tiene mucho entrenamiento”. “¡Qué consuelo!” –lamentó Niña Grande.
Más,
lo de La Novia de El Gran Amigo de El Tío era todo un arte celestial. En vez de
subir, parecía que flotaba sobre el piedrero. Bajaba los desfiladeros,
ejecutando un ballet digno de la Galaxia Andrómeda. En aquella gravitación que
más era un vuelo, apenas estiraba unas piernas de diosa africana y ya estaba en
el sitio que tenía como meta. Cuando las hermanas iban por la mitad, ya La
Novia del Gran Amigo de El Tío flameaba victoriosa en lo alto, dibujada por los
árboles y el cielo.
“Te
perdiste el poema de El Tío” –dijo Grande Niña a su hermana cuando amaneció. Las
dos parejas se habían tomado la noche a sorbitos de algo llamado Cocuy de Penca.
Se arroparon con unas cobijas de cinco centímetros de grosor, leyeron poemas y
cantaron canciones (la mayoría de un barbudo cuya foto estaba en carátulas de
discos que adoraban con devoción originaria).
El
Tío asombró a Grande Niña con la ejecución de su guitarra porque hasta tocó un Cante
Jondo de ésos donde la voz del cantante toca las puertas del infinito y,
además, todos y todas se asombraron mucho más, cuando La Novia de El Tío marcó
unos rasgueos melodiosos que parecían clavarse en las estrellas de la noche
como duendes, al pasear entre sus dedos, un instrumento hecho de la concha de
un animal llamado cachicamo.
La
Novia de El Gran Amigo de El Tío cantó junto a El Gran Amigo de El Tío una
canción imposible de ser olvidada por Grande Niña quien, saliendo por instantes
de la hipnosis del momento, buscó a Niña Grande y sólo encontró a un bojotico envuelto
en una cobija y una carita rendida de sueño. La canción había sido compuesta
por El Tío y tenía incrustada en un trayecto instrumental -como vocablo
glorioso- un poema suyo lleno amor a la madre en distintas formas: Tierra,
Naturaleza, Luna, Noche, Estrella, Patria, Escuela, Maestra, Mujer…
Siguieron
cantando El Gran Amigo de El Tío, La Novia de El Tío y La Novia de El Gran
Amigo de El Tío acompañándose de grillos, sapitos, gruñidos de tigre, neblina y
frío. El Tío se acercó a Grande Niña y le habló de la Señora de Brazos Blancos
que viene a llevarse a la gente al otro lado mundo. “No le temas cuando la veas
–dijo sonriendo El Tío- no viene por ti. Quienes son sus encargos no la ven,
pero la presienten. La he visto sólo una vez cuando vino por Abuelo B. Vi sólo sus
brazos largos, de un blanco transparente, mostrando unas venas horribles a
través de las cuales corre sangre azul. Viene a llevarse los recuerdos, aunque
jamás puede hacerlo porque la memoria de la gente puede más; sólo logra cortar
el hilo de la vida. Siempre se va llena de rabia y enigmas”.
Cuando
se enteraron del viaje familiar, presintieron que una de ellas debía quedarse
escondida en casa. Algo importante iba a pasar porque El Tío estaba moviendo
mucho las cosas de su habitación en compañía de La Novia de El Tío. Además,
algo que nunca hacía: lo cazaron metiéndose en lugares jamás explorados por él,
como ejemplo, en la habitación de Abuela T. Le pescaron una frase dicha cuando
hablaba con el retrato de Abuelo B: “De ti aprendí todo esto. Ahora de qué te
quejas”. ¿Qué había aprendido El Tío de Abuelo B? Pista interesante a seguir.
Esta
vez el azar favoreció a Niña Grande. “¡Por fin ganaste hermana!” –dijo Grande
Niña como si hubiese sido ella. Trazaron un plan preparatorio para lograr que
Niña Grande se quedara en casa ese fin de semana. Dijeron a Abuela T que El Tío
quería que le sirviera de modelo para una pintura figurativa. Y El Tío había
dicho a Abuela T que La Novia de El Tío y él se irían a recorrer las plazas.
Los mensajes se parecían en todo.
Ambas
se turnaron para entorpecer e intervenir en toda conversación que hubiera entre
ambos, en donde saliera a relucir el tema del paseo. Claro, había tres
preparativos en marcha: el de Abuela T y su viaje de fin de semana, el espionaje
atrabiliario de las hermanas y el oculto preparativo de El Tío del que no había
certezas, sólo intuiciones infantiles.
Niña
Grande logró quedarse escondida en la habitación compartida con su hermana. Estaba
muy creída de que podría, desde su cómoda cama, realizar su tarea con toda
tranquilidad. Escuchó al gentío, paulatinamente llenar la casa, comunicándose
en códigos ininteligibles, exactamente una hora después de haber quedado sola. Escuchó
la voz de El Tío aproximarse a la habitación, lo que la hizo esconderse debajo
de la cama, apenas sosteniendo libreta y lapicero. El Tío daba instrucciones
como si no viviese en esa casa. La habitación quedó ocupada por tres voces que
se saludaron por vez primera.
El
gentío se reunió en la biblioteca que no era nada pequeña. Allí El Tío pasaba
largas horas, incluso días, semanas y meses leyendo libros y tomando notas. Primero
comenzaron con la cantadera de canciones y la leedera de poemas; “Es que no se
cansan” –dijo en silencio como si hablase con los ademanes de Abuela H. Luego
bajaron con desmesura la voz hasta horadar el silencio con la disciplina
infinitesimal del murmullo. Aunque rodeó aquella estancia con la habilidad del
periodista, no logró escuchar de su osadía, más que aisladas palabras escapadas
por entre los lados de la puerta, que anotaba en la libreta temblorosa entre las
manos, con la oreja adolorida de tanto tenerla pegada a la madera: Pueblo. Sentido.
Dialéctica. Educación. Lucha. Hermenéutica. Realidad. Amor. Política.
Revolución, fueron esas palabras capturadas por su intuición.
Volvió
a la habitación y a la cama y al vacío que hay debajo y a su gozosa soledad
propia de niñas curiosas que se ocultan. Salieron varios hacia la cocina y prepararon
comida. Cocinaron lo justo para compartir entre ellos. Estaba segura de que, si
hubiesen sabido de su presencia, una porción de algo que por el olor debió
haber estado muy sabroso, le hubieran compartido. Ella fue al gabinete donde ambas
habían dejado varios sánguches preparados y a la nevera donde estaba el jugo.
Por la noche y a la mañana siguiente, muy sigilosamente, haría lo mismo.
Como
en la casa estaban repartidos todos aquellos estudiosos, cantadores y héroes (esto
último a decir de su hermana) le correspondió dormir en el mismo escondite. A
la mañana siguiente se agruparon en varios sitios para conversar y regresaron a
la biblioteca donde almorzaron. Volvieron a la cantadera y a la leedera de
poemas (incorporaron la infaltable jodedera) hasta que empacaron sus cosas y se
fueron como habían llegado.
Grande
Niña llegó muy cansada del viaje familiar y sólo al día siguiente recibió el
parte de Niña Grande. Estaba asombrada del resultado. “Esto ratificaba que Los
Amigos de El Tío son también unos héroes” –dijo como pensando en voz alta. Se
pasaron varias veces la libreta donde Niña Grande había escrito las palabras,
provocando comentarios maravillados y susurros de satisfacción en Grande Niña,
cuya imaginación volaba en cada lectura de aquellos acertijos.
“¡Ya
está!”, exclamó: “Buscaré lápiz y papel”. Llegó con su cartuchera y un
cuaderno. Hizo varios cambios y relaciones, tachó, borró, cambió el lugar de
las palabras, hasta volver a la linealidad lograda por su hermana al escucharlas.
Colocó conectivos logrando un texto que se transformó en un mensaje: “El pueblo
tiene sentido si la dialéctica en la educación guía su lucha con la
hermenéutica de la realidad en el amor a la política para la revolución”.
Memorizaron
aquel enunciado y rompieron todo papel que lo reprodujera.
Una
mañana llegaron a la casa: El Tío y La Novia de El Tío con el objetivo de sacar
varias cosas de la habitación de El Tío. Estaban serenos, sonrientes y hablaban
del proyecto de montar un laboratorio de fotografía en un local que les fue
donado. Lo extraño es que también se llevaron carpetas, otros papeles y todos
los libros de El Tío. Fue como si se hubiesen mudado a otra parte. Niña Grande
sólo movió los labios: “Tal y como vino todo esto, se va a ir todo esto”
–susurró. Abuela T vio con paciencia todos los movimientos y preguntó sin
emoción: “¿Se van a casar?” La Novia de El Tío la miró con ternura y le
respondió: “Ya estamos casados para siempre”.
Abuela
T fue a su habitación marcando cada paso. Habló puntualmente con Abuelo B hacia
el cuadro colgado de la pared: “Ya estoy preparada. Sospechaba que tú estabas
detrás de todo. Bienvenido”. El Tío entró para enterar a Abuela T de lo que
sucedía y ella respondió con las mismas palabras dichas a Abuelo B. Salió de la
habitación recuperando su paso habitual, para así incorporarse activamente a la
mudanza. El Tío se quedó un rato que no fue tan breve frente al cuadro, como sintiendo
que Abuelo B lo miraba con satisfacción.
Abuela
T preparó a toda la familia para lo que vendría. Orientaba que debían agudizar
al máximo los cinco sentidos. Era darse cuenta de lo extraño, nuevo,
sorprendente que sucediera alrededor de la casa: automóviles inusuales,
vendedores con señales particulares, marcas en las paredes exteriores o en la
puerta de entrada. El Tío no volvió a casa y de su existencia se sabía a través
de códigos bajo discreción, sólo dominados por Abuela T quien comenzó a sufrir
de un antiguo Síndrome.
Era
la ser humana más llorona del mundo Abuela T. Lloraba de alegría y de tristeza.
Cuando una emoción la llevaba a la felicidad lloraba; igual cuando la visitaba
una tristeza contingente o del recuerdo. Al enterarse de cada logro de sus
nietas: primer gorgorito, primer paso, primera palabra, primer cumpleaños, primeros
escritos, lloraba. Era experta, acompañando a sus amigas y comadres en sus
dolores, soledades y ausencias, con énfasis en velorios y entierros: llorando
siempre. En varias oportunidades hizo llorar a la comunidad entera con sus
emociones gratificantes o trágicas, debido a cualquier evento grandioso del
mundo o un desastre o perjuicio sufrido por cualquier colectivo en cualquier lugar.
Sólo
una vez en su vida esta conducta se había interrumpido cuando sufrió el
Síndrome de Nolag. La Mamá (su hija) también sufrió de joven junto a ella este
mismo problema. La afección se trataba de no poder expresar la más mínima
emoción que desencadenara el llanto. Esto sucede a toda persona que es sometida
a altísimas tenciones vivenciales. Los médicos confirman el diagnóstico, mediante
un simple examen de la pupila en cualquiera de los globos oculares, donde
aparece un pequeño nervio congelado como un iceberg de color blanquiazul. La solidificación
de este nervio adormece el proceso de asamblea de células cerebrales,
necesarias para producir emociones que liberen las tenciones ocurridas en la
cotidianidad. Sufriendo el Nolag, las personas no manifiestan sus sentimientos
a simple vista, aunque éstos jamás desaparecen porque se llevan escondidos en
los sentimientos, sin embargo, las personas afectadas se comportan con una
aparente frialdad y quedan impedidos del llanto.
El
día en que llegaron Los Hombres de Brazos Blancos, ya todos estaban poseídos
por el Nolag. Fue de madrugada y estos tipos echaron la puerta abajo. Grande
Niña sólo veía brazos blancos portando un armamento brilloso. Niña Grande los
miraba con feroz detenimiento para no olvidar sus ojos ni sus máscaras.
Preguntaron por El Tío e invirtieron todo el tiempo del abuso revisando la
biblioteca libro por libro. “Buscan un libro” -susurró Niña Grande a su
hermana- “Van a tardar”.
Los
colocaron en fila, espalda contra la pared, para comunicarles que serían
trasladados al Comando. Abuela T protestó por las niñas y encontró el muro de
un oído sordo y burlón. Ya en el sitio, fueron separados, incomunicados y
situados en cuartuchos abominables, hediondos a orín. A cada quien le asignaron
dos esbirros que se turnaban para hacerles preguntas y un soplón de habla inglesa
que les emitía órdenes a los esbirros.
El
Papá hizo notar su preocupación por el campeonato que ya estaba en su etapa
decisiva y desconocía aquel libro que los esbirros nombraban. La Mamá, aunque sabía
de libros, dijo no recordar un libro con nombre parecido. El interrogador de
turno la miraba incrédulo y rabioso al gritarle: “Tú debes saber que el libro
se llama Miguel Vicente Pata Caliente y al que lo tenga en su casa le va a ir
muy mal”.
Grande
Niña se la pasó toda la seguidilla de preguntas sin decir una palabra, tarareando
aquella primera canción que El Tío interpretó en su guitarra. Niña Grande leyó
de memoria, letra por letra, como una robotita, el libro El Hombre que
Calculaba de Malba Tahan que hizo creer por momentos a Los Brazos Blancos, en
una posible “conexión árabe”.
Abuela
T anunció denunciar el hostigamiento y la persecución de su hijo, de quien dijo
no recordar su nombre de pila; lo sorprendente es que era verdad. Desesperada
preguntó: “¿Por qué persiguen a mi hijo?”. El esbirro respondió: “Porque es un
peligro para la sociedad”. Ella ripostó: “¿Y por qué es un peligro para la
sociedad?”. “Porque es un poeta” –respondió el tipo tirando la toalla.
Salieron
de aquel tenebroso sitio al día siguiente.
Abuela
T orientó un cambio de táctica. Sabía que de ahora en adelante los seguirían hasta
cuando fueran al baño. Abuela H se presentó en la casa para protegerlos con sus
consejos sanitarios. Lloró tres días con sus noches al ser la primera en
detectar el Nolag que afectaba la familia y también fue la primera en
identificar al sabueso que iba detrás de su hijo. Razón por la cual comenzó a
acompañarlo como el día en que lo llevó a su primera práctica. “Se vuelve a ser
niño de nuevo” -dijo Niña Grande. “Anota eso Hermana”. Abuela H viajaba con el
equipo y se presentaba en cada juego. La gerencia le brindó un palco especial.
Llegó a hablar con el esbirro: “Tú en tu tarea y yo en la mía. Las madres somos
para toda la vida, en cambio los “sapos” son ocasionales y desechables”.
De
niño, El Papá fue aficionado al equipo de la Capital y cuando firmó al
profesional, Abuela H consintió que fuera con un equipo gringo que ganaba poco,
pero pagó suficientes bonos de novato. Y la divisa nacional para la que terminó
jugando no fue la capitalina que ganaba casi siempre, sino la que siempre
llegaba en el último lugar. “Es que El Papá es muy humilde” –decía Grande Niña como
tratando de comprender.
Ese
año del ataque de los Brazos Blancos, la divisa nacional donde jugaba El Papá se
metió en la pelea por el campeonato por primera vez en su historia. Sin
embargo, El Papá no entraba en juego en todas las ocasiones porque era lo que
llaman un lanzador de relevo largo. Niña Grande conocía el juego de béisbol al
dedillo y llevaba al día todos los numeritos a El Papá. Le daba consejos de
cómo lanzarle a tal o cual bateador. Cuando recibía buenos batazos le explicaba
el por qué había sucedido. Niña Grande siempre se anticipaba con asombrosa
precisión cada vez que El Papá era llamado a lanzar. “Esta noche El Papá saldrá
a lanzar” –decía y así sucedía.
Era
la primera vez que El Equipo de El Papá iba a unas finales y logró llegar al último
juego decisivo. El Papá vino a lanzar en entrada extra con las bases llenas,
cero ao, y el bateador contrario en tres bolas malas sin estrai. Quiere decir
que con un solo lanzamiento malo de El Papá se terminaría el juego y el
campeonato. Abuela H se comía las uñas al lado de Niña Grande poseída por el
Nolag. El Papá no lanzaba muy duro, pero se destacaba por su lanzamiento llamado
La Rabo de Cochino. Al primer bateador que enfrentó, lo ponchó con tres bolas
seguidas. “Los próximos tres lanzamientos serán malos, lo conozco” -dijo Niña
Grande. En efecto, con el segundo bateador no le funcionaron las tres primeras
Rabo de Cochino y volvió a quedar en el precipicio. Abuela H miró a la nieta
con rencor y le dio su respectiva torcida de ojos. Sin embargo, con el
siguiente lanzamiento tuvo toda la suerte del mundo porque iba sobre el
bateador y éste hizo un movimiento para quitarse la bola de encima y le dio con
el bate. ¡Faobol! –gritó Abuela H varias veces. “Eso está dentro de las
probabilidades. Ahora lo ponchará con dos rectas” –aseguró Niña Grande
recuperando afectos de Abuela H. En efecto, El Papá ponchó al bateador
contrario con dos rectas y Abuela H abrazó a Niña Grande con la fuerza de un
ciclón. “Tranquila Abuela H que esta entrada ya la tiene El Papá en las manos”.
Y así fue. El siguiente bateador se fue con el primer lanzamiento porque dio un
elevado al terreno corto y se acabó la entrada. El Papá dejó con vida a su
equipo y con la posibilidad de quedar campeones.
Abuela
H daba unos saltos que retumbaron en toda la casa. Los gritos de alegría fueron
tan fuertes que los vecinos creyeron que Los Brazos Blancos habían regresado.
Poseídos por el Nolag, todos la veían siguiendo las incidencias del juego,
llorando de alegría. Cuando a El Papá lo entrevistaron luego de la emocionante
entrada, Abuela H se extrañó de su parquedad. “¿Qué le pasa? ¡Si acaba de
realizar una hazaña!”. Aunque su equipo terminó perdiendo el juego y el
campeonato, fue felicitado por la familia como si hubiese sido todo lo
contrario. Aquella pequeña ganancia hacía falta.
Y
había que fijarse en cómo hacían falta algunas victorias consecutivas. A la
mañana siguiente se enteraron de la inexplicable desaparición de La Novia de El
Tío; también se había estado cuidando como El Tío, pero fue detenida en la
calle en circunstancias extrañas y no la vieron de nuevo. Desapareció.
Aquella
relación amorosa había sido tan rápida que en medio de esta tragedia terrible
fue cuando la familia conoció a La Mamá de la Novia de El Tío. De inmediato se familiarizó
con Abuela H y adquirió el Síndrome. También se dieron cuenta que La Mamá de la
Novia de El Tío, llamaba El Tío a El Tío.
Mientras
El Tío saltaba de sitio en sitio con Los Brazos Blancos persiguiendo su humo
permanente, toda la familia se abocó a buscar a La Novia de El Tío. Cuando
preguntaban en los organismos públicos, los funcionarios también preguntaban a
La Madre de la Novia de El Tío si La Novia de El Tío en realidad había nacido.
Fue cuando se dieron cuenta que, además de La Novia de El Tío, los
desaparecidos eran muchos más.
Comenzaron
a aparecer cadáveres flotando en el mar, gente golpeada y allanada en sus
propias casas. Fue cuando Los Brazos Blancos lograron la captura de El Tío. Aprovechando
la notoriedad pública de su Cuñado porque jugaba béisbol profesional, la
familia logró procesar la denuncia para salvarlo de una muerte segura. Abuela T
se movilizo en La Fiscalía junto a otros familiares y logró saber que estaba
con vida, aunque Los Brazos Blancos no daban la dirección del sitio de
reclusión. Abuela T no pudo verlo en tres infinitos meses, cuando fue mostrado a
la prensa con señales de haber sido golpeado salvajemente.
Todas
las familias acompañaron a Abuela T para escuchar la sentencia del Tribunal. Los
veinte años de cárcel para El Tío sonaron como una bomba nuclear a los oídos de
todos. La sentencia fue repetida en el idioma inglés por orden del gobierno. Todos
vieron a El Tío desde lejos. Grande Niña y Niña Grande coincidieron en que
estaba bonito. Se había bañado para la ocasión. Vestía ropa deportiva
completamente nueva. Había recuperado peso. Nada de teatrales barbas, ni de
maquillajes opacos, ni de poses falsamente poéticas. Levantó los brazos de manos
esposadas en señal de saludo. Lanzó una sonrisa que dejó escapar cierta
tristeza y caminó franqueado por Los Brazos Blancos.
Jamás
fue vista de nuevo La Novia de El Tío. Se decía que los Brazos Blancos la llenaron
de oscuridad y silencio. El Mejor Amigo de El Tío también fue capturado y
condenado a diez años de cárcel; Los Brazos Blancos no lo trataron mejor dentro
de la cárcel.
Hubo
un cambio de gobierno y el Presidente de turno concedió un indulto que
favoreció a El Tío y a El Mejor Amigo de El Tío quienes salieron de la reclusión.
Con el abrazo familiar generado, todos se curaron del Síndrome y volvieron a
llorar un año consecutivo por cualquier causa, hasta recuperar la normalidad.
Aunque el Nolag se apoderaba de todos cuando conmemoraban el nacimiento de La
Novia de El Tío.
El
Tío y El Mejor Amigo de El Tío se unieron a la causa por encontrar a La Novia
de El Tío. La actitud agresiva de los siguientes gobiernos de turno aumentó y
ambos tuvieron que salir de La Patria. Quien fuera La Novia de El Mejor Amigo
de El Tío se había residenciado en El País de los Gurúes y allí les dio
albergue por un buen tiempo.
Mientras
El Tío recorría el mundo, trazando estrategias para encontrar a La Novia de El
Tío, Abuela T fundó un Centro Comunal donde denunciaban la desaparición de
personas por el ataque de los Brazos Blancos. En todo este tiempo Niña Grande
se graduó de físico nuclear casándose con un cultor de las artes del fuego:
tuvieron dos hijos y dos hijas. La Mamá se jubiló de bibliotecaria y montó un
grupo de recreación para niños autistas. El Papá fue dejado libre por los
equipos de béisbol y estudió para chef de cocina. Grande Niña se dedicó a leer
el mundo desde un noticiero alternativo y a escribir cuentos para niños;
además, casó con un administrador de productos de computación y han tenido seis
hijos y una hija que se le parece asombrosamente hasta en la contadera de
sueños.
El
Tío regresó a La Patria porque Abuela T planeaba irse del plano terrenal. Ella
siempre dijo que no necesitaba que ninguna señora de brazos blancos la viniera
a buscar. El Tío pintó su rostro a óleo colorido y lo puso al lado de Abuelo B.
Decidió jamás entrar a esa habitación. Dos regaños eran demasiado.
Mami
Grande Niña me dijo que El Tío vendría para esta Navidad e iban a hablar de sus
cosas, por lo que deseaba que yo estuviera presente. Se reunieron en aquella
biblioteca, donde Tía Niña Grande hizo de Maga Curucuteadora. Hablaron casi dos
días seguidos y al final, Mami Grande Niña dijo: “Estamos como el larguísimo
chiste aquel. Por fin me vas a responder por qué el Niño Jesús trae regalos a
los niños”.
El
Tío había dejado de convertirse en humo como lo hizo desde su adolescencia. Se
le notaba mucha dificultad para respirar y le salía una voz gangosa que se
apagaba antes de finalizar la frase. A veces, mientras hablaba o reía, le salía
una tos recurrente que terminaba en una leve mueca en el rostro. Esa noche vi
por primera vez a la Señora de Brazos Blancos pasar detrás de El Tío.
Había
adoptado una posición como meditativa y hasta es posible que la usó para volver
a soñar o a mirar las estrellas de la noche, como lo hizo en los últimos
cuarenta años. ¡Cuántas estrellas pasaron por su espíritu en las noches de los
cinco continentes donde estuvo! Por esos lejanos sitios se transformó en El
Viejo que Miraba las Estrellas al que dedicaron poemas y canciones. Al llegar a
La Patria continuó con esa actividad que Mami Grande Niña designaba con bellas
e inenarrables metáforas.
El
Tío abrió los ojos y respondió:
“El
Niño Jesús trae regalos a los niños porque para el Niño Jesús, los niños son un
regalo”.
La
siguiente Navidad, los hijos de las hermanas estábamos a orillas de El Mar en
una noche donde se podían tomar las estrellas del cielo con sólo extender la
mano. Para recordar a El Tío, Mami Grande Niña nos sugirió jugar a señalar una
estrella en la noche y ponerle un nombre. Así estuvimos un rato, formando
familias y coros de estrellas, hasta que ella dijo: “Hay una estrella en el
cielo que está brillándonos desde hace mucho rato sin que nos demos cuenta.
Está allí desde hace años para que la encontremos y la sigamos. Mírenla”. –Y
señaló al cielo. Todos aseguramos estarla viendo. “Muy bien. No le quiten la
vista a su brillo. Esa estrella se llama: La Novia de El Tío”.
Buenas noches, excelente contenido. Un poco extenso pero es bueno, Siempre agradecido por estas piezas escritas que nos ayudan a sentirnos más vivos.
ResponderEliminarAtte
G González
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAgradecida por este rincón de cobijas de letras que nos mantiene calientiiicos.... Gracias, gracias, gracias!!
ResponderEliminarUn apapacho!!!
El Tío, mi tío, el tío de muchos que influyeron en nuestra vida, a travès de sus mágicas aventuras... Gracias por permitirme honrar a través de estas líneas a mi Tio Luis, el combatiente de siempre, el amoroso y mal llamado en la familia por muchos "El loco Luis", porque nadie comprende como el encierro y torturas, no pudieron arrancarle su sonrisa y dulzura...
ResponderEliminarGracias Guarida!!