sábado, 26 de diciembre de 2020

EL TIO

 



 A Catherine Fagúndez

¿Si el azul es un ensueño

Qué será de la inocencia?

¿Qué será del corazón

Si el amor no tiene flechas?

FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Los abuelos que enterramos (dizque los enterramos) van y vienen interviniendo, insultándose en el aliento y las potencias nuestras, hasta el punto en que no vivimos una sola hora sin ellos. Los nietos eufóricos hacen nada más que un relevo parcial de los viejos; andan en las tertulias literarias y en los cafés disfrazados de locos, pero son los cuerdos de mañana y los doctores de la ley de pasado mañana.

GABRIELA MISTRAL


A menos que se trate de una familia sin hijos o de una pareja sin hermanos, en todas hay por lo menos un tío o una tía a quien pedirle la bendición y esperar de su interés y bondad algún consejo o regalo. Y si la familia es numerosa, los tíos y las tías abundan como arroz para coleccionarlos en cartas, fotos, chismes, recuerdos, peripecias, manías, llegadas, partidas, bienvenidas, adioses. Entonces tío es lo que sobra para tenerlos hasta de amuletos de la buena suerte.

Y entre tanto tío, en no pocas familias existe El Tío como un personaje muy especial de las relaciones filiales. También existe La Tía, no la vamos a negar, pero su notoriedad es diferente; llegando a ser especial, su incidencia tiene otros condimentos y no tiene musa como la de El Tío, quien destaca entre todos los demás tíos, debido a una infinidad de sitios de vida y circunstancias particulares.

En la familia de Grande Niña y Niña Grande había El Tío. Por esta razón esta historia no puede comenzar diciendo: “Había una vez un Tío…”. ¡No! ¡Nada de esto! Si tuviésemos que iniciarla de manera coherente con lo sucedido, debiéramos decir: “Había una vez El Tío…”. Porque El Tío no es un tío a secas. Por ejemplo, la primera vez que sucedió entre ambas, fue ocurrencia de Grande Niña, quien lo vio llegar un día a la casa cargando un globo terráqueo prometido para ellas y dijo a su hermana: “¡Llegó El Tío!”. Niña Grande la miró con fastidio: “Ya vienes otra vez con tus inventos. ¿Acaso no ves que ése es ‘Mi Tío’…?”. “Y es el mío también -respondió Grande Niña- pero de ahora en adelante mi tío será El Tío”. Y fue así como se quedó El Tío para siempre.

Tanto fue el julepe que le dieron a la cantaleta, que toda la familia, por unanimidad, comenzó a llamarlo El Tío. Hasta Abuela T que lo atendía con autoridad y consentimiento llamándolo por su nombre de pila, también sucumbió a los tesones vehementes de ambas niñas y cuando lo veía, le echaba la bendición, le daba un beso en la frente y le preguntaba: “¿Y cómo está El Tío? ¿Ya comió El Tío?”, ¿Para dónde va hoy El Tío”? Y entonces, paulatinamente, aquel “tío” comenzó a ser El Tío para todos y todas.

Hasta sus panas de la cuadra adoptaron aquel apodo que se transformó en nombre propio, de tanto oírselo a la familia y sobre todo a las niñas, quienes hicieron una campaña infalible; cuando escuchaban que lo llamaban por su nombre de pila ellas decían: “Querrás decir El Tío” y no pasó mucho tiempo en que aquellos amigos lo saludaran: “¿Qué dice El Tío? ¿Cómo anda ese El Tío? Te estábamos esperando El Tío”.

Hasta Abuela T, porque en una conversación familiar alguien preguntó por el nombre de El Tío, se agarró la pañoleta de la cabeza entre risas sorprendidas: “Ustedes pueden creer que a veces hasta se me olvida cómo se llama mi muchacho”.

El mayor defecto de El Tío se lo veían algunas personas de la familia y ciertos vecinos metidos maliciosamente en el prejuicio; excepto ambas niñas, La Mamá, El Papá y Abuela T (Sobrinas, Hermana, Cuñado y Mamá de El Tío) para quienes era casi perfecto. Las pocas ausencias de perfección se las perdonaban, como aquello de bañarse a veces o sólo en ocasiones especiales.

Era un (muy grave) defecto el que le criticaban a El Tío y se resumía en la frase “Bueno para Nada” y se ramificaba en palabras como “hippie”, “vago”, “mantenido”, “flojo”, “dormilón”, “cañita”, “consentido”, “relajado”, “sin oficio” y un largo (para Grande Niña y Niña Grande desagradable) etcétera.

Las aficionadas número uno de El Tío, cuando comenzó a tocar la guitarra, fueron sus sobrinas: Grande Niña y Niña Grande. Dada su inexperiencia y poca práctica, sólo interpretaba una canción en aquel precioso instrumento cuya marca era pronunciada por aquellas niñas como precedidas por un Gon sagrado: “Tatay”. Entre sus amigas solían echárselas de mucho diciendo que su El Tío tenía una guitarra marca Tatay y la admiración florecía como en un jardín. Eso sí. Ellas pensaban que El Tío tocaba esa canción de manera magistral y que la ejecutaba muchas veces porque era un éxito universal.

El Tío tardó un par de meses colocando las mismas primeras seis pisadas de la melodía en los trastes y cuando pasó a la séptima y octava, las hermanas tronaron un aplauso recibido por El Tío con una enorme sonrisa. Ellas ya se la sabían de memoria; la tarareaban, silbaban, susurraban, bailaban, le daban percusión, incluso, como era la única que El Tío se sabía, preparaban sus cuerpos y cuando los arpegios surgían, se mandaban una danza; a espaldas de El Tío, por supuesto.

Cuando lo veían merodeando mucho por su habitación, caminando de aquí para allá y de allá para acá, como husmeando algo, ellas se miraban y decían: “La anda buscando”. Se sentaba guitarra en mano, después de quitarle el traje de cuero con una delicadeza de filatelista, en un taburete que el mismo El Tío hizo de madera de Palo Blanco (pesaba una tonelada como para que más nadie lo pudiera mover) y comenzaba siempre aquella canción, cuyo laconismo las subyugaba.

Grande Niña se dejaba llevar por aquellos tonos metida en un ensueño paradisíaco. En cambio, Niña Grande, después de escuchar las primeras pisadas y darse cuenta de que era la misma pieza, se quedaba muy seria como pensando en la desconocida canción que algún día, más temprano que tarde (como solía decir Abuela T) El Tío aprendería otra, para dejar de interpretar ésta, que ya estaba como que repetitiva.

Nunca le habían preguntado el nombre de aquella obra musical, porque sabían que El Tío comenzaría con su trabajo acerca de la importancia de darle a la imaginación y las adivinanzas y al final terminaría transformando todo en un acertijo que había que resolver y por fin no revelaba nada.

Lo peor era que sus panas de la cuadra parecían ser los cómplices perfectos porque morían callados cuando ambas trataban de averiguar aquel título. Para colmo de males, la canción había pasado de moda y nadie la recordaba. La Mamá les dijo interrogada: “Creo que alguna vez la bailé” -ganándose la mirada piadosa de Grande Niña y la visión puyua de Niña Grande.

Cierto día de inicios de diciembre, en que El Tío se encontraba en otra de sus miles de alegrías, les dijo a secas: “Esa canción se llama Escaleras al Cielo” y sorprendentemente comenzó a rasgar en las seis cuerdas otra canción. “¡Otra canción!” –dijo Grande Niña dando varios brincos supremos- “Lo logró” volvió a gritar. “¿Qué logró?” –preguntó Niña Grande con los brazos cruzados y una seriedad de ensimismamiento profundo, escuchando a El Tío entregarse a su segunda gran obra, como quien sospecha que alguien se ha salido con la suya. Grande Niña ya sabía que a su hermana le sería muy complicado en ese momento, comprender el sentido de aquel logro, que también era una transformación.

“A ver –les preguntó El Tío- ¿Ya escribieron la carta al Niño Jesús?”. No respondieron nada, a sabiendas de que vendría con una de las suyas. “Bien. Les tengo una pregunta”. Y ambas se abalanzaron pegándole los ojos casi en el filo de su famoso aliento de humo. Las observó con una seriedad fingida, como si fuese a decir un discurso fastidioso y soltó: “¿Por qué el Niño Jesús le trae regalos a los niños?”.

Pudieron haber estado el resto de la mañana y toda la tarde hasta llegar la noche dando respuestas al azar y la cara de total negativa de El Tío hubiese sido la misma. A Grande Niña se le fueron los ojos en su preferido oficio de mirar el techo de la casa hasta el infinito, buscando la profundidad que debería tener aquella respuesta, en cambio, Niña Grande se le acercó aún más, pegó su nariz a la nariz de El Tío y lo miró a los ojos con desafío. El Tío se levantó del taburete, le dio un beso a cada una en la mejilla, cargó sobre el hombro aquel asiento marcadamente suyo, como si fuese de papel, y se dirigió hacia su cuarto. Al llegar al vano dijo con aires de sabio: “Ésa es una pregunta con una respuesta para toda la vida”. Y se metió soltando risotadas.

Pintaba cuadros El Tío. Hacía unos óleos tan abstractos como sorprendentes. Utilizaba colores de su propia invención y los metía sobre el lienzo con una maestría de paciencia pasmosa. Siempre que Abuela H lo veía concentrado pintando en el patio de la casa, movía la cabeza en señal de desapruebo y se iba cabizbaja como lamentándose de que las habilidades de aquel valioso muchacho se estuviesen perdiendo en oficios tan improductivos; Abuela H era de las que sospechaba que El Tío había nacido sin un tornillo del cerebro.

A veces se le desbordaba la inspiración a El Tío y entonces llenaba toda la casa de bastidores y comenzaba a pintarlos sin descanso, como poseído por un duende enloquecido. No en pocos momentos, El Papá (Cuñado), antes de ir al entrenamiento, lo miraba largo rato y se iba, sin decirle nada, con una extensa sonrisa.

La casa se transformaba, por obra de aquella avalancha de cuadros y colores, en una exposición de las obras de El Tío. En ocasiones los vecinos se enteraban y la invadían, para ver las pinturas ya terminadas y entonces, El Tío, vestido con su clásica bata, cuyo blanco huyó de tanta mugre colorida, se regodeaba explicando sus motivos, la técnica implementada en cada postura, la inspiración encontrada, el valor histórico inestimable de su trabajo. Grande Niña entonces se transformaba en la auxiliar de El Tío porque se ocupaba de aproximar los cuadros a los interesados, complementando a veces algún comentario de El Tío con una improvisada opinión suya, que la gente tomaba como una sorprendente erudición. A todas éstas, Niña Grande ofertaba una sustanciosa y bien fría limonada a los visitantes, a precio razonable.  

Algunas veces sucedió que alguien se interesó por el costo de ciertas obras y El Tío les decía con aire supremo: “Ése cuadro no está a la venta porque es de mi colección personal”. Grande Niña lo tomaba con una pasión ensoñadora, por tratarse para ella de un acto de desprendimiento infinito que premiaba llamando el cuadro en voz alta con el primer título que le venía a la mente, como si se tratara de la martillera de una subasta. Por ejemplo: “¡Lluvia de meteoritos!”, y lo levantaba como llevando un estandarte, para finalmente colocarlo en un sitio visible a la distancia.

Diferente, a Niña Grande se le salían los ojos de las órbitas en la desesperación, porque El Tío había desaprovechado una buena oportunidad de sacar provecho a sus dotes artísticas (tan subestimadas por algunos). Aunque, no pocas veces El Tío logró vender sus cuadros en esa improvisada exposición; y en otras donde las galerías fueron albergue seguro. No faltó ocasión en que una fotografía de los tres, con el rostro metido en un soberano bochinche, sorprendió a la familia desde las páginas culturales de algún periódico.

Como la gran mayoría de los El Tío, El Tío tenía una novia que apareció un día tomada de su mano, como venida de un bosque encantado. “Ya sé por qué se enamoraron” –susurró de inmediato Niña Grande- “ambos tienen la misma sonrisa”. Grande Niña tomó la apreciación de su hermana con esa agradable sorpresa salida de la acertada ocurrencia y se lanzó a darle a La Novia de El Tío un concierto de abrazos ultra viviente. Entonces La Novia de El Tío recibió de inmediato el gigantesco abrazo familiar al que podía sucumbir hasta el más rígido de los seres; se decía entre vecinos que un erizo podía perder las púas entre aquel terremoto de afectos.

“Seguro la conoció en Monte Cabré trotando” –pensó Abuela T mientras salía con una de sus tazas de arcilla que atesoraba el poderoso café negro colado en una manga cuya edad nadie se atrevía a preguntar ni a calcular.

Cuando pudo, el Papá la llevó a su santuario para mostrarle trofeos y medallas, mientras le explicaba (sorprendido de que no conociera) las suertes de un deporte que La Novia de El Tío trataba de comprender con rostro de sincera maravilla.

La Mamá esperó pacientemente, mientras intuía la gran afición que debía tener La Novia de El Tío por los libros. Cuando la tuvo en frente le mandó sus bellas anécdotas como encargada de la Sala Infantil de la Biblioteca llamada El Verso del Ruiseñor. En esos pasajes, Grande Niña contó que ella aprendió a leer luego de Niña Grande, a pesar de que nació un año antes, pero pudo participar en sus lecturas haciendo efectos especiales, por ejemplo, profiriendo ruidos de animales, viento pasando, brujas volando, monstruos barruntando, mares bramando, troles riendo. Es por esto que cuando Grande Niña aprendió a leer, prefería contar los cuentos como dramatizados de su creatividad y no leerlos en voz alta de los libros. Algunos niños solían decirle: “Ese personaje no está en el cuento. ¿De dónde lo sacaste?” Y ella con una sonrisa de diente pelado y lengua afuera decía: “De aquí”, señalando el lado izquierdo de su pecho.

Para no quedarse atrás, Niña Grande dijo a La Novia de El Tío pasajes de memoria de libros científicos, el Teorema de Pitágoras, la fórmula de la relatividad de Einstein y muchas efemérides importantes. La Novia del Tío aprovechó para contarles un cuento acerca de un niño viajero a quien llamaban Miguel Vicente Pata Caliente que las dejó prestas para el próximo capítulo y así hasta el infinito. Ella les prometió traerles el libro en una oportunidad venidera.

Al enterarse de la primera visita de La Novia de El Tío, debido a una llamada telefónica de Grande Niña, Abuela H se vistió con sus mejores perchas, tomó una carrera de carro (de esas donde traía presionado al chofer: “Apúrese señor que voy tarde”) y se presentó emperifollada a abrazar y besar a La Novia de El Tío para, de paso, invitarla a ver su impresionante Nacimiento Navideño de ese año. Le narró con pormenores y detalles, cada una de las estancias de aquella monumental obra cultural que ya había ganado premios municipales. Le dijo como primicia, haber colocado música a su montaña mágica en ese año. Luego de aquella infaltable y muy esperada exposición, Abuela H se le acercó a Abuela T y le susurró al oído: “Es muy bella, pero tiene que rebajar de peso; por la salud, digo”.

Abuela T se agarró casi toda la noche para sí a La Novia de El Tío. La sometió con su implacable quesillo de piña que La Novia de El Tío probaba y aprobaba levantando las cejas y soltando el providencial: Hummm. Se enteró de sus bellezas: artesana, ceramista, maga de circo, astróloga, chef de cocina marinera, cantante lírica, acupunturista, quiromántica, iridióloga, instructora de bailes caribes, experta en lenguaje de señas, pintora de bodegones, actriz de teatro, fotógrafa, profesora de Tai Chi, ejecutante de instrumentos musicales de cuerda, buena hija y excelente nieta.

Casi en la madrugada, cuando El Tío acompañó a La Novia de El Tío a su casa, Abuela T conversó largo rato con Abuelo B desde su retrato colgado en la pared. “¿Que qué me pareció La Novia de El Tío me preguntas? Ya tú sabes la respuesta. Es una soñadora”. Y se fue a la cama entre una cadena suspiros.

Hubo un cambio sorprendente desde la llegada de La Novia de El Tío en la habitación de El Tío. De repente instalaron unas cuerdas como de guindar la ropa mojada y le colocaron unos ganchos de plástico. Extendieron un mesón de madera a lo largo de una de las paredes laterales y allí pusieron frascos de lata, unas bateas pequeñas como para flotar barquitos, agua en un frasco como bendito y otros frascos de a litro, un paquete cerrado de algo que parecía contener hojas de papel y una extraña caja parecida a un telescopio gordo pero más grande.

A las niñas les dio cierto despecho porque El Tío mantenía todo este movimiento bajo discreción. Niña Grande entraba y auscultaba lo nuevo con el entrecejo fruncido de una inspectora de aduanas. A Grande Niña todo le causaba una fascinación tan evidente que extendía los brazos mientras respiraba profundo, tarareando aquella canción de los inicios de El Tío con su guitarra.

Grande Niña danzaba alrededor de aquella habitación llena de corotos extraños y dijo: “De aquí van a salir cosas maravillosas”. Niña Grande, en cambio, dejó escapar una especie de extraña sentencia: “Tal y como vino todo esto, se va a ir todo esto”. Grande Niña se le puso enfrente con el cuerpo recto, alzó el mentón, extendió los brazos sobre su cabeza y movió las manos para decir: “¡Tan-Tan!”.

No tardaron El Tío y La Novia de El Tío en meterlas en aquel asunto. Ese día encontraron todo claro como siempre en la habitación, pero hubo la sospecha de que en cualquier momento iba a presentarse uno de esos cambios sorpresivos, llenos de movimientos, a los que El Tío las tenía acostumbradas, porque en las ventanas estaban colocadas unas cortinas de color negro.

El Tío y La Novia de El Tío tenían guantes como de extraterrestres. Les explicaron el procedimiento de intercambiar en agua, unos polvos sacados de sobres (parecidos a ésos donde vienen los refrescos instantáneos), y así formar fluidos y líquidos en la batea (donde aún se podía flotar barquitos). “Esto se hace con la luz apagada” –recomendó El Tío como si estuviese en una exposición de la escuela- “Y el líquido se guarda en un frasco de vidrio”. Luego desenrolló una cinta de plástico marrón que estaba escondida en el pequeño cilindro que se instala en las cámaras de sacar fotos. Y la guindó en la cuerda como si la hubiesen descubierto moviendo el mundo.

“Estás viendo lo mismo que yo veo” –susurró Niña Grande. “Si –respondió Grande Niña- parece una culebra mágica”.

Apagaron la luz. Pasaron la cinta por el telescopio negro que proyectaba las imágenes sobre un papel como de plástico. Luego echaban el papel en la batea con el líquido. La Novia de El Tío manipulaba líquido y papel; papel y líquido; con una pinza, como si estuviese invocando un espíritu. –“¡Apareció mi rostro!” –dijo sorprendida y maravillada Grande Niña. Con semblante de expectación, Niña Grande dijo sorprendida: “Tienes suerte”, mientras veía cómo la fotografía era colgada de la cuerda destilando líquido.

“¡Apareció tu rostro!” –gritó emocionada Grande Niña, al ver la cara de su hermana en la siguiente fotografía buscando la cuerda. Con la emoción brillando en aquella oscuridad, Grande Niña miraba ambas fotos como si un todo del universo se presentara ante sus ojos. Niña Grande se detuvo fijamente en su fotografía con una profundidad tal que, deseaba meterse en ella: -“Sí, soy Yo” –dijo alelada- “Yo. Yo. Yo”. “Es como si salieran por primera vez al mundo” –exclamó, Grande Niña, dando un gran suspiro. “Daguerrotipo decían a las primeras fotos hace tiempo” –informó La Novia de El Tío inclinándose a sus orejas. “¡Qué tipo, era este Daguerre! ¿No?” -soltó Grande Niña como desde otra parte.

Eran las rúbricas de una fiesta familiar, las componentes de un desfile que fueron colgadas en la cuerda; imágenes de chicherías, el pastel con velas encendidas, gente bailando, niños haciendo muecas, muchachas inclinando las caderas, El Tío jugando una partida de ajedrez con algún amigo (¡Habrase visto!), el Papá al lado de sus trofeos y medallas en medio de gentes sonriendo; la Mamá, Abuela T y Abuela H en la cocina preparando delicias; La Novia de El Tío hablando con muchachas. Esta aparición de fotos era más emocionante que verlas salir del sobrecito que daban en la Casa de Revelado.

Al terminar esta parte de la exposición, El Tío les dijo: -“Si quieren se quedan aunque deben estar cansadas”. Esto significaba: “Se acabó la clase”. Venía a continuación el trabajo con “otras” fotos que, en el caso de El Tío, ellas sabían la fascinación habida en la expectativa de esas comillas.

Ambas echaron al azar, quién se escondería en el escaparate de El Tío. “Siempre ganas tú” –dijo con fastidio Niña Grande- “Y lo cumbre es que yo sé por qué sucede esto”. A Niña Grande le tocó convidar a El Tío y a La Novia de El Tío a ver no sé qué ocurrencia en la habitación, mientras Grande Niña se ubicaba justo detrás de una ranura que permitía ver buena parte de lo que sucediera.

Grande Niña salió del cuarto después que El Tío y la Novia del Tío concluyeron su trabajo, diciendo que las fotos mojadas en la cuerda eran casi todas de hombres barbudos. Un sonriente Abuelo de gran barba redonda, parecido a un antiguo monje, había salido de la misma manera en que salió su rostro. Además, había visto salir un símbolo imponente sacado como de la chistera del mago, compuesto de dos letras de color rojo imposibles de ignorar porque brillaban aún en la oscuridad y estaba formado por una letra “C” inclinada que era atravesada por una letra “T”. También vio salir a un abuelo de gorrita, igual de sonriente, con una barbita de candado, parecida al panadero árabe de la Calle Júpiter. Otro barbudo de gorrita que era más perfil que rostro, también había subido sonriente a la cuerda en una fotografía llamativa. Y finalmente subió un barbudo de melena, con la mirada lejana y una estrella brillante en la boina de color negro, del que Grande Niña se enamoró de inmediato.

“Dime algo más concreto de todo esto, hermana, ¿Cuál es la respuesta de este acertijo?” –ordenó Niña Grande con los ojos desmesurados y retadores.

“Hemos descubierto que El Tío es un Héroe”. –respondió Grande Niña con el rostro entre triste y dulce; estado de ánimo que más adelante leería en el libro de un poeta peruano.

También, como todo El Tío tiene un gran amigo, El Tío de nuestra historia tenía uno que ellas llamaban El Gran Amigo de El Tío. Cuando sonreía, su piel adquiría la tesitura de una luna nocturna en cuarto creciente. Se dejaba crecer un cabello completamente enredado más abajo de los hombros que a veces parecía un panal de abejas, otras veces asemejaba un enjambre de abejas que se comieron el panal, otras, eran análogas a caídas militantes de abejas hasta la cintura.

El Gran Amigo de El Tío era el cantante del Grupo Musical que El Tío promovía. Tenía una voz tan ronca, tan gruesa que Grande Niña la comparaba con el sonido de un tambor llamado tumbadora. Niña Grande nada opinaba porque cuando llegaba a casa El Gran Amigo de El Tío, se ponía como un autómata y no hacía más que mirar a sus ojos fijamente y al no conseguir respuesta torcía sus ojos; sólo lograba un seco “Hola Niña”, que la llevaba directo a un encierro entre las cobijas de su cama. Al llegar a la casa, El Gran Amigo de El Tío debía pasar por una abrazadera casi infinita desde Abuela T hasta Grande Niña, excepto Niña Grande que se ponía a leer sus cuentos sin leerlos.

La Novia de El Gran Amigo de El Tío era tan o más flaca que Grande Niña y Niña Grande que (bastante decir) eran como dos palillos ambulantes. Usaba unas batolas de los mismos colores habidos en el arcoíris de su mirada y su sonrisa flotaba como el augurio de una diosa africana. Tenía una impresionante voz para cantar unas tonadas que salían de su pecho como de una caverna poderosa y ancestral; tan rítmicos como preciosos eran aquellos ecos armoniosos. Grande Niña había pensado alguna vez en ser una cantante famosa, pero al escuchar a La Novia del Mejor Amigo de El Tío cantar, abandonó para siempre aquel sueño.

Con estas dos parejas, ambas niñas subieron a Monte Cabré y pernoctaron un sábado. Antes las hicieron subir y bajar tantos riscos y trochas que sus mejillas se encendieron hasta enrojecerlas como el fuego y cada tanto apagaban con chorros de sudor. “Todo este ejercicio es para prepararlas” –decía a cada momento El Tío. Ambas se preguntaban con un silencio absolutamente sudado y jadeante: “¿Prepararnos para qué?”.

Almorzaron una comida que era “casi comida” o “entre comida y no comida”. Porque aquellas dos flaquitas jartaban verdaderamente y lo que les sirvieron como almuerzo aquel mediodía fue un remedo precario de lo degustado diariamente. Segundos antes de que El Tío abriera la boca para responder a sus largas caras, Niña Grande le dijo con anticipación providencial: “Si. Ya sabemos. Es para prepararnos”. Inmediatamente se escuchó un extraño sonido salido de lo intrincado del Monte. Hicieron silencio para percibir mejor de qué se trataba. “Seguro es un pájaro” –dijo El Tío. “Yo creo que fue un trueno lejano”, dijo El Gran Amigo de El Tío. “Yo creo que fue la brisa”, opinó La Novia de El Tío. “Yo creo que fue el silencio que también suena como los ecos” dijo La Novia de El Gran Amigo de El Tío. Entonces Niña Grande le dijo bajito a su hermana: “Tú sabes bien lo que fue”.

Reanudaron las subidas y bajadas, los riscos y peñascos, las trochas y montarascales. Les impresionaba la agilidad de La Novia del Tío cuando subía y bajaba como una campeona olímpica los picachos y hondonadas, a pesar de los cien kilos –a decir de Niña Grande; entre setenta y ochenta según Grande Niña, quien terminó diciendo: “Es que tiene mucho entrenamiento”. “¡Qué consuelo!” –lamentó Niña Grande.

Más, lo de La Novia de El Gran Amigo de El Tío era todo un arte celestial. En vez de subir, parecía que flotaba sobre el piedrero. Bajaba los desfiladeros, ejecutando un ballet digno de la Galaxia Andrómeda. En aquella gravitación que más era un vuelo, apenas estiraba unas piernas de diosa africana y ya estaba en el sitio que tenía como meta. Cuando las hermanas iban por la mitad, ya La Novia del Gran Amigo de El Tío flameaba victoriosa en lo alto, dibujada por los árboles y el cielo.

“Te perdiste el poema de El Tío” –dijo Grande Niña a su hermana cuando amaneció. Las dos parejas se habían tomado la noche a sorbitos de algo llamado Cocuy de Penca. Se arroparon con unas cobijas de cinco centímetros de grosor, leyeron poemas y cantaron canciones (la mayoría de un barbudo cuya foto estaba en carátulas de discos que adoraban con devoción originaria).

El Tío asombró a Grande Niña con la ejecución de su guitarra porque hasta tocó un Cante Jondo de ésos donde la voz del cantante toca las puertas del infinito y, además, todos y todas se asombraron mucho más, cuando La Novia de El Tío marcó unos rasgueos melodiosos que parecían clavarse en las estrellas de la noche como duendes, al pasear entre sus dedos, un instrumento hecho de la concha de un animal llamado cachicamo.

La Novia de El Gran Amigo de El Tío cantó junto a El Gran Amigo de El Tío una canción imposible de ser olvidada por Grande Niña quien, saliendo por instantes de la hipnosis del momento, buscó a Niña Grande y sólo encontró a un bojotico envuelto en una cobija y una carita rendida de sueño. La canción había sido compuesta por El Tío y tenía incrustada en un trayecto instrumental -como vocablo glorioso- un poema suyo lleno amor a la madre en distintas formas: Tierra, Naturaleza, Luna, Noche, Estrella, Patria, Escuela, Maestra, Mujer…

Siguieron cantando El Gran Amigo de El Tío, La Novia de El Tío y La Novia de El Gran Amigo de El Tío acompañándose de grillos, sapitos, gruñidos de tigre, neblina y frío. El Tío se acercó a Grande Niña y le habló de la Señora de Brazos Blancos que viene a llevarse a la gente al otro lado mundo. “No le temas cuando la veas –dijo sonriendo El Tío- no viene por ti. Quienes son sus encargos no la ven, pero la presienten. La he visto sólo una vez cuando vino por Abuelo B. Vi sólo sus brazos largos, de un blanco transparente, mostrando unas venas horribles a través de las cuales corre sangre azul. Viene a llevarse los recuerdos, aunque jamás puede hacerlo porque la memoria de la gente puede más; sólo logra cortar el hilo de la vida. Siempre se va llena de rabia y enigmas”.

Cuando se enteraron del viaje familiar, presintieron que una de ellas debía quedarse escondida en casa. Algo importante iba a pasar porque El Tío estaba moviendo mucho las cosas de su habitación en compañía de La Novia de El Tío. Además, algo que nunca hacía: lo cazaron metiéndose en lugares jamás explorados por él, como ejemplo, en la habitación de Abuela T. Le pescaron una frase dicha cuando hablaba con el retrato de Abuelo B: “De ti aprendí todo esto. Ahora de qué te quejas”. ¿Qué había aprendido El Tío de Abuelo B? Pista interesante a seguir.

Esta vez el azar favoreció a Niña Grande. “¡Por fin ganaste hermana!” –dijo Grande Niña como si hubiese sido ella. Trazaron un plan preparatorio para lograr que Niña Grande se quedara en casa ese fin de semana. Dijeron a Abuela T que El Tío quería que le sirviera de modelo para una pintura figurativa. Y El Tío había dicho a Abuela T que La Novia de El Tío y él se irían a recorrer las plazas. Los mensajes se parecían en todo.

Ambas se turnaron para entorpecer e intervenir en toda conversación que hubiera entre ambos, en donde saliera a relucir el tema del paseo. Claro, había tres preparativos en marcha: el de Abuela T y su viaje de fin de semana, el espionaje atrabiliario de las hermanas y el oculto preparativo de El Tío del que no había certezas, sólo intuiciones infantiles.

Niña Grande logró quedarse escondida en la habitación compartida con su hermana. Estaba muy creída de que podría, desde su cómoda cama, realizar su tarea con toda tranquilidad. Escuchó al gentío, paulatinamente llenar la casa, comunicándose en códigos ininteligibles, exactamente una hora después de haber quedado sola. Escuchó la voz de El Tío aproximarse a la habitación, lo que la hizo esconderse debajo de la cama, apenas sosteniendo libreta y lapicero. El Tío daba instrucciones como si no viviese en esa casa. La habitación quedó ocupada por tres voces que se saludaron por vez primera.

El gentío se reunió en la biblioteca que no era nada pequeña. Allí El Tío pasaba largas horas, incluso días, semanas y meses leyendo libros y tomando notas. Primero comenzaron con la cantadera de canciones y la leedera de poemas; “Es que no se cansan” –dijo en silencio como si hablase con los ademanes de Abuela H. Luego bajaron con desmesura la voz hasta horadar el silencio con la disciplina infinitesimal del murmullo. Aunque rodeó aquella estancia con la habilidad del periodista, no logró escuchar de su osadía, más que aisladas palabras escapadas por entre los lados de la puerta, que anotaba en la libreta temblorosa entre las manos, con la oreja adolorida de tanto tenerla pegada a la madera: Pueblo. Sentido. Dialéctica. Educación. Lucha. Hermenéutica. Realidad. Amor. Política. Revolución, fueron esas palabras capturadas por su intuición.

Volvió a la habitación y a la cama y al vacío que hay debajo y a su gozosa soledad propia de niñas curiosas que se ocultan. Salieron varios hacia la cocina y prepararon comida. Cocinaron lo justo para compartir entre ellos. Estaba segura de que, si hubiesen sabido de su presencia, una porción de algo que por el olor debió haber estado muy sabroso, le hubieran compartido. Ella fue al gabinete donde ambas habían dejado varios sánguches preparados y a la nevera donde estaba el jugo. Por la noche y a la mañana siguiente, muy sigilosamente, haría lo mismo.

Como en la casa estaban repartidos todos aquellos estudiosos, cantadores y héroes (esto último a decir de su hermana) le correspondió dormir en el mismo escondite. A la mañana siguiente se agruparon en varios sitios para conversar y regresaron a la biblioteca donde almorzaron. Volvieron a la cantadera y a la leedera de poemas (incorporaron la infaltable jodedera) hasta que empacaron sus cosas y se fueron como habían llegado.

Grande Niña llegó muy cansada del viaje familiar y sólo al día siguiente recibió el parte de Niña Grande. Estaba asombrada del resultado. “Esto ratificaba que Los Amigos de El Tío son también unos héroes” –dijo como pensando en voz alta. Se pasaron varias veces la libreta donde Niña Grande había escrito las palabras, provocando comentarios maravillados y susurros de satisfacción en Grande Niña, cuya imaginación volaba en cada lectura de aquellos acertijos.

“¡Ya está!”, exclamó: “Buscaré lápiz y papel”. Llegó con su cartuchera y un cuaderno. Hizo varios cambios y relaciones, tachó, borró, cambió el lugar de las palabras, hasta volver a la linealidad lograda por su hermana al escucharlas. Colocó conectivos logrando un texto que se transformó en un mensaje: “El pueblo tiene sentido si la dialéctica en la educación guía su lucha con la hermenéutica de la realidad en el amor a la política para la revolución”.

Memorizaron aquel enunciado y rompieron todo papel que lo reprodujera.

Una mañana llegaron a la casa: El Tío y La Novia de El Tío con el objetivo de sacar varias cosas de la habitación de El Tío. Estaban serenos, sonrientes y hablaban del proyecto de montar un laboratorio de fotografía en un local que les fue donado. Lo extraño es que también se llevaron carpetas, otros papeles y todos los libros de El Tío. Fue como si se hubiesen mudado a otra parte. Niña Grande sólo movió los labios: “Tal y como vino todo esto, se va a ir todo esto” –susurró. Abuela T vio con paciencia todos los movimientos y preguntó sin emoción: “¿Se van a casar?” La Novia de El Tío la miró con ternura y le respondió: “Ya estamos casados para siempre”.

Abuela T fue a su habitación marcando cada paso. Habló puntualmente con Abuelo B hacia el cuadro colgado de la pared: “Ya estoy preparada. Sospechaba que tú estabas detrás de todo. Bienvenido”. El Tío entró para enterar a Abuela T de lo que sucedía y ella respondió con las mismas palabras dichas a Abuelo B. Salió de la habitación recuperando su paso habitual, para así incorporarse activamente a la mudanza. El Tío se quedó un rato que no fue tan breve frente al cuadro, como sintiendo que Abuelo B lo miraba con satisfacción.

Abuela T preparó a toda la familia para lo que vendría. Orientaba que debían agudizar al máximo los cinco sentidos. Era darse cuenta de lo extraño, nuevo, sorprendente que sucediera alrededor de la casa: automóviles inusuales, vendedores con señales particulares, marcas en las paredes exteriores o en la puerta de entrada. El Tío no volvió a casa y de su existencia se sabía a través de códigos bajo discreción, sólo dominados por Abuela T quien comenzó a sufrir de un antiguo Síndrome.

Era la ser humana más llorona del mundo Abuela T. Lloraba de alegría y de tristeza. Cuando una emoción la llevaba a la felicidad lloraba; igual cuando la visitaba una tristeza contingente o del recuerdo. Al enterarse de cada logro de sus nietas: primer gorgorito, primer paso, primera palabra, primer cumpleaños, primeros escritos, lloraba. Era experta, acompañando a sus amigas y comadres en sus dolores, soledades y ausencias, con énfasis en velorios y entierros: llorando siempre. En varias oportunidades hizo llorar a la comunidad entera con sus emociones gratificantes o trágicas, debido a cualquier evento grandioso del mundo o un desastre o perjuicio sufrido por cualquier colectivo en cualquier lugar.

Sólo una vez en su vida esta conducta se había interrumpido cuando sufrió el Síndrome de Nolag. La Mamá (su hija) también sufrió de joven junto a ella este mismo problema. La afección se trataba de no poder expresar la más mínima emoción que desencadenara el llanto. Esto sucede a toda persona que es sometida a altísimas tenciones vivenciales. Los médicos confirman el diagnóstico, mediante un simple examen de la pupila en cualquiera de los globos oculares, donde aparece un pequeño nervio congelado como un iceberg de color blanquiazul. La solidificación de este nervio adormece el proceso de asamblea de células cerebrales, necesarias para producir emociones que liberen las tenciones ocurridas en la cotidianidad. Sufriendo el Nolag, las personas no manifiestan sus sentimientos a simple vista, aunque éstos jamás desaparecen porque se llevan escondidos en los sentimientos, sin embargo, las personas afectadas se comportan con una aparente frialdad y quedan impedidos del llanto.

El día en que llegaron Los Hombres de Brazos Blancos, ya todos estaban poseídos por el Nolag. Fue de madrugada y estos tipos echaron la puerta abajo. Grande Niña sólo veía brazos blancos portando un armamento brilloso. Niña Grande los miraba con feroz detenimiento para no olvidar sus ojos ni sus máscaras. Preguntaron por El Tío e invirtieron todo el tiempo del abuso revisando la biblioteca libro por libro. “Buscan un libro” -susurró Niña Grande a su hermana- “Van a tardar”.

Los colocaron en fila, espalda contra la pared, para comunicarles que serían trasladados al Comando. Abuela T protestó por las niñas y encontró el muro de un oído sordo y burlón. Ya en el sitio, fueron separados, incomunicados y situados en cuartuchos abominables, hediondos a orín. A cada quien le asignaron dos esbirros que se turnaban para hacerles preguntas y un soplón de habla inglesa que les emitía órdenes a los esbirros.

El Papá hizo notar su preocupación por el campeonato que ya estaba en su etapa decisiva y desconocía aquel libro que los esbirros nombraban. La Mamá, aunque sabía de libros, dijo no recordar un libro con nombre parecido. El interrogador de turno la miraba incrédulo y rabioso al gritarle: “Tú debes saber que el libro se llama Miguel Vicente Pata Caliente y al que lo tenga en su casa le va a ir muy mal”.

Grande Niña se la pasó toda la seguidilla de preguntas sin decir una palabra, tarareando aquella primera canción que El Tío interpretó en su guitarra. Niña Grande leyó de memoria, letra por letra, como una robotita, el libro El Hombre que Calculaba de Malba Tahan que hizo creer por momentos a Los Brazos Blancos, en una posible “conexión árabe”.

Abuela T anunció denunciar el hostigamiento y la persecución de su hijo, de quien dijo no recordar su nombre de pila; lo sorprendente es que era verdad. Desesperada preguntó: “¿Por qué persiguen a mi hijo?”. El esbirro respondió: “Porque es un peligro para la sociedad”. Ella ripostó: “¿Y por qué es un peligro para la sociedad?”. “Porque es un poeta” –respondió el tipo tirando la toalla.

Salieron de aquel tenebroso sitio al día siguiente.

Abuela T orientó un cambio de táctica. Sabía que de ahora en adelante los seguirían hasta cuando fueran al baño. Abuela H se presentó en la casa para protegerlos con sus consejos sanitarios. Lloró tres días con sus noches al ser la primera en detectar el Nolag que afectaba la familia y también fue la primera en identificar al sabueso que iba detrás de su hijo. Razón por la cual comenzó a acompañarlo como el día en que lo llevó a su primera práctica. “Se vuelve a ser niño de nuevo” -dijo Niña Grande. “Anota eso Hermana”. Abuela H viajaba con el equipo y se presentaba en cada juego. La gerencia le brindó un palco especial. Llegó a hablar con el esbirro: “Tú en tu tarea y yo en la mía. Las madres somos para toda la vida, en cambio los “sapos” son ocasionales y desechables”.

De niño, El Papá fue aficionado al equipo de la Capital y cuando firmó al profesional, Abuela H consintió que fuera con un equipo gringo que ganaba poco, pero pagó suficientes bonos de novato. Y la divisa nacional para la que terminó jugando no fue la capitalina que ganaba casi siempre, sino la que siempre llegaba en el último lugar. “Es que El Papá es muy humilde” –decía Grande Niña como tratando de comprender.

Ese año del ataque de los Brazos Blancos, la divisa nacional donde jugaba El Papá se metió en la pelea por el campeonato por primera vez en su historia. Sin embargo, El Papá no entraba en juego en todas las ocasiones porque era lo que llaman un lanzador de relevo largo. Niña Grande conocía el juego de béisbol al dedillo y llevaba al día todos los numeritos a El Papá. Le daba consejos de cómo lanzarle a tal o cual bateador. Cuando recibía buenos batazos le explicaba el por qué había sucedido. Niña Grande siempre se anticipaba con asombrosa precisión cada vez que El Papá era llamado a lanzar. “Esta noche El Papá saldrá a lanzar” –decía y así sucedía.  

Era la primera vez que El Equipo de El Papá iba a unas finales y logró llegar al último juego decisivo. El Papá vino a lanzar en entrada extra con las bases llenas, cero ao, y el bateador contrario en tres bolas malas sin estrai. Quiere decir que con un solo lanzamiento malo de El Papá se terminaría el juego y el campeonato. Abuela H se comía las uñas al lado de Niña Grande poseída por el Nolag. El Papá no lanzaba muy duro, pero se destacaba por su lanzamiento llamado La Rabo de Cochino. Al primer bateador que enfrentó, lo ponchó con tres bolas seguidas. “Los próximos tres lanzamientos serán malos, lo conozco” -dijo Niña Grande. En efecto, con el segundo bateador no le funcionaron las tres primeras Rabo de Cochino y volvió a quedar en el precipicio. Abuela H miró a la nieta con rencor y le dio su respectiva torcida de ojos. Sin embargo, con el siguiente lanzamiento tuvo toda la suerte del mundo porque iba sobre el bateador y éste hizo un movimiento para quitarse la bola de encima y le dio con el bate. ¡Faobol! –gritó Abuela H varias veces. “Eso está dentro de las probabilidades. Ahora lo ponchará con dos rectas” –aseguró Niña Grande recuperando afectos de Abuela H. En efecto, El Papá ponchó al bateador contrario con dos rectas y Abuela H abrazó a Niña Grande con la fuerza de un ciclón. “Tranquila Abuela H que esta entrada ya la tiene El Papá en las manos”. Y así fue. El siguiente bateador se fue con el primer lanzamiento porque dio un elevado al terreno corto y se acabó la entrada. El Papá dejó con vida a su equipo y con la posibilidad de quedar campeones.

Abuela H daba unos saltos que retumbaron en toda la casa. Los gritos de alegría fueron tan fuertes que los vecinos creyeron que Los Brazos Blancos habían regresado. Poseídos por el Nolag, todos la veían siguiendo las incidencias del juego, llorando de alegría. Cuando a El Papá lo entrevistaron luego de la emocionante entrada, Abuela H se extrañó de su parquedad. “¿Qué le pasa? ¡Si acaba de realizar una hazaña!”. Aunque su equipo terminó perdiendo el juego y el campeonato, fue felicitado por la familia como si hubiese sido todo lo contrario. Aquella pequeña ganancia hacía falta.

Y había que fijarse en cómo hacían falta algunas victorias consecutivas. A la mañana siguiente se enteraron de la inexplicable desaparición de La Novia de El Tío; también se había estado cuidando como El Tío, pero fue detenida en la calle en circunstancias extrañas y no la vieron de nuevo. Desapareció.

Aquella relación amorosa había sido tan rápida que en medio de esta tragedia terrible fue cuando la familia conoció a La Mamá de la Novia de El Tío. De inmediato se familiarizó con Abuela H y adquirió el Síndrome. También se dieron cuenta que La Mamá de la Novia de El Tío, llamaba El Tío a El Tío.

Mientras El Tío saltaba de sitio en sitio con Los Brazos Blancos persiguiendo su humo permanente, toda la familia se abocó a buscar a La Novia de El Tío. Cuando preguntaban en los organismos públicos, los funcionarios también preguntaban a La Madre de la Novia de El Tío si La Novia de El Tío en realidad había nacido. Fue cuando se dieron cuenta que, además de La Novia de El Tío, los desaparecidos eran muchos más.

Comenzaron a aparecer cadáveres flotando en el mar, gente golpeada y allanada en sus propias casas. Fue cuando Los Brazos Blancos lograron la captura de El Tío. Aprovechando la notoriedad pública de su Cuñado porque jugaba béisbol profesional, la familia logró procesar la denuncia para salvarlo de una muerte segura. Abuela T se movilizo en La Fiscalía junto a otros familiares y logró saber que estaba con vida, aunque Los Brazos Blancos no daban la dirección del sitio de reclusión. Abuela T no pudo verlo en tres infinitos meses, cuando fue mostrado a la prensa con señales de haber sido golpeado salvajemente.

Todas las familias acompañaron a Abuela T para escuchar la sentencia del Tribunal. Los veinte años de cárcel para El Tío sonaron como una bomba nuclear a los oídos de todos. La sentencia fue repetida en el idioma inglés por orden del gobierno. Todos vieron a El Tío desde lejos. Grande Niña y Niña Grande coincidieron en que estaba bonito. Se había bañado para la ocasión. Vestía ropa deportiva completamente nueva. Había recuperado peso. Nada de teatrales barbas, ni de maquillajes opacos, ni de poses falsamente poéticas. Levantó los brazos de manos esposadas en señal de saludo. Lanzó una sonrisa que dejó escapar cierta tristeza y caminó franqueado por Los Brazos Blancos.

Jamás fue vista de nuevo La Novia de El Tío. Se decía que los Brazos Blancos la llenaron de oscuridad y silencio. El Mejor Amigo de El Tío también fue capturado y condenado a diez años de cárcel; Los Brazos Blancos no lo trataron mejor dentro de la cárcel.

Hubo un cambio de gobierno y el Presidente de turno concedió un indulto que favoreció a El Tío y a El Mejor Amigo de El Tío quienes salieron de la reclusión. Con el abrazo familiar generado, todos se curaron del Síndrome y volvieron a llorar un año consecutivo por cualquier causa, hasta recuperar la normalidad. Aunque el Nolag se apoderaba de todos cuando conmemoraban el nacimiento de La Novia de El Tío.

El Tío y El Mejor Amigo de El Tío se unieron a la causa por encontrar a La Novia de El Tío. La actitud agresiva de los siguientes gobiernos de turno aumentó y ambos tuvieron que salir de La Patria. Quien fuera La Novia de El Mejor Amigo de El Tío se había residenciado en El País de los Gurúes y allí les dio albergue por un buen tiempo.

Mientras El Tío recorría el mundo, trazando estrategias para encontrar a La Novia de El Tío, Abuela T fundó un Centro Comunal donde denunciaban la desaparición de personas por el ataque de los Brazos Blancos. En todo este tiempo Niña Grande se graduó de físico nuclear casándose con un cultor de las artes del fuego: tuvieron dos hijos y dos hijas. La Mamá se jubiló de bibliotecaria y montó un grupo de recreación para niños autistas. El Papá fue dejado libre por los equipos de béisbol y estudió para chef de cocina. Grande Niña se dedicó a leer el mundo desde un noticiero alternativo y a escribir cuentos para niños; además, casó con un administrador de productos de computación y han tenido seis hijos y una hija que se le parece asombrosamente hasta en la contadera de sueños.

El Tío regresó a La Patria porque Abuela T planeaba irse del plano terrenal. Ella siempre dijo que no necesitaba que ninguna señora de brazos blancos la viniera a buscar. El Tío pintó su rostro a óleo colorido y lo puso al lado de Abuelo B. Decidió jamás entrar a esa habitación. Dos regaños eran demasiado.

Mami Grande Niña me dijo que El Tío vendría para esta Navidad e iban a hablar de sus cosas, por lo que deseaba que yo estuviera presente. Se reunieron en aquella biblioteca, donde Tía Niña Grande hizo de Maga Curucuteadora. Hablaron casi dos días seguidos y al final, Mami Grande Niña dijo: “Estamos como el larguísimo chiste aquel. Por fin me vas a responder por qué el Niño Jesús trae regalos a los niños”.

El Tío había dejado de convertirse en humo como lo hizo desde su adolescencia. Se le notaba mucha dificultad para respirar y le salía una voz gangosa que se apagaba antes de finalizar la frase. A veces, mientras hablaba o reía, le salía una tos recurrente que terminaba en una leve mueca en el rostro. Esa noche vi por primera vez a la Señora de Brazos Blancos pasar detrás de El Tío.

Había adoptado una posición como meditativa y hasta es posible que la usó para volver a soñar o a mirar las estrellas de la noche, como lo hizo en los últimos cuarenta años. ¡Cuántas estrellas pasaron por su espíritu en las noches de los cinco continentes donde estuvo! Por esos lejanos sitios se transformó en El Viejo que Miraba las Estrellas al que dedicaron poemas y canciones. Al llegar a La Patria continuó con esa actividad que Mami Grande Niña designaba con bellas e inenarrables metáforas.

El Tío abrió los ojos y respondió:

“El Niño Jesús trae regalos a los niños porque para el Niño Jesús, los niños son un regalo”.

La siguiente Navidad, los hijos de las hermanas estábamos a orillas de El Mar en una noche donde se podían tomar las estrellas del cielo con sólo extender la mano. Para recordar a El Tío, Mami Grande Niña nos sugirió jugar a señalar una estrella en la noche y ponerle un nombre. Así estuvimos un rato, formando familias y coros de estrellas, hasta que ella dijo: “Hay una estrella en el cielo que está brillándonos desde hace mucho rato sin que nos demos cuenta. Está allí desde hace años para que la encontremos y la sigamos. Mírenla”. –Y señaló al cielo. Todos aseguramos estarla viendo. “Muy bien. No le quiten la vista a su brillo. Esa estrella se llama: La Novia de El Tío”.











4 comentarios:

  1. Buenas noches, excelente contenido. Un poco extenso pero es bueno, Siempre agradecido por estas piezas escritas que nos ayudan a sentirnos más vivos.
    Atte
    G González

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Agradecida por este rincón de cobijas de letras que nos mantiene calientiiicos.... Gracias, gracias, gracias!!
    Un apapacho!!!

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  4. El Tío, mi tío, el tío de muchos que influyeron en nuestra vida, a travès de sus mágicas aventuras... Gracias por permitirme honrar a través de estas líneas a mi Tio Luis, el combatiente de siempre, el amoroso y mal llamado en la familia por muchos "El loco Luis", porque nadie comprende como el encierro y torturas, no pudieron arrancarle su sonrisa y dulzura...

    Gracias Guarida!!

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