sábado, 26 de enero de 2019

CUIDADO CON EL CHISTECITO BANAL





Si algo vienen utilizando los agentes del imperialismo y del capitalismo es la banalización el acto político. Para éstos es un movimiento indispensable del dominio que ejercen sobre los pueblos y de distorsión de sus procesos emancipadores. Desde la antigüedad, la banalización de la política siempre ha sido para manipular a los oprimidos. En la Roma imperial no podía faltar. Un caso tal vez emblemático es aquel emperador Claudio (año 41 D. C.) quien llegó a la primera magistratura tras la grave crisis política y ética consecuencia de los terribles reinados de sus vesánicos tíos Tiberio y Calígula. Al ser considerado un inepto, por las burlas que ocasionaban sus defectos físicos, fue entronizado por los senadores como un factor de transición; la banalización difundida para esos momentos de tensión desencadenados, fue muy importante. A comienzos de la gestión del Claudio emperador, los sarcasmos subieron de tono y se hicieron fuertes mientras del poder se reacomodaba, más quienes manejaban sus hilos, siempre destacaron durante su mandato, realidades y fantasías alrededor de su vida íntima, para subir y bajar a la llamada opinión pública. 

Tal vez la banalización de la política tiene su expresión más acabada en la llamada modernidad, durante los regímenes fascistas de inicios del siglo XX en Europa con el italiano Benito Mussolini a la cabeza, quien convirtió el estrado para lo público en una bufonada personal que arrancaba risas a sus paisanos, mientras llenaba las cárceles de militantes de izquierda, poetas, científicos, periodistas, maestros que disentían; lo mismo ocurrió durante los primeros años del gobierno de Adolfo Hitler, cuyo jefe de propaganda (Joseph Goebbles) le armaba bacanales burlescas antes de sus oratorias pueblerinas. Luego mostraría al pueblo alemán los colmillos asesinos que mordieron las vidas de millones de seres humanos de todo un continente. 
 

A partir de los años 80 de ese mismo siglo, esta banalización ha tomado mucha fuerza en el guión de lo político como un espacio imprescindible para los factores reaccionarios, debido al despliegue de las llamadas redes sociales, por su tendencia a promover la inclusión individual y a crear la ilusión de autonomía en el ejercicio del lenguaje y en la recepción de los mensajes. Esto con el objetivo de siempre: hacer que la mayoría de personas abominen del ejercicio deliberante, cedan su criterio al lenguaje del imperio, respondan a los intereses del capitalismo y le dejen todo el espacio del debate a la manipulación y a la alienación de los sentidos que opera desde los laboratorios de guerra sucia, propiedad de los agentes del capitalismo. Detrás de este cometido imperial está también la banalización del acto cultural y artístico para convertirlo en farándula. De esta tarea sabe mucho el presidente Donald Trump que viene de administrar concursos mundiales de belleza física.


En el caso venezolano y de otros países del Abya Yala hemos visto cómo los candidatos de la oligarquía a las elecciones se promocionan con errores del lenguaje, imposturas, fallas de sintaxis expresiva que son totalmente deliberados: pertenecen a un teatro de lo perverso. Ellos no hablan así en la realidad. El objetivo es que las gentes del pueblo los asimile como un chiste, para aprovechar la eterna presencia del humor en el ánimo y así hacerse simpáticos. Tratan de aparecer el imaginario popular como un Cuasimodo actual. Todos los candidatos que han adversado al Comandante Chávez y al Presidente Nicolás Maduro utilizaron estas simulaciones para crear minusvalías de criterio y llevar al pueblo a su terreno manipulador. La calidad del discurso de Chávez y Maduro ha impedido que estas falacias terminen imponiéndose electoralmente, aunque cumplen en parte con el objetivo de mantener a la política en el charco para el parecer de no pocas personas.


Cuando la caída del gobierno del general Macos Pérez Jiménez hubo un tal Edgar Sanabria, monigote que tenía la burguesía en la Junta Patriótica mientras buscaban afianzarse en el poder. Fue investido de presidente provisional durante el período de transición hacia las elecciones. Realizados los comicios, en visita al Vaticano ocupando un cargo diplomático, este Sanabria obtuvo de Juan XXIII la venia de sentarse en la silla Papal. Este hecho banal, muy publicitado al comienzo de los gobiernos de la Cuarta República, hizo simpático y gracioso a este miembro de la burguesía que se instaló en el imaginario de las personas como una hazaña, mientras las manifestaciones del pueblo descontento eran acalladas con balas y muertos en las calles. 
 

Hoy, un evidente monigote del gobierno de Donald Trump como Juan Guaidó, es aparecido con el revestimiento de esta banalización (porquerización) del hecho político. No es nada casual que el Presidente del Paraguay aparezca en las redes equivocándose al decir el apellido Guaidó y luego riéndose como si fuese una gracia. Esto responde a lo mismo. Todo al propósito del guión que tienen montado. Pieza en el ajedrez regional del Pentágono, ha sido fabricado con el tiempo necesario para que nos ofrezca una imagen de muchacho bueno (tipo Capriles Radonsky), supuestamente venido de abajo, preñado de buenas intenciones, necesitado del apoyo de la meritocracia pequeña burguesa anclada en los bolsones opulentos de las ciudades y del empujón de un sector del pueblo sometido a una bestial guerra económica, y así servir de puente colgante a una tropelía más del forajido imperio capitalista y su cancerbero mayor: Estados Unidos. En el supuesto negado de que triunfara el golpe de estado fascista orquestado contra Venezuela, este Guaidó desaparecerá del mapa con su anchetica en dólares y un cargo de menor cuantía entre la jauría de oportunistas que se disputarían la institucionalidad como un bofe suculento. Este cuadro responde casi a la perfección al deseo de los factores de poder hegemónicos que tienen a nuestro petroleo y demás recursos energéticos vitales como botín imprescindible. A los reyes y barones Rothschild ya no les importa la conformación Estado-Nación; creen en la democracia hasta que los pueblos toman la batuta del jazz social. Entonces se quitan la careta de buenos y aparecen con el rostro fascista (el verdadero), la facha criminal, la rabia demencial que le siguen los delincuente de paso. 
 

Mientras la jugada imperial corre, el pueblo que somos se activa, se moviliza y piensa. Ese pueblo que somos se detiene en el pasado reciente y observa aquel carmonazo que secuestró la constitucionalidad por 48 horas el 11 de abril de 2002. Compara al Guaidó con el Carmona y sólo ve diferencias en la figura, pero en las intenciones constata los mismos objetivos: llevarse a la democracia y a la paz en los cachos. Entonces recuerda que le debemos a Chávez la oportunidad de acceder a la política con esta amplitud mundial que nos ha permitido salir de las catacumbas y ser el pueblo más politizado del planeta (incluyendo a los opositores: así lloren porque los sacamos de sus centros comerciales para que se preocuparan por el país del que reniegan cada vez que les viene en gana). En cada esquina se discuten y reflexionan los destinos de la Patria Venezuela con la alegría chavista ocupada en saberse con la esperanza en el presente o con la rabia opositora de temer que el futuro de shopping e indiferencias se les diluya en una taza de amor por los semejantes, estemos o no de acuerdo con el gobierno, sin que ninguna DISIP o DIM del pasado secuestre, torture, desaparezca, asesine a nadie. 
 

Conviene al pueblo que somos, en el panorama de estas políticas populares del porvenir en el presente no banalizar la aparición de este Juan Guaidó, así venga arrastrado con el estiércol del imperio en el ropaje, así lo coronemos a ratos de Momo intencionado con el inevitable humor que nos distingue. Es importante salvaguardar el pensamiento político, atesorarlo con memoria, enriquecerlo con múltiples lecturas de otras experiencias y las nuestras, mirarlo en el análisis de coyuntura de permanente ejercicio, asirnos hasta con terquedad de la formación que hemos tenido y seguirla nutriendo en el árbol de las muchas raíces de nuestra historia, armonizar las dudas con las leyendas de nuestros referentes de lucha. Es bueno recordar que estos episodios son la repetición de un poder hegemónico de dominio antiquísimo que ya está mostrando los irremediables síntomas de una caída definitiva. Queda a los pueblos que somos, pararnos frente a la defensa organizada de nuestros logros de humanidad, con el porvenir en nuestras manos.


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