Si
algo vienen utilizando los agentes del imperialismo y del capitalismo
es la banalización el acto político. Para éstos es un movimiento
indispensable del dominio que ejercen sobre los pueblos y de
distorsión de sus procesos emancipadores. Desde la antigüedad, la
banalización de la política siempre ha sido para manipular a los
oprimidos. En la Roma imperial no podía faltar. Un caso tal vez
emblemático es aquel emperador Claudio (año 41 D. C.) quien llegó
a la primera magistratura tras la grave crisis política y ética
consecuencia de los terribles reinados de sus vesánicos tíos
Tiberio y Calígula. Al ser considerado un inepto, por las burlas que
ocasionaban sus defectos físicos, fue entronizado por los senadores
como un factor de transición;
la banalización difundida
para esos momentos de tensión desencadenados, fue muy
importante. A comienzos de la gestión del Claudio emperador, los
sarcasmos subieron de tono y se hicieron fuertes mientras del poder
se reacomodaba, más quienes manejaban sus hilos, siempre
destacaron durante
su mandato, realidades y
fantasías alrededor de su vida íntima, para subir y bajar a
la llamada opinión pública.
Tal
vez la banalización de la política tiene su expresión más acabada
en la llamada modernidad, durante los regímenes fascistas de inicios
del siglo XX en Europa con el italiano Benito Mussolini a la cabeza,
quien convirtió el estrado para lo público en una bufonada personal
que arrancaba risas a sus paisanos, mientras llenaba las cárceles de
militantes de izquierda, poetas, científicos, periodistas, maestros
que disentían; lo mismo ocurrió durante los primeros años del
gobierno de Adolfo Hitler, cuyo jefe de propaganda (Joseph Goebbles) le
armaba bacanales burlescas antes de sus oratorias pueblerinas. Luego
mostraría al pueblo alemán los colmillos asesinos que mordieron las
vidas de millones de seres humanos de todo un continente.
A
partir de los años 80 de ese mismo siglo, esta banalización ha
tomado mucha fuerza en el guión de lo político como un espacio
imprescindible para los factores reaccionarios, debido al despliegue
de las llamadas redes sociales, por su tendencia a promover la
inclusión individual y a crear la ilusión de autonomía en el
ejercicio del lenguaje y en la recepción de los mensajes. Esto con
el objetivo de siempre: hacer que la mayoría de personas abominen
del ejercicio deliberante, cedan su criterio al lenguaje del imperio,
respondan a los intereses del capitalismo y le dejen todo el espacio
del debate a la manipulación y a la alienación de los sentidos que
opera desde los laboratorios de guerra sucia, propiedad de los
agentes del capitalismo. Detrás de este cometido imperial está
también la banalización del acto cultural y artístico para
convertirlo en farándula. De esta tarea sabe mucho el presidente
Donald Trump que viene de administrar concursos mundiales de belleza física.
En
el caso venezolano y de otros países del Abya Yala hemos visto cómo
los candidatos de la oligarquía a las elecciones se promocionan con
errores del lenguaje, imposturas, fallas de sintaxis expresiva que
son totalmente deliberados: pertenecen a un teatro de lo perverso.
Ellos no hablan así en la realidad. El objetivo es que las gentes
del pueblo los asimile como un chiste, para aprovechar la eterna
presencia del humor en el ánimo y así hacerse simpáticos. Tratan
de aparecer el imaginario popular como un Cuasimodo actual. Todos los
candidatos que han adversado al Comandante Chávez y al Presidente
Nicolás Maduro utilizaron estas simulaciones para crear minusvalías de criterio y llevar al pueblo
a su terreno manipulador. La calidad del discurso de Chávez y Maduro
ha impedido que estas
falacias terminen imponiéndose electoralmente, aunque cumplen en parte con el
objetivo de mantener a la política en el charco para el parecer de
no pocas personas.
Cuando
la caída del gobierno del general Macos Pérez Jiménez hubo un tal
Edgar Sanabria, monigote que tenía la burguesía en la Junta
Patriótica mientras buscaban afianzarse en el poder. Fue investido
de presidente provisional durante el período de transición hacia
las elecciones. Realizados los comicios, en visita al Vaticano
ocupando un cargo diplomático, este Sanabria obtuvo de Juan XXIII la
venia de sentarse en la silla Papal. Este hecho banal, muy
publicitado al comienzo de los gobiernos de la Cuarta República,
hizo simpático y gracioso a este miembro de la burguesía que se
instaló en el imaginario de las personas como una hazaña, mientras
las manifestaciones del pueblo descontento eran acalladas con balas y
muertos en las calles.
Hoy,
un evidente monigote del gobierno de Donald Trump como Juan Guaidó,
es aparecido con el revestimiento de esta banalización
(porquerización) del hecho político. No es nada casual que el
Presidente del Paraguay aparezca en las redes equivocándose al decir el apellido Guaidó y luego riéndose como si fuese una gracia. Esto responde a lo mismo. Todo al
propósito del guión que tienen montado. Pieza en el ajedrez
regional del Pentágono, ha sido fabricado con el tiempo necesario
para que nos ofrezca una imagen de muchacho bueno (tipo Capriles
Radonsky), supuestamente venido de abajo, preñado de buenas
intenciones, necesitado del apoyo de la meritocracia pequeña
burguesa anclada en los bolsones opulentos de las ciudades y del
empujón de un sector del pueblo sometido a una bestial guerra
económica, y así servir de puente colgante a una tropelía más del
forajido imperio capitalista y su cancerbero mayor: Estados
Unidos. En el supuesto negado de que triunfara el golpe de estado
fascista orquestado contra Venezuela, este Guaidó desaparecerá del
mapa con su anchetica en dólares y un cargo de menor cuantía entre
la jauría de oportunistas que se disputarían la institucionalidad
como un bofe suculento. Este cuadro responde casi a la perfección al
deseo de los factores de poder hegemónicos que tienen a nuestro
petroleo y demás recursos energéticos vitales como botín
imprescindible. A los reyes y barones Rothschild ya no les importa la
conformación Estado-Nación; creen en la democracia hasta que los
pueblos toman la batuta del jazz social. Entonces se quitan la careta
de buenos y aparecen con el rostro fascista (el verdadero), la facha
criminal, la rabia demencial que le siguen los delincuente de paso.
Mientras
la jugada imperial corre, el pueblo que somos se activa, se moviliza
y piensa. Ese pueblo que somos se detiene en el pasado reciente y
observa aquel carmonazo que secuestró la constitucionalidad por 48
horas el 11 de abril de 2002. Compara al Guaidó con el Carmona y
sólo ve diferencias en la figura, pero en las intenciones constata
los mismos objetivos: llevarse a la democracia y a la paz en los
cachos. Entonces recuerda que le debemos a Chávez la oportunidad de
acceder a la política con esta amplitud mundial que nos ha permitido
salir de las catacumbas y ser el pueblo más politizado del planeta
(incluyendo a los opositores: así lloren porque los sacamos de sus
centros comerciales para que se preocuparan por el país del que
reniegan cada vez que les viene en gana). En cada esquina se discuten
y reflexionan los destinos de la Patria Venezuela con la alegría
chavista ocupada en saberse con la esperanza en el presente o con la
rabia opositora de temer que el futuro de shopping e indiferencias se
les diluya en una taza de amor por los semejantes, estemos o no de
acuerdo con el gobierno, sin que ninguna DISIP o DIM del pasado
secuestre, torture, desaparezca, asesine a nadie.
Conviene
al pueblo que somos, en el panorama de estas políticas populares del
porvenir en el presente no banalizar la aparición de este Juan
Guaidó, así venga arrastrado con el estiércol del imperio en el
ropaje, así lo coronemos a ratos de Momo intencionado con el
inevitable humor que nos distingue. Es importante salvaguardar el
pensamiento político, atesorarlo con memoria, enriquecerlo con
múltiples lecturas de otras experiencias y las nuestras, mirarlo en
el análisis de coyuntura de permanente ejercicio, asirnos hasta con
terquedad de la formación que hemos tenido y seguirla nutriendo en
el árbol de las muchas raíces de nuestra historia, armonizar las
dudas con las leyendas de nuestros referentes de lucha. Es bueno
recordar que estos episodios son la repetición de un poder
hegemónico de dominio antiquísimo que ya está mostrando los
irremediables síntomas de una caída definitiva. Queda a los pueblos
que somos, pararnos frente a la defensa organizada de nuestros logros
de humanidad, con el porvenir en nuestras manos.
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