Todas
las experiencias se avalanzan sobre los seres humanos con la
inmadurez, así sucedió a Francis Ford Coppola cuando apenas era un
pichón de cineasta y recién acababa de decidirse por una carrera en
la rama de las artes, husmeando acontecimientos en la ciudad de Los
Ángeles. Experimentaba con ideas en aquellos años sesenta cuando
llevó algunas al lápiz, para luego hacerlas imágenes, aún con
débil resultado. Se dedicaba a realizar cintas donde los desnudos
femeninos fueran la atracción, tal vez buscando la alegría de un
enganche con la gran industria, además de aprender. Hasta que llegó
aquella ignota producción titulada The Bellboy and the Playgirls (1),
en la que colocó buena dosis de fe. Andaba buscando
algo que quizás no se le había perdido, un motivo para engranar un
buen trabajo de los actores con la dirección suya, en la plena
comprensión del guión que siempre le hacía sentir como pez en el
agua.
Cuando
se iniciaron las sesiones de filmación, le puso toda la pasión que
tenía a la del inicio, con la finalidad de que las demás tuvieran
el mismo impulso. Pensó en hacer de la segunda un dechado de sus
virtudes personales. Tomó un trasnocho desquiciante como parte del
esfuerzo. Anduvo su despacho como el general que estudia su campo de
batalla paso a paso, hasta que nada de lo que paseara por las
trincheras le fuese desconocido. El amanecer significó la llegada de un
día decisivo porque hasta rezó. Durante una de las escenas hizo que
el camarógrafo rodara la lente hasta un cuerpo flácido sobre una
cama de engordadas sábanas blancas y majestuosos edredones
coloridos. Algo le dio por detener la toma sobre una pared gris que
aparentemente no tenía ningún significado; le llamó la atención
de manera extraña, tanto que se fue hasta los dos minutos. Nunca
supo el por qué lo hizo, ni siquiera logró articular esta
subjetividad a lo que sucedería a continuación; sólo pensó en
esas escenas que luego se guardan para un momento crucial de la
edición. Hicieron varias tomas en el plató donde actores y actrices
dieron parte de lo que aún podían y finalizaron con una comilona
juntos.
Noches
más tarde, con el material revelado parcialmente, estuvo a solas en
conversación con la moviola, pasando por las escenas
desprevenidamente hasta llegar a la pared gris. Vio como un hombre de
túnica blanca, cabello rizado negro y tez aceitunada cubrió la
pared para hacerse del primer plano. “¿Who is this?”(2) -pensó. En
breves momentos aquel personaje comenzó a hablarle. “: Hello
Francis, I'm Jesus. I need you to listen to me carefully. I have
chosen your film to, through you, send a message to humanity. Do not
ask yourself what modes I am using to be on this tape. You will find
the explanation. My message is this… ”.(3) El resto del mensaje lo
pronunció en un lenguaje desconocido que luego averiguaría era
arameo antiguo. Lo primero que se le vino a la cabeza, luego
de mirar la cinta una y mil veces fue la noción del elegido.
Había sido escogido por Dios para recibir y tal vez transmitir aquel
secreto. Miró la escena con detenimiento para ver a un Jesús de faz
tranquila, voz sosegada, mirada firme hacia la cámara supuestamente
colocada en otra escena. Escuchó el discurso tratando de saber sin
saber, de conocer desconociendo la cultura que esos vocablos
expresaban a su total ignorancia. Estuvo seguro de que no se trataba
de un truco. Tomó la cinta con el mismo cuidado prodigado al extraño
ser que llevaba filmado, la guardó en una lata especial y paseó sus
pensamientos por las magias que recién anunciaban de la física
cuántica; tal vez una traslación en el tiempo, un agujero de
gusano, aunque en la cinta el actor lo llamaba por su nombre propio.
A
diferencia de quienes pudieron engancharse en la explotación
religiosa, pensó en la fama inmortal que le llegaría cuando
revelara este secreto como un hallazgo de arqueología de la ciencia
ficción. Enviaría copias a la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA,
el FBI para constatar su autenticidad. Concedería entrevistas a
periódicos de gran importancia, le lloverían ofertas para filmar
otras películas con la expectativa de que Jesús nuevamente se
manifestara. Le preocupaba averiguar el significado del mensaje que
debía saber en esa lengua desconocida. ¿Qué diría? ¿A qué se
refería con aquella paciencia solitaria como el agua clara?
Necesitaba tratar la cinta con mucho cuidado, hasta traducirla. No
deseaba comunicar esta experiencia a nadie más. Sólo él manejaría
la trascendencia de aquella producción celestial.
Esa
madrugada atravesó la calle contigua a su residencia con la cinta de
película en el abrigo y ancló en el bar: “The Best Way to Walk”.(4)
El nerviosismo propio de quien tiene un gran dilema por resolver lo
llevó a tomarse unas cuantas copas entre soliloquios, hasta llegar a
su lado un tipo desconocido. Ojos grandes de mirada atenta,
pronunciada nariz aguileña, raro sombrero de tela, tez blanca, le
transmitió con una voz bajita, casi un silbido imperceptible, mitad
susurro mitad silencio, un saludo. Sólo dijo que recién llegaba de
Siria y deseaba tomar un trago. La pasión desenfrenada hizo que
hablara sin detenerse a aquel sirio durante dos horas. Ocupó su
monólogo el deseo de hacer una buena película y los intentos que
seguiría trabajando por llegar a filmar en la propia meca del cine,
sin decir ni una palabra de su hallazgo.
Cuando
despertó sobre la barra ya el sirio no estaba. “He just went
through that door”(5) -dijo el barman como repujando verdaderamente la
oscura noche. ¿Qué lo había dormido por tan breves instantes?
¿Durmió o fue hipnotizado? -pensó con terror. El sirio le había
llevado la billetera y la película. Corrió sin descanso por las
calles aledañas para encontrarlas llenas de noche, atiborradas de
soledad, ahogadas en silencio. De vuelta al bar, examinó en reversa
cada instante ocurrido antes de quedar dormido y no encontró el
menor indicio de algo extraño; sólo cierta sonrisa que se apoderó
de su rostro, al imaginar al sirio hablando con Jesús; pensamiento
que más tarde se repetiría como un martillo en su cabeza, al pensar
al sirio con la película en su proyector. Ya no sería famoso, ya no
era el elegido, volvía a ser el cineasta que buscaba alguna
oportunidad para consolidar una carrera que tal vez le llevaría a la
fama. Cuarenta años después, frente al éxito que ha tenido con sus
producciones, aún piensa en aquel trozo de película santificada que
le pudo haber dado una fama, que ni en mil películas como las que ha
realizado, hubiera podido obtener.
(1) El botones y las ficheras
(2) ¿Y
éste quién es?
(3) Hola
Francis, soy Jesús. Necesito que me escuches con atención. He
escogido tu película para, a través de ti, enviarle un mensaje a la
humanidad. No te preguntes qué modos estoy utilizando para estar en
esta cinta. Ya encontrarás la explicación. Mi mensaje es éste…
(4) La
Mejor Forma de Caminar
(5) Acaba
de irse por esa puerta
Fuente: La anécdota que inspiró esta entrega fue extraída del libro apócrifo: "Simple events happened to cult filmmakers". P.658 Recopilado por Willie Standfor Decrime
Nuestro Insolito Universo..!
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