martes, 28 de mayo de 2019

LA PELÍCULA QUE SE LE PERDIÓ A FRANCIS FORD COPPOLA



Todas las experiencias se avalanzan sobre los seres humanos con la inmadurez, así sucedió a Francis Ford Coppola cuando apenas era un pichón de cineasta y recién acababa de decidirse por una carrera en la rama de las artes, husmeando acontecimientos en la ciudad de Los Ángeles. Experimentaba con ideas en aquellos años sesenta cuando llevó algunas al lápiz, para luego hacerlas imágenes, aún con débil resultado. Se dedicaba a realizar cintas donde los desnudos femeninos fueran la atracción, tal vez buscando la alegría de un enganche con la gran industria, además de aprender. Hasta que llegó aquella ignota producción titulada The Bellboy and the Playgirls (1), en la que colocó buena dosis de fe. Andaba buscando algo que quizás no se le había perdido, un motivo para engranar un buen trabajo de los actores con la dirección suya, en la plena comprensión del guión que siempre le hacía sentir como pez en el agua.

Cuando se iniciaron las sesiones de filmación, le puso toda la pasión que tenía a la del inicio, con la finalidad de que las demás tuvieran el mismo impulso. Pensó en hacer de la segunda un dechado de sus virtudes personales. Tomó un trasnocho desquiciante como parte del esfuerzo. Anduvo su despacho como el general que estudia su campo de batalla paso a paso, hasta que nada de lo que paseara por las trincheras le fuese desconocido. El amanecer significó la llegada de un día decisivo porque hasta rezó. Durante una de las escenas hizo que el camarógrafo rodara la lente hasta un cuerpo flácido sobre una cama de engordadas sábanas blancas y majestuosos edredones coloridos. Algo le dio por detener la toma sobre una pared gris que aparentemente no tenía ningún significado; le llamó la atención de manera extraña, tanto que se fue hasta los dos minutos. Nunca supo el por qué lo hizo, ni siquiera logró articular esta subjetividad a lo que sucedería a continuación; sólo pensó en esas escenas que luego se guardan para un momento crucial de la edición. Hicieron varias tomas en el plató donde actores y actrices dieron parte de lo que aún podían y finalizaron con una comilona juntos.

Noches más tarde, con el material revelado parcialmente, estuvo a solas en conversación con la moviola, pasando por las escenas desprevenidamente hasta llegar a la pared gris. Vio como un hombre de túnica blanca, cabello rizado negro y tez aceitunada cubrió la pared para hacerse del primer plano. “¿Who is this?”(2) -pensó. En breves momentos aquel personaje comenzó a hablarle. “: Hello Francis, I'm Jesus. I need you to listen to me carefully. I have chosen your film to, through you, send a message to humanity. Do not ask yourself what modes I am using to be on this tape. You will find the explanation. My message is this… ”.(3) El resto del mensaje lo pronunció en un lenguaje desconocido que luego averiguaría era arameo antiguo. Lo primero que se le vino a la cabeza, luego de mirar la cinta una y mil veces fue la noción del elegido. Había sido escogido por Dios para recibir y tal vez transmitir aquel secreto. Miró la escena con detenimiento para ver a un Jesús de faz tranquila, voz sosegada, mirada firme hacia la cámara supuestamente colocada en otra escena. Escuchó el discurso tratando de saber sin saber, de conocer desconociendo la cultura que esos vocablos expresaban a su total ignorancia. Estuvo seguro de que no se trataba de un truco. Tomó la cinta con el mismo cuidado prodigado al extraño ser que llevaba filmado, la guardó en una lata especial y paseó sus pensamientos por las magias que recién anunciaban de la física cuántica; tal vez una traslación en el tiempo, un agujero de gusano, aunque en la cinta el actor lo llamaba por su nombre propio.

A diferencia de quienes pudieron engancharse en la explotación religiosa, pensó en la fama inmortal que le llegaría cuando revelara este secreto como un hallazgo de arqueología de la ciencia ficción. Enviaría copias a la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA, el FBI para constatar su autenticidad. Concedería entrevistas a periódicos de gran importancia, le lloverían ofertas para filmar otras películas con la expectativa de que Jesús nuevamente se manifestara. Le preocupaba averiguar el significado del mensaje que debía saber en esa lengua desconocida. ¿Qué diría? ¿A qué se refería con aquella paciencia solitaria como el agua clara? Necesitaba tratar la cinta con mucho cuidado, hasta traducirla. No deseaba comunicar esta experiencia a nadie más. Sólo él manejaría la trascendencia de aquella producción celestial. 
 
Esa madrugada atravesó la calle contigua a su residencia con la cinta de película en el abrigo y ancló en el bar: “The Best Way to Walk”.(4) El nerviosismo propio de quien tiene un gran dilema por resolver lo llevó a tomarse unas cuantas copas entre soliloquios, hasta llegar a su lado un tipo desconocido. Ojos grandes de mirada atenta, pronunciada nariz aguileña, raro sombrero de tela, tez blanca, le transmitió con una voz bajita, casi un silbido imperceptible, mitad susurro mitad silencio, un saludo. Sólo dijo que recién llegaba de Siria y deseaba tomar un trago. La pasión desenfrenada hizo que hablara sin detenerse a aquel sirio durante dos horas. Ocupó su monólogo el deseo de hacer una buena película y los intentos que seguiría trabajando por llegar a filmar en la propia meca del cine, sin decir ni una palabra de su hallazgo.

Cuando despertó sobre la barra ya el sirio no estaba. “He just went through that door”(5) -dijo el barman como repujando verdaderamente la oscura noche. ¿Qué lo había dormido por tan breves instantes? ¿Durmió o fue hipnotizado? -pensó con terror. El sirio le había llevado la billetera y la película. Corrió sin descanso por las calles aledañas para encontrarlas llenas de noche, atiborradas de soledad, ahogadas en silencio. De vuelta al bar, examinó en reversa cada instante ocurrido antes de quedar dormido y no encontró el menor indicio de algo extraño; sólo cierta sonrisa que se apoderó de su rostro, al imaginar al sirio hablando con Jesús; pensamiento que más tarde se repetiría como un martillo en su cabeza, al pensar al sirio con la película en su proyector. Ya no sería famoso, ya no era el elegido, volvía a ser el cineasta que buscaba alguna oportunidad para consolidar una carrera que tal vez le llevaría a la fama. Cuarenta años después, frente al éxito que ha tenido con sus producciones, aún piensa en aquel trozo de película santificada que le pudo haber dado una fama, que ni en mil películas como las que ha realizado, hubiera podido obtener.


(1) El botones y las ficheras

(2) ¿Y éste quién es?

(3) Hola Francis, soy Jesús. Necesito que me escuches con atención. He escogido tu película para, a través de ti, enviarle un mensaje a la humanidad. No te preguntes qué modos estoy utilizando para estar en esta cinta. Ya encontrarás la explicación. Mi mensaje es éste…

(4) La Mejor Forma de Caminar

(5) Acaba de irse por esa puerta

Fuente: La anécdota que inspiró esta entrega fue extraída del libro apócrifo: "Simple events happened to cult filmmakers". P.658 Recopilado por Willie Standfor Decrime  

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