miércoles, 22 de mayo de 2019

METRO Y REVOLUCIÓN



...hoy sabemos que para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe y que para ello basta perfectamente con la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad. Pues la jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que todavía pueda traducirse en experiencia: ni la lectura del diario, tan rica en noticias que lo contemplan desde una insalvable lejanía, ni los minutos pasados al volante de un auto en un embotellamiento; tampoco el viaje a los infiernos en los trenes del subterráneo...”
Giorgio Agamben



Cuando el Metro de Caracas fue inaugurado en el año 1983, se proyectó como una de las instituciones de más prestigio en la sociedad venezolana. Con un compás de espera de 10 años, en donde disputó su construcción con algo llamado monoriel y mereció hasta una canción de la Orquesta Billo, el pueblo caraqueño se rindió ante la expectativa de una obra que venía a solucionar los problemas de transporte confrontados por una ciudad cuyo crecimiento desbordaba al transporte público de entonces. El entusiasmo era variado conforme la obra se acercaba pues levantaba todo tipo de comentarios, visiones, criterios que no eran más que el nerviosismo de asumir un sistema que iba a dialogar a diario con la dinámica popular.


Los primeros años del Metro afectaron de manera inédita el comportamiento del caraqueño y la caraqueña que a partir de ese momento fueron llamados usuarios. El Sistema Metro tenía al enfoque educativo conductista como vía de aprendizaje de la gente para trasladarse a lo largo de las estaciones. Los primeros 5 años pudiera decirse que fueron perfectos. La asimilación se cumplió al pie de la letra. Tanta fue la influencia del Metro en el pueblo que se comenzó a ver y experimentar una dualidad; un pueblo que se observaban en la calle y otro que se evidenciaba dentro del Metro. Se llegaron a producir programas de opinión en los medios audiovisuales, artículos en la prensa escrita, algún que otro libro de especialistas (sobre todo psicólogos) que versaban acerca del por qué caraqueños y caraqueñas obedecían todas las normas estipuladas por el Sistema y en las calles de la ciudad los comportamientos eran otros. Un operario del Metro de Caracas, amen del prestigio que siempre ha tenido, gozaba de una obediencia del usuario casi pontificia.


PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
Hasta que llegó el día 27 de febrero de 1989 en que todo cambió en la sociedad venezolana. Desde entonces se flexibilizó al máximo (casi hasta la eliminación) la barrera conductista impuesta por quienes manejan el Sistema, hasta tal punto que la gente comenzó a voltear para mirar al pasajero que venía al lado, hablar en voz alta, silbar, cantar, expresar soliloquios, llamarse desde lejos, soltar carcajadas sonoras, impacientarse por cualquier retraso. Las amistades se abrazaron como si fuera fin de año; los novios les sumaron besos de distinta duración y calibre. Los vagones en funcionamiento se transformaron de museos de cera en salones de clase. Como es costumbre en el pueblo más entrépito de la tierra (más salido y más metido no hay como éste), la gente comenzó a interrumpir las conversaciones de los otros y a conformar debates de todo cuanto acontece en la ciudad y en la sociedad. Se incluyeron recomendaciones de tratamientos médicos para enfermedades, intercambio de recetas de cocina, discursos religiosos, guasa típica de la conversación de beisbol, arengas proselitistas donde cada quien es un partido político, pequeños aparatos sonoros de procedencia juvenil con música perturbadora, bochinches estudiantiles y adolescentes, secciones de chismes, llorantinas de los bebés (que en la primera etapa, sorprendentemente, ni chistaban), carteristas, arrecheras por ser empujados, combate cuerpo a cuerpo en las puertas que significa dejar entrar es salir más rápido, accionamiento del botón de emergencia para apresurar al tren, peligrosísimas correderas en pasillos y escaleras, manifestaciones etílicas, venta buhoneril (en los últimos años), ocasionales reyertas por andar con incomodidades no pocas veces agobiantes, amenazas de tumbar cualquier gobierno del mundo, manifestaciones políticas, propaganda electoral, en conclusión, desde el día 27 de febrero de 1989 comenzamos a ser nosotros y nosotras mismos en el Metro de Caracas.


Esta irrupción de pueblo ha supuesto una armonización entre comportarse como cada quien es y observar las normas del Sistema Metro, las cuales deben ser acatadas por usuarios y usuarias en función de la seguridad de todos y todas, con el agregado de que en los últimos cinco años, debido a la creciente guerra económica que ha afectado a Venezuela y que ha supuesto restricciones de todo tipo, el Sistema se muestra abordado en toda su capacidad con énfasis en las horas pico, sumado a las fallas en las unidades, problema con el aire acondicionado y prolongados retrasos. Asombra cómo la mayoría del pueblo ha asumido una actitud de conciencia que suma una paciencia, donde cada quien se despliega desde la responsabilidad colectiva que nos toca vivir en este tiempo. Aunque se expresan fuertes críticas dentro de los vagones, algunas desconsideradas y desconocedoras de la complejidad de un Sistema como el Metro, ha prevalecido hasta ahora una actitud generalizada de comprender el momento que estamos viviendo buscando el aporte que debemos hacer por mantener un medio de transporte vital para el pueblo de la cuidad capital.


¿Volveremos a aquel Metro idílico, conductista que fue necesario para aprender a manejarnos como usuarios y usuarias? No es de creer. En la medida en que resistamos los embates de las fuerzas extranjeras que pretenden doblegarnos en todos los escenarios de nuestra sociedad con bloqueos genocidas y participemos más activamente en la solución de los problemas, nuestra actitud como usuarios del Metro será dinámicamente cada vez más comprensiva, reflexivamente más comprometida, afectivamente más apegada a la pertenencia a un Sistema que fue creado para transportarnos con eficiencia y calidad. Hoy tenemos Metro porque tenemos Patria. Venciendo las batallas que se nos avecinan, tendremos Patria y Metro por siempre.

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