Ser
una mole industrial transnacional ha permitido a Hollywood hacer
variadas e importantes seriaciones que le permiten ampliar y
diversificar, casi hasta el infinito, la mixtificación de su
comercio y su noción de entretenimiento. Entre las más importantes
seriaciones pudieran estar las sagas de películas taquilleras, los
premios Oscar, distintos géneros fílmicos, donde actores y actrices
suelen preservarse en el tiempo, más que en cualquier esfuerzo
fílmico de otro país. En la llamada “meca del cine”, un actor o
actriz pueden llegar a filmar veinte o más películas en su vida
artística, cosa que en otras territorialidades no sucede. Esto
permite la posibilidad de desarrollar una carrera profesional, además
de lucrativa, culturalmente sustanciosa, donde las categorizaciones
abundan debido a la mirada del trabajo periodístico y de la crítica
(verbigracia). De allí que tengamos la posibilidad de desplegar
parangones, símiles, perspectivas, visiones, categorías de cuanta
manifestación surja con fines de preservación, estudio y disfrute.
Sabemos que Hollywood promueve rostros y cuerpos de sus actrices principales y así los categoriza, por esta razón los paga muy bien; las otras actrices son “secundarias” y también las premia, además, cuando lo hace parecen quedarnos dos sensaciones: la primera nos hace sospechar que la premiada (secundaria) tuvo que hacer un supremo o mayor esfuerzo que la actriz principal para llevarse el premio, debido a que no cumple con el estereotipo físico occidental. La segunda sensación parece decirnos que en definitiva la actriz secundaria es mejor que la principal aunque gane menos dinero. Ha habido momentos en que han sido llamadas (lo mismo que los actores): “actrices de carácter”, para destacar y valorizar su trascendencia histriónica. En Hollywood sobran ejemplos en este sentido, sin embargo, el menos lejano y destacado pudiera estar colocado en el trabajo de la estupenda actriz estadounidense Glenn Close. Granjeada con fuerza y calidad en el teatro, llegó al cine como esa actriz de carácter que hizo papeles secundarios de mucha calidad interpretativa que le trajeron importantes nominaciones, hasta llegar a protagonizar con fuerza y contundencia personajes principales, en filmes donde ha demostrado su valía.
El cliché machista de siempre
La participación de Glenn Close, con enorme calidad interpretativa en la película Atracción Fatal (Lyne, 1987) le trajo como apodo el antiguo lugar común de “mujer fatal” (¿Por qué no se promueven “hombres fatales” en Hollywood?). Recordemos que este remoquete machista tiene su origen en el llamado cine de vampiresas de la década de los años 30, llamadas así por el maquillaje de los ojos sombreados —remarcado por la imagen en blanco y negro— y porque transitaban a través de contextos gansteriles y situaciones sórdidas de férreo dominio masculino. La primera con esta especie de categoría fue Mae West (1893-1980), de la cual Glenn Close se hace heredera cuando interpreta a Alex Forrest, amante pasajera de Dan Gallagher (Michael Douglas) quien luego se transforma en la mujer obsesiva que persigue a éste, le acosa y atenta contra su trabajo, su familia y su vida. Es importante destacar que la temática arropa la fama ganada por la película, como una patología psicológica más común de lo imaginado, aunada a la gran actuación de Glenn, quien nos hace sentir que una Alex Forrest nos espera a los hombres, para plantearnos la infidelidad, un rato de placer y luego el martirio persecutorio: símil de la Sayona de los cuentos de pueblo.
La triste y desdichada Férula
La
trágica realidad chilena cuando el golpe militar de 1973 y la novela
homónima de la escritora Isabel Allende pueden hacernos tomar cariño
especial y automático al filme La Casa
de los Espíritus (August, 1993). Como
en el libro, la trama fílmica cuenta una historia familiar, donde
Clara (una
mujer mágica desde niña, interpretada por Merryl Streep) se casa
con un hacendado emprendedor de comienzos de siglo XX (Jeremy Irons),
quien tiene una hermana mustia, triste y enlutada llamada Férula
(Glenn Close). Los momentos actorales con este personaje,
particularizan de manera importante los nudos agudos de la trama,
cuando a causa de los celos machistas del hermano, es expulsada de la
hacienda y confinada a una cruel soledad. Férula
es el símbolo victimizado por los prejuicios del patriarcado
machista que confinó a muchas mujeres a una penosa soledad y a la
invisibilización de sus aportes para con la sociedad y la familia.
Ella representa la antigua huella de la tragedia chilena que mora en
las mismas entrañas de la oligarquía. Al morir, Férula
desanda por la casa como un fantasma errante, como anuncio de la
tragedia que ha de venir como una catástrofe sobre Chile. La escena
donde Férula
maldice a su hermano Esteban,
derramando lágrimas crispadas por el odio y el dolor es de un
monumento actoral inolvidable.
Cuando la maldad deviene en encanto
«Cuando debuté en sociedad tenía quince años y ya sabía el papel al cual estaba condenada, es decir a callar la boca y hacer lo que me dijeran; me brindaba la gran oportunidad de escuchar y observar. No a lo que me decían, en lo cual no tenía interés sino a todo aquello que trataban de esconder. Practiqué la indiferencia. Aprendí a verme risueña, aun enterrándome un tenedor en la mano. Me convertí en una artista del engaño. No buscaba el placer sino el conocimiento. Consulté a severos moralistas para aparentar; a filósofos para saber qué pensar. Y a novelistas para ver de qué me podía aprovechar. Y al final reduje todo a un simple y maravilloso principio: ganar o morir».
Sabemos que Hollywood promueve rostros y cuerpos de sus actrices principales y así los categoriza, por esta razón los paga muy bien; las otras actrices son “secundarias” y también las premia, además, cuando lo hace parecen quedarnos dos sensaciones: la primera nos hace sospechar que la premiada (secundaria) tuvo que hacer un supremo o mayor esfuerzo que la actriz principal para llevarse el premio, debido a que no cumple con el estereotipo físico occidental. La segunda sensación parece decirnos que en definitiva la actriz secundaria es mejor que la principal aunque gane menos dinero. Ha habido momentos en que han sido llamadas (lo mismo que los actores): “actrices de carácter”, para destacar y valorizar su trascendencia histriónica. En Hollywood sobran ejemplos en este sentido, sin embargo, el menos lejano y destacado pudiera estar colocado en el trabajo de la estupenda actriz estadounidense Glenn Close. Granjeada con fuerza y calidad en el teatro, llegó al cine como esa actriz de carácter que hizo papeles secundarios de mucha calidad interpretativa que le trajeron importantes nominaciones, hasta llegar a protagonizar con fuerza y contundencia personajes principales, en filmes donde ha demostrado su valía.
El cliché machista de siempre
La participación de Glenn Close, con enorme calidad interpretativa en la película Atracción Fatal (Lyne, 1987) le trajo como apodo el antiguo lugar común de “mujer fatal” (¿Por qué no se promueven “hombres fatales” en Hollywood?). Recordemos que este remoquete machista tiene su origen en el llamado cine de vampiresas de la década de los años 30, llamadas así por el maquillaje de los ojos sombreados —remarcado por la imagen en blanco y negro— y porque transitaban a través de contextos gansteriles y situaciones sórdidas de férreo dominio masculino. La primera con esta especie de categoría fue Mae West (1893-1980), de la cual Glenn Close se hace heredera cuando interpreta a Alex Forrest, amante pasajera de Dan Gallagher (Michael Douglas) quien luego se transforma en la mujer obsesiva que persigue a éste, le acosa y atenta contra su trabajo, su familia y su vida. Es importante destacar que la temática arropa la fama ganada por la película, como una patología psicológica más común de lo imaginado, aunada a la gran actuación de Glenn, quien nos hace sentir que una Alex Forrest nos espera a los hombres, para plantearnos la infidelidad, un rato de placer y luego el martirio persecutorio: símil de la Sayona de los cuentos de pueblo.
La triste y desdichada Férula
ISABEL ALLENDE |
Cuando la maldad deviene en encanto
«Cuando debuté en sociedad tenía quince años y ya sabía el papel al cual estaba condenada, es decir a callar la boca y hacer lo que me dijeran; me brindaba la gran oportunidad de escuchar y observar. No a lo que me decían, en lo cual no tenía interés sino a todo aquello que trataban de esconder. Practiqué la indiferencia. Aprendí a verme risueña, aun enterrándome un tenedor en la mano. Me convertí en una artista del engaño. No buscaba el placer sino el conocimiento. Consulté a severos moralistas para aparentar; a filósofos para saber qué pensar. Y a novelistas para ver de qué me podía aprovechar. Y al final reduje todo a un simple y maravilloso principio: ganar o morir».
Marquesa
de Merteuil: personaje del filme Relaciones Peligrosas (Frears,
1988).
Durante el siglo XVIII en Francia, reina la frivolidad y las relaciones personales son dominadas por las ansias de poder y las apariencias. Un tal Conde de Valmont (John Malkovich), venal aristócrata, mujeriego e irresponsable, mantiene relaciones con la Marquesa de Merteuil, de quien obtiene favores sexuales e intereses de dominio sobre las personas a través de sus cortesanías. Todo el encanto y la profundidad actoral de Glenn Close se despliega en este personaje de mujer fría, calculadora, tramposa, manipuladora, reptil, vengativa, impune. Con una sonrisa permanente que hiere de angustia la trama y nos acosa desde la pantalla, Glenn cubre a su personaje de silenciosa maldad, aderezándolo con una mirada gélida (mitad provocación, mitad arrogancia), con ademanes tan pausados como sorprendentes, adornados por ese resentimiento que como lobo hambriento se dispone a devorar presas atrapadas en una sociedad despiadada. La Marquesa de Merteuil es como esa burguesa de hoy: finos modales, decente, bien vestida, delicada, perfumada, coqueta pero capaz de pasar por encima de cualquiera por sus mezquindades y vicios. Asombra cómo Glenn Close agiganta la perversidad de este personaje y (sin ninguna duda) fortalece la buena actuación de Malkovich. De seguro habrá dentro de la cinefilia mundial, más de un anhelo por ver a Glenn Close de nuevo en una película cualitativa, interpretar trabajos actorales que han provocado aplaudirla con el beneficio de la eternidad.
NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013
Durante el siglo XVIII en Francia, reina la frivolidad y las relaciones personales son dominadas por las ansias de poder y las apariencias. Un tal Conde de Valmont (John Malkovich), venal aristócrata, mujeriego e irresponsable, mantiene relaciones con la Marquesa de Merteuil, de quien obtiene favores sexuales e intereses de dominio sobre las personas a través de sus cortesanías. Todo el encanto y la profundidad actoral de Glenn Close se despliega en este personaje de mujer fría, calculadora, tramposa, manipuladora, reptil, vengativa, impune. Con una sonrisa permanente que hiere de angustia la trama y nos acosa desde la pantalla, Glenn cubre a su personaje de silenciosa maldad, aderezándolo con una mirada gélida (mitad provocación, mitad arrogancia), con ademanes tan pausados como sorprendentes, adornados por ese resentimiento que como lobo hambriento se dispone a devorar presas atrapadas en una sociedad despiadada. La Marquesa de Merteuil es como esa burguesa de hoy: finos modales, decente, bien vestida, delicada, perfumada, coqueta pero capaz de pasar por encima de cualquiera por sus mezquindades y vicios. Asombra cómo Glenn Close agiganta la perversidad de este personaje y (sin ninguna duda) fortalece la buena actuación de Malkovich. De seguro habrá dentro de la cinefilia mundial, más de un anhelo por ver a Glenn Close de nuevo en una película cualitativa, interpretar trabajos actorales que han provocado aplaudirla con el beneficio de la eternidad.
NUESTRO AGRADECIMIENTO AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO EN EL AÑO 2013
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